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Les recibo junto a San Pedro, donde ustedes han venido para reafirmar la profunda relación de la Iglesia de Antioquía de los Griego-melkitas con su sucesor. Vienen como testigos de los orígienes apostólicos de nuestra fe. Desde entonces la alegría del Evangelio sigue iluminando la humanidad y en ésta ustedes caminan a pesar de las numerosas pruebas que han conocido a lo largo de la historia hasta nuestros días. Mi pensamiento se dirige de inmediato a los hermanos y hermanas de Siria, que sufren desde hace mucho tiempo una gran tribulación; pido por quienes perdieron la vida y por sus seres queridos. Quiera el Señor enjugar las lágrimas de estos hijos suyos. La cercanía de toda la Iglesia les dé confort en la angustia y los preserve de la desesperación. Creemos firmemente en la fuerza de la oración y de la reconciliación y renovamos nuestro profundo llamado a los responsables para que cese todo tipo de violencia, y para que a través del diálogo se encuentren soluciones justas y duraderas para un conflicto que ha ya causado demasiados daños. En particular exhorto al respeto mutuo entre las varias confesiones religiosas, para asegurar a todos un futuro basado en los derechos inalienables de la persona, incluida la libertad religiosa. Vuestra Iglesia desde hace siglos ha sabido convivir pacíficamente con las otras religiones y está llamada a tener un rol de fraternidad en Oriente Medio. Y les reitero también a ustedes: no podemos resignarnos a pensar en un Oriente Medio sin cristianos. Muchos de vuestros hermanos y hermanas han emigrado, y una importante representación de las comunidades en la diáspora está aquí presente. Les animo a mantener firmes las raíces humanas y espirituales de la tradición melkita, custodiando por todas partes la identidad griego-católica, porque la Iglesia entera tiene necesidad del patrimonio del oriente cristiano, del cual ustedes son herederos. Al mismo tiempo ustedes son un signo visible para todos nuestros hermanos orientales, de la deseada comunión con el sucesor de Pedro. En esta fiesta de san Andrés apóstol, hermano de san Pedro, mi pensamiento se dirige a su santidad Bartolomeo, patriarca de Constantinopla, y a las Iglesias ortodoxas y a las tantas iglesias hermanas. Recemos al Señor que nos ayude a proseguir en el camino ecuménico, en la fidelidad a los principios del Concilio Ecuménico Vaticano II. Y a ustedes les ayude a ser siempre cooperadores de la evangelización, cultivando la sensibilidad ecuménica e interreligiosa. Esto esposible gracias a la unidad a la que están llamados los discipulos de Cristo. Y la unidad exige siempre la conversión por parte de todos. Sobre esto, la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente ha ofrecido indicaciones muy eficaces de manera que los pastores y los fieles vivan generosamente las respectivas responsabilidades en la Iglesia y en la Sociedad. Las divisiones en el interior de nuestras comunidades obstaculizan seriamente la vida eclesial, la comunión y el testimonio. Acompaño por lo tanto al patriarca y a los obispos en este empeño, para que puedan contribuir así a la edificación del Cuerpo de Cristo. Pero querría además animar también a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los fieles laicos para que ofrezcan su esencial aporte. Invocamos la intercesión de la Santísima Madre de Dios, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de San Andrés, al cual nos dirigimos con las palabras de la tradición bizantina: Tu que entre los apóstoles has sido llamado primero, como hermano del Corifeo, implora al Señor omnipontente la paz para el mundo y gran misericordia para nuestras almas. Cordialmente les imparto a ustedes y a vuestras comunidades la bendición apostólica". | |
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