«Cristo os ama a cada uno de vosotros personalmente»

Saludo de apertura de Juan Pablo II en la fiesta de acogida de los jóvenes.

Toronto, 25 julio 2002

Conocer la belleza de la Iglesia y proclamarla         ¡Queridos jóvenes amigos!

         1. Habéis venido a Toronto desde todos los continentes para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud. Os dirijo mi más cordial saludo. He estado esperando impacientemente este encuentro, especialmente cuando día tras día recibía en el Vaticano de todas las partes del mundo las buenas noticias sobre las numerosas iniciativas que han marcado vuestro viaje hasta aquí. Y a menudo, aun sin haberos conocido, os encomendé a cada uno de vosotros en mis oraciones al Señor. Él siempre os ha conocido y Él os ama a cada uno de vosotros personalmente.

         Con fraternal afecto saludo a los cardenales y obispos que están aquí con vosotros, en particular a monseñor Jacques Berthelet, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá, al cardenal Aloysius Ambrozic, arzobispo de esta ciudad, y al Cardenal James Francis Stafford, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos.

         A todos vosotros os digo: que los contactos con vuestros Pastores os ayuden a descubrir y apreciar cada vez más la belleza de la Iglesia, experimentada como comunión misionera.
Como Jesús con sus discípulos en el Lago de Tiberíades

        2. Al escuchar la larga lista de países de los que procedéis, hemos hecho prácticamente un viaje alrededor del mundo. En cada uno de vosotros he vislumbrado los rostros de todos vuestros jóvenes compañeros que he conocido en el curso de mis viajes apostólicos y a los cuales en una manera vosotros representáis aquí. En mi imaginación os he visto de viaje, caminando en la sombra de la Cruz del Jubileo, en esta gran peregrinación de jóvenes que, trasladándose de continente a continente, está ansiosa por reunir al mundo entero en un apretado abrazo de fe y esperanza.

         Hoy esta peregrinación hace una escala aquí, en las orillas del Lago Ontario, que nos recuerda otro lago, el Lago de Tiberíades, en cuyas orillas Jesús hizo una fascinante propuesta a sus primeros discípulos, algunos de los cuales probablemente eran jóvenes como vosotros (Cf. Juan 1, 35-42).

         El Papa, que os quiere mucho, ha venido desde lejos para escuchar nuevamente con vosotros las palabras de Jesús, que como sucedió con sus discípulos en aquel día, hace mucho tiempo, pueden encender una llama en el corazón de un joven y dar sentido a toda su vida.

         Por tanto, os invito a que aprovechéis cada uno de los momentos de esta Jornada Mundial de la Juventud, que está apenas empezando, una ocasión privilegiada en la que cada uno de vosotros escuche atentamente al Señor, con un corazón generoso y dispuesto, para llegar a ser «sal de la tierra y luz del mundo» (Cf. Mateo 5, 13-16).