Texto de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles
El santo padre recuerda que Dios no se cansa de perdonarnos y nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón.
Ciudad del Vaticano, 20 de noviembre de 2013.
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

        El miércoles pasado hablé de la remisión de los pecados, referida de forma particular al bautismo. Hoy continuamos con el tema de la remisión de los pecados, pero en referencia al llamado "potestad de las llaves", que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús ha dado a los apóstoles.

        Lo primero que debemos recordar es que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. En su primera aparición a los apóstoles, en el cenáculo, como hemos escuchado, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, éstos les son perdonados; a quienes retengáis los pecados, éstos les son retenidos." (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, ya es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, la el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo da el Espíritu Santo que es el origen de todo esto. El Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica el transmitir la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.

        Pero antes de hacer este gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando a través" de las llagas de Jesús. Estas plagas que Él ha querido conservar, también en esto momento, en el cielo Él hace ver al Padre las llagas con las cuales nos ha rescatado. Y por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados. Así Jesús ha dado su vida por nuestra paz, nuestra alegría, por la gracia en nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados. Y esto es muy bonito, mirar a Jesús así.

        Y vamos al segundo elemento: Jesús da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Pero, ¿cómo es esto? Porque es un poco difícil de entender. ¿Cómo un hombre puede perdonar los pecados? Jesús da el poder, la Iglesia es depositaria del poder de las llaves. Así de abrir o cerrar, de perdonar . Dios perdona a cada hombre en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que cuantos pertenecen a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la Comunidad. A través del misterio apostólico la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se me dona la alegría. En este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bonito. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, no es duela, sino sierva del ministerio de la misericordia y se alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.

        Tantas personas quizá no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo y también nosotros cristianos lo volvemos a sentir. Cierto, Dios perdona a cada pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Y esto debemos valorarlo. Es un don, también una cura, una protección, y también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy donde el hermano sacerdote y digo 'padre, he hecho esto', pero 'yo te perdono' y es Dios que perdona. Y yo estoy seguro en ese momento que Dios me ha perdonado y esto es bonito. Esto es la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Dios siempre nos perdona, no se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Pero 'padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecado". Pero mira, nuestras madres, nuestra abuelas decían que es mejor ponerse rojo una vez que mil veces amarillo. Tú te pones rojo una vez, te perdonan los pecados y adelante.

        Para finalizar, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se da en la Iglesia, nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él, un hombre que como nosotros necesita misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, donándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos, todos somos pecadores, también el papa se confiesa cada 15 días, porque el papa también es un pecador. El confesor escucha las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona. ¿Y por qué? Porque todos necesitamos este perdón.

         A veces sucede escuchar a alguno que afirma confesarse directamente con Dios. Sí, como decía antes, Dios nos escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia. El servicio que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les sanase. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor, que hasta que no se corrija, no administre este sacramento. Los fieles penitentes tienen ¿el deber? ¡no! tienen el derecho, nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios.

        Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, pregunto ¿somos consciente de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de esta cura, de esta atención materna que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos acoge en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite realzarnos y retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, continuamente, realzarnos y retomar de nuevo el camino.

        ¡Gracias!