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Itinerarios
de vida cristiana
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Queridísimos: ¡que
Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Hemos entrado en la
Cuaresma, tiempo litúrgico con el que conmemoramos los cuarenta días
de oración y ayuno de Jesucristo en el desierto, antes de comenzar su
ministerio público. Y así como el Maestro empezó su predicación con
una llamada apremiante a la conversión el tiempo se ha cumplido
y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio[1],
así la Iglesia nos exhorta a aprovechar las grandes gracias de este
tiempo litúrgico fuerte, para dar un paso decidido en nuestro
acercamiento a Dios.
Siendo una necesidad
de cada jornada, la llamada a la conversión resuena de modo más apremiante
en las semanas que acabamos de comenzar. En la senda que conduce a la
vida eterna, de modo casi insensible podemos desviarnos personalmente
algo del rumbo. Por eso la Iglesia, Madre buena y sabia, nos pone delante
de los ojos la necesidad de rectificar, sirviéndose también de las oraciones
y lecturas de la Misa, enseñando a cada fiel a convertirse un día y
otro en puntos concretos. Si los hijos de Dios nos esforzamos por sacar
partido a esos textos, llevándolos a la meditación personal, en estos
cuarenta días que nos conducirán a la Pascua de Resurrección, podemos
encontrar nuevo valor para aceptar con paciencia y con fe todas las
situaciones de dificultad, de aflicción y de prueba, conscientes de
que el Señor hará surgir de las tinieblas el nuevo día[2].
La liturgia de la Cuaresma
nos ofrece una gracia especial que nos empuja a la mudanza del corazón,
de la que nacerán necesariamente las buenas obras. Releamos una consideración
de nuestro Padre: la conversión es cosa de un instante; la santificación
es tarea para toda la vida. La semilla divina de la caridad, que Dios
ha puesto en nuestras almas, aspira a crecer, a manifestarse en obras,
a dar frutos que respondan en cada momento a lo que es agradable al
Señor. Es indispensable por eso estar dispuestos a recomenzar, a reencontrar
en las nuevas situaciones de nuestra vida la luz, el impulso
de la primera conversión. Y ésta es la razón por la que hemos de prepararnos
con un examen hondo, pidiendo ayuda al Señor, para que podamos conocerle
mejor y nos conozcamos mejor a nosotros mismos. No hay otro camino,
si hemos de convertirnos de nuevo[3].
¿Cómo hemos comenzado desde el Miércoles de Ceniza? ¿Qué nos hemos propuesto?
¿Vivimos cada jornada con la alegría de una penitencia que nos acerque
más a Jesucristo?
Como lema del mensaje
de este año, el Santo Padre toma un párrafo de la epístola a los Hebreos
y nos invita a ponderarlo: estemos pendientes unos de otros para
estimularnos a la caridad y a las buenas obras[4].
A continuación señala que estas palabras se inscriben en un contexto
más amplio: la necesidad de acoger a Cristo mediante la práctica de
las virtudes teologales. Se trata de acercarse al Señor "con corazón
sincero y lleno de fe" (v. 22), de mantenernos firmes "en la
esperanza que profesamos" (v. 23), con una atención constante
para realizar junto con los hermanos "la caridad y las buenas
obras" (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta
evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de
oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión
plena en Dios (v. 25)[5].
Como en años anteriores,
Benedicto XVI se centra nuevamente en las obras de caridad, que constituyen
junto con la oración y el ayuno
las típicas prácticas penitenciales de la Cuaresma. En otras ocasiones,
os he animado a esmeraros en los ratos dedicados a la oración personal,
y así a renovar el espíritu de penitencia, cuidando con más empeño las
mortificaciones que dan sabor a la existencia cristiana, y ayudando
al prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Ahora, además
de exhortaros a vivir esas manifestaciones del espíritu cristiano, deseo
centrarme en una de las tradicionales obras de misericordia espiritual,
que san Josemaría nos enseñó a valorar y a la que el Santo Padre otorga
un relieve especial: la práctica de la corrección fraterna, que Jesucristo
mismo recomendó a sus discípulos: si tu hermano peca (...), vete
y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano[6].
Esta manifestación de
caridad no se queda en una enseñanza aislada. Ya en el Antiguo Testamento
se recoge repetidas veces y, por ejemplo, se aconsejaba: reprende
al sabio, y te cobrará amor; da consejos al sabio, y se hará más sabio;
enseña al justo, y aumentará su formación[7].
Y en otro lugar: quien guarda la instrucción camina hacia la vida;
mas quien abandona la corrección, anda perdido[8].
En el Nuevo Testamento, siguiendo la predicación del Maestro, se concreta
aún más cómo ha de ser esta urgencia de fina fraternidad, que sostiene
a los demás para caminar derechamente hacia Dios. San Pablo advierte
que ha de ejercitarse con espíritu de mansedumbre[9];
viendo en la otra persona, no a un enemigo, sino a un hermano[10].
