La «vocación ecológica» del ser humano


 

Intervención antes de rezar el «Angelus», Castel Gandolfo, 25 agosto 2002.

Por vocación         1. «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ... Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén» (Romanos 11, 33.36).

        Con este himno de alabanza, que nos ha vuelto a proponer la liturgia de hoy, san Pablo concluye la primera parte de la Carta a los Romanos. Ante la admirable providencia divina, que se manifiesta en la creación y en la historia, la criatura humana se siente sumamente pequeña. Al mismo tiempo, se reconoce como destinataria de un mensaje de amor que la invita a la responsabilidad. Los hombres, de hecho, son puestos por Dios como administradores de la tierra para cultivarla y custodiarla. De aquí deriva lo que podríamos llamar la «vocación ecológica», que se hace más urgente que nunca en nuestro tiempo.

Un proyecto integrado         2. Al meditar sobre esta página del apóstol Pablo, el pensamiento se dirige a la Cumbre mundial sobre el desarrollo sostenible que comienza mañana en Johannesburgo (Sudáfrica). Todos deseamos que los numerosos jefes de Estado y de gobierno presentes, así como los demás participantes logren encontrar caminos eficaces para un desarrollo humano integral, teniendo en cuenta la dimensión económica, social y ambiental. De manera cada vez más interdependiente, la paz, la justicia y la salvaguarda de la creación sólo pueden ser fruto del compromiso solidario de todos a la hora de perseguir juntos el bien común.
Santa María nos logrará la misericordia del Cielo

        Nos encomendamos ahora a la Virgen Santa. Ella participa en las alegrías y dolores, en las ansias y esperanzas de la humanidad, como sucedió hace casi cincuenta años también en Siracusa [Italia] cuando una imagen de la Virgen, custodiada ahora en un Santuario especialmente dedicado, lloró durante varios días.

        Para preparar precisamente el quincuagésimo aniversario de aquel acontecimiento extraordinario, del 29 de agosto al 1 de septiembre de 2003 la arquidiócesis de Siracusa celebra un año mariano especial. Nos unimos con gozo en la oración a la querida comunidad de Siracusa, convencidos de que las lágrimas de la Madre celeste son signo elocuente de la Divina Misericordia, a la que quisiera confiar de nuevo la Iglesia y el mundo.