Con el ''signo'' de las Bodas de Caná, Jesús se revela como el Esposo mesiánico
En el segundo domingo del Tiempo Ordinario, el santo padre Benedicto XVI rezó el tradicional Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Ciudad del Vaticano, 20 de enero de 2013.
La infancia de Jesús
María Vallejo-Nájera
Cielo e infierno: verdades de Dios

¡Queridos hermanos y hermanas!

        Hoy la liturgia nos propone el pasaje evangélico de las bodas de Caná, un episodio narrado por Juan, testigo presencial de los hechos. Este episodio se ha colocado en este domingo inmediatamente posterior al tiempo de Navidad, ya que, junto con la visita de los Magos de Oriente y con el Bautismo de Jesús, forman la trilogía de la epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo.

        Los de las bodas de Caná es, por así decirlo, "el comienzo de los signos" (Jn. 2,11), o sea el primer milagro realizado por Jesús, con el cual Él manifestó en público su gloria, provocando la fe de sus discípulos. Recordemos brevemente lo que sucedió durante la fiesta de las bodas en Caná de Galilea. Sucedió que el vino se agotó, y María, la Madre de Jesús, se lo hizo notar a su Hijo. Él le respondió que aún no era su tiempo; pero luego atendió la solicitud de María, e hizo llenar con agua seis tinajas grandes, y convirtió el agua en vino, un vino excelente, mejor que el anterior.

        Con este "signo", Jesús se revela como el Esposo mesiánico, que vino a establecer con su pueblo la nueva y eterna Alianza, según las palabras de los profetas: "Como se regocija el novio por la novia, así tu Dios se regocijará por ti" (Is. 62, 5). Y el vino es símbolo de esta alegría del amor; pero también alude a la sangre que Jesús derramará al final, para sellar su pacto nupcial con la humanidad.

        La Iglesia es la esposa de Cristo, el cual la hace santa y hermosa con su gracia. Aún esta esposa, formada por seres humanos, está siempre necesitada de purificación. Y una de las culpas más graves que desfiguran el rostro de la Iglesia es aquella contra la unidad visible, en particular las divisiones históricas que han separado a los cristianos y que aún no han sido superadas.

        Justo esta semana, de 18 al 25 de enero, se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, un momento siempre grato a los creyentes y a las comunidades, que despierta en todos, el deseo y el compromiso espiritual por la plena comunión. En tal sentido, fue muy significativa la vigilia que pudecelebrar hace un mes en esta Plaza, con miles de jóvenes de toda Europa, y con la comunidad ecuménica de Taizé: un momento de gracia en el que experimentamos la belleza de formar en Cristo una sola cosa.

        Animo a todos a orar juntos para que podamos alcanzar "Lo que espera el Señor de nosotros" (cf. Mi. 6,6-8), como se llama este año el tema de la Semana; un tema propuesto por algunas comunidades cristianas de la India, que invitan a caminar con determinación hacia la unidad visible de todos los cristianos y de superar, como hermanos en Cristo, todo tipo de discriminación injusta. El próximo viernes, después de estos días de oración, presidiré las Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, en presencia de los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

        Queridos amigos, a la oración por la unidad de los cristianos añadiría una vez más, aquella por la paz, para que, en los diferentes conflictos por desgracia activos, se detengan las masacres de civiles desarmados, y se ponga fin a toda violencia, y se encuentre el valor del diálogo y de las negociaciones.

        Para ambos propósitos, invocamos la intercesión de María, mediadora de gracia.