Desprendimiento:
condición para seguir a Jesús I

El utilizar los bienes materiales como un medio para el desarrollo personal y el bien social, aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.

Por Pbro. Dr. Francisco Fernández Carvajal

El corazón en el Señor

        La Iglesia nos hace muchas llamadas para que nos soltemos de las cosas de esta tierra, y llenar así de Dios nuestro corazón. En una lectura de la Misa nos dice el profeta Jeremías: Bendito quien confía en el Señor, y pone en Él su confianza: Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde, en el año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. El Señor cuida del alma que tiene puesto en Él su corazón.

        Quien pone su confianza en las cosas de la tierra, apartando su corazón del Señor, está condenado a la esterilidad y a la ineficacia para aquello que realmente importa: será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará en la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspito.

Los bienes materiales son medios buenos

        El Señor desea que nos ocupemos de las cosas de la tierra, y las amemos correctamente: Poseed y dominad la tierra. Pero una persona que ame «desordenadamente» las cosas de la tierra no deja lugar en su alma para el amor a Dios. Son incompatibles el «apegamiento» a los bienes y querer al Señor: no podéis servir a Dios y a las riquezas. Las cosas pueden convertirse en una atadura que impida alcanzar a Cristo. Y si no llegamos hasta Él, ¿para qué sirve nuestra vida? «Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra» [Beato Josemaría Escrivá].

        El nos dio ejemplo: pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre. Para seguirle, nos dejó a todos una condición indispensable: cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Esta condición es también imprescindible para quienes le quieran seguir en medio del mundo. Este no renunciar a los bienes llenó de tristeza al joven rico, que tenía muchas posesiones y estaba muy apegado a ellas. ¡Cuánto perdió aquel día este hombre joven que tenía «cuatro cosas», que pronto se le escaparían de las manos!

La idolatría de las cosas

        Los bienes materiales son buenos, porque son de Dios. Son medios que Dios ha puesto a disposición del hombre desde su creación, para su desarrollo en la sociedad con los demás. Somos administradores de esos bienes durante un tiempo, por un plazo corto. Todo nos debe servir para amar a Dios –Creador y Padre– y a los demás. Si nos apegamos a las cosas que tenemos y no hacemos actos de desprendimiento efectivo, si los bienes no sirven para hacer el bien, si nos separan del Señor, entonces no son bienes, se convierten en males. Se excluye del reino de los cielos quien pone las riquezas como centro de su vida; idolatría llama San Pablo a la avaricia. Un ídolo ocupa entonces el lugar que sólo Dios debe ocupar.

        Se excluye de una verdadera vida interior, de un trato de amor con el Señor, aquel que no rompe las amarras, aunque sean finas, que atan de modo desordenado a las cosas, a las personas, a uno mismo. «Porque poco se me da –dice San Juan de la Cruz– que un ave esté asida a un hilo delgado en vez de a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no lo rompe, no volará».

        El desprendimiento aumenta nuestra capacidad de amar a Dios, a las personas y a todas las cosas nobles de este mundo.