“Si conocieras el don de Dios...”
Palabras que dirigió Benedicto XVI el domingo a mediodía a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano para rezar la oración mariana del Ángelus.
Ciudad del Vaticano, domingo, 27 marzo 2010.
Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la Resurrección
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI
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Obras Completas
Santa Teresa de Jesús
Jesús de Nazaret
Después de esta vida (5ª ed.)

Queridos hermanos y hermanas:

        Este tercer domingo de Cuaresma se caracteriza por el famoso diálogo de Jesús con la mujer samaritana, narrado por el evangelista Juan. La mujer se dirigía todos los días a sacar agua de un antiguo pozo, que se remontaba a tiempos del patriarca Jacob, y ese día se encontró con Jesús, sentado, "fatigado del camino" (Juan 4, 6). San Agustín comenta: "Hay un motivo en el cansancio de Jesús... La fuerza de Cristo te ha creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado... Con la fuerza nos ha creado, con su debilidad vino a buscarnos" (In Ioannis Evangelium, 15, 2). El cansancio de Jesús, signo de su auténtica humanidad, puede ser visto como un preludio de su pasión, con la que Él llevó a cumplimiento la obra de nuestra redención. En particular, en el encuentro con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la "sed" de Cristo, que culmina con el grito en la cruz: "Tengo sed" (Juan 19, 28). Ciertamente esta sed, como el cansancio, tiene un fundamento físico. Pero Jesús, como sigue diciendo Agustín, "tenía sed de la fe de esa mujer" (In Ioannis Evangelium, 15, 11), al igual que de la fe de todos nosotros. Dios Padre le envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor, pero para ofrecernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor respeta siempre la libertad del hombre; toca a su corazón y espera con paciencia su respuesta.

        En el encuentro con la Samaritana, destaca en primer lugar el símbolo del agua, que hace clara alusión al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva para la fe en la Gracia de Dios. Este Evangelio, de hecho, como recordé en la catequesis del Miércoles de Ceniza, forma parte del antiguo camino de preparación de los catecúmenos a la iniciación cristiana, que tenía lugar en la gran Vigilia de la noche de Pascua. "El que beba del agua que yo le daré --dice Jesús--, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Juan 4,14). Este agua representa al Espíritu Santo, el "don" por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre. Quien renace en el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación real con Dios, una relación filial, y puede adorarle "en espíritu y verdad" (Juan 4,23.24), como sigue revelando Jesús a la mujer samaritana. Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios.

        Cada uno de nosotros puede ponerse en el lugar de la mujer samaritana: Jesús nos espera, especialmente en este tiempo de Cuaresma, para hablarnos al corazón, a mi corazón. Detengámonos un momento en silencio, en nuestra habitación, o en una iglesia, o en otro lugar retirado. Escuchemos su voz que nos dice: "Si conocieras el don de Dios...". Que la Virgen María nos ayude a no perder esta oportunidad, de la que depende nuestra auténtica felicidad.

[Después de rezar el Ángelus, Benedicto XVI añadió hablando en italiano:]

        Ante las noticias, cada vez más dramáticas, que llegan desde Libia, crece mi trepidación por la incolumidad y la seguridad de la población civil y mi inquietud por la evolución de la situación, actualmente marcada por el uso de las armas. En los momentos de mayor tensión se hace más urgente la exigencia de recurrir a todos los medios a disposición de la acción diplomática y apoyar toda señal por más débil que sea de apertura y de voluntad de reconciliación entre todas las partes involucradas en la búsqueda de soluciones pacíficas y duraderas

        Desde esta perspectiva, mientras elevo al Señor mi oración por la vuelta a la concordia en Libia y en toda la región norteafricana, dirijo un apremiante llamamiento a los organismos internacionales y a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares a favor del inmediato inicio de un diálogo, que suspenda el uso de las armas.

        Por último, mi pensamiento se dirige a las autoridades y a los ciudadanos de Oriente Medio, donde en días pasados se han registrado casos de violencia, para que también allí se privilegie el camino del diálogo y de la reconciliación en la búsqueda de una convivencia justa y fraterna.