Hace notar también la Escritura que toda corrección, al momento,
no parece agradable sino penosa, pero luego produce fruto apacible de
justicia en los que en ella se ejercitan[11].
Y el apóstol Santiago concluye: hermanos míos, si alguno de vosotros
se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte
a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus
muchos pecados[12].
No cabe olvidar que san Josemaría, al llegar a un Centro, después de
preguntar si había algún enfermo, añadía: ¿estáis contentos?,
¿se vive la corrección fraterna?
Desgraciadamente, a
pesar de tanta insistencia por parte del Señor, sirviéndose también
de los Apóstoles, de muchos santos, de nuestro Padre, esta obra de caridad
espiritual es ignorada por bastantes cristianos. El Papa se lamenta
de este hecho. Deseo recordar escribe
un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido:
la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy
somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad
en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi
por completo respecto a la responsabilidad espiritual con los hermanos.
No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades
verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se
interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de
su alma, por su destino último[13].
Gracias a Dios, en esta
porción de la Iglesia que es la Prelatura del Opus Dei no
porque nos consideremos mejores se ama y se vive
esta práctica tan evangélica. Con una luz especial de Dios, que le llevaba
a profundizar en algunas enseñanzas de la Sagrada Escritura, nuestro
Fundador la practicó personalmente y la enseñó a otros desde los comienzos.
Afirmaba que tiene entraña evangélica[14];
y añadía que es siempre una prueba de sobrenatural cariño y de
confianza, que además hace paladear el regusto
de la primitiva cristiandad[15].
Tanto valoraba san Josemaría
esta costumbre evangélica, que no cejó hasta conseguir que la Santa
Sede al aprobar definitivamente el espíritu de la
Obra en 1950 aceptara que también el Fundador y
sus sucesores en el gobierno del Opus Dei pudieran
beneficiarse de este medio de santificación, del que se sirve el Espíritu
Santo para mejorar a las almas. Lo contaba a sus hijos, con enorme sencillez:
cuando presenté en la Santa Sede nuestros Estatutos (...), al
hablar de la corrección fraterna al Padre, siempre me pusieron una dificultad:
¿cómo va a ser corregido el que hace cabeza? ¡No se le puede decir nada!
Yo no me conformaba; y les explicaba: ¿cómo van a dejarme a mí, que
soy un pobre hombre, y a los que me sigan, que serán mejores que yo,
pero también unos pobres hombres, sin gozar de este medio de santidad?
Al practicar esta Costumbre, hondamente cristiana, los que hacen la
corrección fraterna aunque les cueste y tengan que vencerse
y los que la reciben aunque les duela y tengan que ser humildes
poseen un medio de santidad maravilloso, que arranca del Evangelio.
Este razonamiento les convenció[16].
Nuestro Fundador dejó
muy claro el modo de hacer y recibir la corrección fraterna. Nos hablaba
de las normas de prudencia y caridad con que es preciso
obrar en todo momento, de modo que verdaderamente sea un instrumento
de santificación propia y ajena. En primer lugar, siempre ha de ser
expresión clara de caridad sobrenatural y de cariño humano, de interés
por la santidad propia y la de los demás. San Josemaría era diáfano:
la corrección fraterna afirmaba
(...) ha de estar llena de delicadeza ¡de caridad! en la
forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios[17].
Porque, como explica el Papa en su mensaje, lo que anima la reprensión
cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la
mueve es siempre el amor y la misericordia[18].
Con este claro principio,
en la Obra, antes de advertir a alguno con una corrección fraterna,
se consulta su oportunidad. Además de cerciorarse de la rectitud de
intención que mueve a hablar a ese hermano, podrán sugerirnos la manera
de llevarla a cabo, teniendo en cuenta las circunstancias concretas
de cada caso, de modo que efectivamente sirva de ayuda a quien la recibe.
Se asegura así que este medio de servir a los demás sea en todo momento
una muestra neta de prudencia y delicadeza, de respeto a los otros.
Me conmueve el pensamiento de la rectitud con que procedía nuestro Padre,
en todos los ambientes. Si alguna persona se quejaba de otra, o de algún
comportamiento, siempre preguntaba: ¿ha hablado usted con el interesado?
Hágalo, añadía, que así le impulsará a cambiar, si es preciso.
Recordemos a todos los
cristianos que estamos llamados a poner en práctica esta recomendación
de Nuestro Señor; sin olvidar, como el Santo Padre apunta en su mensaje,
que se trata de algo muy desconocido en los momentos actuales. Por desgracia,
con frecuencia, la gente habla mal de otros a sus espaldas, sin atreverse
a manifestar cara a cara, con sentido sobrenatural, las faltas o defectos
que deberían corregir. Y así, el vicio de la murmuración causa estragos
en la convivencia familiar y en la sociedad.
