Meditación del Papa en la conclusión del mes de María
Alocución que el Papa Benedicto XVI realizó como conclusión del mes mariano, durante una celebración en los Jardines Vaticanos.
Ciudad del Vaticano, 31 de mayo de 2011.
Camino
La Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
Jesús de Nazaret
Después de esta vida (5ª ed.)

Queridos hermanos y hermanas,

        estoy contento de unirme a vosotros en la oración, a los pies de la Virgen Santa, a la que hoy contemplamos en la Fiesta de la Visitación. Saludo y le doy las gracias al señor cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro, a los cardenales y obispos presentes, y a todos los que os habéis reunido aquí esta noche.

        Como conclusión del mes de Mayo, queremos unir nuestras voces a la de María, en su mismo cántico de alabanza, con Ella queremos alabar al Señor por las maravillas que continúa haciendo en la vida de la Iglesia y de cada uno de nosotros. En particular, ha sido y continúa siendo para todos nosotros, motivo de gran alegría y agradecimiento, haber comenzado este mes mariano con la memorable Beatificación de Juan Pablo II. ¡Qué gran don de gracia ha sido, para toda la Iglesia, la vida de este gran Papa! Su testimonio continúa iluminando nuestras existencias y nos empuja a ser verdaderos discípulos del Señor, a seguirlo con la valentía de la fe, a amarlo con el mismo entusiasmo con el que le dio a Él su propia vida.

        Meditando hoy la Visitación de María, nos vemos impelidos a reflexionar sobre esta valentía de la fe. Aquella a la que Isabel acoge en su casa es la Virgen que “ha creído” en el anuncio del Ángel y ha respondido con fe, aceptando con valentía el proyecto de Dios para su vida y acogiendo así, en sí misma, la Palabra eterna del Altísimo. Como destacaba mi beato Predecesor, en la Encíclica Redemptoris Mater, y mediante la fe que María ha pronunciado su “fiat”, “se ha abandonado a Dios sin reservas y 'se ha consagrado totalmente a sí misma, como esclava del Señor, en la persona y en la obra de su Hijo'” (n. 13; cfr CONC. ECUM. VAT. II, Cost. dogm. Lumen gentium, 56). Por esto Isabel, en su saludo, exclama: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45). María ha creído de verdad que “nada es imposible para Dios” (v.37) y, firme en esta confianza, se ha dejado guiar por el Espíritu Santo en la obediencia cotidiana a sus planes. ¿Cómo no desear, para nuestra vida, el mismo abandono confiado? ¿Cómo nos podremos oponer a esta felicidad que nace de una profunda e íntima familiaridad con Jesús? Por esto dirigiéndonos hoy a la “llena de gracia”, le pedimos obtener para nosotros también, de la Providencia Divina, el poder pronunciar cada día nuestro “sí” a los planes de Dios con la misma fe humilde y sincera con la que Ella pronunció el suyo. Ella que, acogiendo en sí la Palabra de Dios, se abandonó a Él sin reservas, nos conduzca a una respuesta más generosa e incondicional a sus proyectos, también cuando en ellos se nos llama a abrazar la cruz.

        En este tiempo pascual, mientras invocamos del Resucitado, el don del Espíritu Santo, encomendamos a la maternal intercesión de la Virgen, la Iglesia y el mundo entero. María Santísima que en el Cenáculo invocó con los Apóstoles al Consolador, obtenga para todos los bautizados, la gracia de una vida iluminada por el misterio del Dios crucificado y resucitado, el don de saber acoger cada vez más en la propia existencia, la señoría de Aquel que con su Resurrección ha derrotado a la muerte. Queridos amigos, sobre cada uno de vosotros, y de vuestros seres queridos, en particular, a todos los que sufren, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.