Empeñémonos en redescubrir
por parte de todos la importancia de la lealtad, virtud humana fundamental
en las relaciones de unos con otros, en la vida social, profesional,
etc. En este sentido, la práctica de la corrección fraterna con las
necesarias medidas de prudencia y caridad resulta particularmente necesaria.
San Josemaría, con realismo sobrenatural, afirmaba que todos estamos
llenos de defectos, que cada uno de nosotros ve, contra los que procuramos
luchar; pero hay otros muchos defectos que no vemos (...), y de esos
nos indican algunos en la corrección fraterna (...). Y lo hacen porque
nos quieren, porque la nuestra es una convivencia de familia cristiana,
llena de cariño.
Convivir con todos:
y convivir quiere decir quererse, comprender, disculpar. Pero hay cosas
que aun disculpándolas no debemos pasarlas por alto; ésas son las
que debemos manifestar en la corrección fraterna a cada uno[19].
Esta recomendación de
raíz evangélica reviste particular importancia cuando está en juego
la fidelidad a Dios. Por eso, escribe el Papa, es importante recuperar
esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar.
Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano
o por simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común, en lugar de
poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar
que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien[20].
Ciertamente, ayudar a los demás en esos puntos resulta siempre difícil.
Se sufre al recibirla, porque cuesta humillarse, por lo menos al
principio. Pero, hacerla, cuesta siempre. Bien lo saben todos[21].
Y, en otro momento, añadía nuestro Padre: cuesta; más cómodo es
inhibirse; ¡más cómodo!, pero no es sobrenatural. Y de estas omisiones
darás cuenta a Dios[22].
Cuando recibáis estas
líneas estaré haciendo el curso de retiro espiritual. Os pido que encomendéis
sus frutos: que me convierta al Señor una vez más, para mejor servir
a la Iglesia, a la Obra, a mis hijas y a mis hijos, y a todas las almas;
uníos insisto a mis intenciones. Por estas mismas fechas también en
la Curia Romana se tienen los ejercicios espirituales, a los que asiste
el Papa con sus más próximos colaboradores: otro buen momento para que
redoblemos la petición por su Persona y sus intenciones, que con tanta
frecuencia os reitero. Encomendadle al Señor especialmente durante su
viaje pastoral a México y a Cuba, del 23 al 29 de marzo, para que los
frutos apostólicos sean muy abundantes.
Aunque de modo sumario,
no quiero dejar de recordaros las fiestas y aniversarios de familia
de las próximas semanas. El día 11 es el aniversario el nacimiento del
queridísimo don Álvaro, y el 23 el de su dies natalis, su marcha
a la casa del cielo. El 19 la solemnidad de san José, patrono de la
Iglesia y de la Obra. Luego viene la Anunciación de Nuestra Señora,
que este año se celebra litúrgicamente el 26 de marzo. Y el día 28 recordaremos
un nuevo aniversario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría. Con
la intercesión de nuestra Madre, si recorremos estas fechas con afanes
sinceros de mejora, las gracias de conversión propias de la Cuaresma
alcanzarán más fácilmente su objetivo.
Os confieso que a diario
me consume una impaciencia: querría ir a todos los sitios donde trabajáis.
Y me acuerdo de aquel comentario de san Josemaría: ¿y por qué se queda
en Roma?, podría preguntar alguno. Porque debo hacerlo, concluía. Y
añado yo: ¡qué cerca estaba de todas y de todos!
Con estos deseos de
profunda renovación interior y de un acrecentado afán apostólico, os
bendice
vuestro Padre
+ Javier
Roma,
1 de marzo de 2012.
[1] Misal Romano, Domingo
I de Cuaresma, Evangelio (B) (Mc 1, 15).
[2] Benedicto XVI, Discurso
en la audiencia general, 22-II-2012.
[3] San Josemaría, Es
Cristo que pasa, n. 58.
[4] Hb 10, 24.
[5] Benedicto XVI, Mensaje
para la Cuaresma 2012, 3-XI-2011.
[6] Mt 18, 15.
[7] Prv 9, 8-9.
[8] Prv 10, 17.
[9] Gal 6, 1.
[10] Cfr. 2 Ts
3, 15.
[11] Hb 12, 11.
[12] St 5, 19-20.
[13] Benedicto XVI,
Mensaje para la Cuaresma 2012, 3-XI-2011.
[14] San Josemaría,
Forja, n. 566.
[15] San Josemaría,
noviembre de 1964.
[16] San Josemaría,
Notas de una reunión familiar, 21-XI-1958.
[17] San Josemaría,
Forja, n. 147.
[18] Benedicto XVI,
Mensaje para la Cuaresma 2012, 3-XI-2011.
[19] San Josemaría,
Notas de una reunión familiar, 30-XII-1962.
[20] Benedicto XVI,
Mensaje para la Cuaresma 2012, 3-XI-2011.
[21] San Josemaría,
Forja, n. 641.
[22] Ibid., n.
146.
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