La perfección es hacer la voluntad de Dios
Palabras pronunciadas por el Papa Benedicto XVI al introducir el tradicional rezo del Ángelus con los peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.
Ciudad del Vaticano, domingo 20 de febrero de 2011.
Orar
La Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
Después de esta vida (5ª ed.)

Queridos hermanos y hermanas

        En este séptimo domingo del Tiempo Ordinario, las lecturas bíblicas nos hablan de la voluntad de Dios de hacer partícipes a los hombres de su vida: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” – se lee en el Libro del Levítico (19,1). Con estas palabras, y los preceptos que se siguen de ellas, el Señor invitaba al pueblo que se había elegido a ser fiel a la alianza con Él caminando por sus caminos, y fundaba la legislación social sobre el mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18). Si escuchamos, además, a Jesús, en el que Dios asumió un cuerpo mortal para hacerse cercano a cada hombre y revelar su amor infinito por nosotros, encontramos esa misma llamada, ese mismo audaz objetivo. Dice, de hecho, el Señor: “Sed perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). ¿Pero quién podría llegar a ser perfecto? Nuestra perfección es vivir con humildad como hijos de Dios cumpliendo concretamente su voluntad. San Cipriano escribía que “a la paternidad de Dios debe corresponder un comportamiento de hijos de Dios, para que Dios sea glorificado y alabado por la buena conducta del hombre” (De zelo et livore, 15: CCL 3a, 83).

        ¿Cómo podemos imitar a Jesús? Jesús mismo dice: “Amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores; así seréis hijos del Padre que está en el cielo” (Mt 5,44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo el corazón es capaz de un nuevo inicio. Consigue cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de existencia animada por el amor y destinada a la eternidad. El apóstol Pablo añade: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16). Si somos verdaderamente conscientes de esta realidad, y nuestra vida es profundamente plasmada por ella, entonces nuestro testimonio se convierte en claro, elocuente y eficaz. Un autor medieval escribió: “Cuando todo el ser del hombre se ha, por así decirlo, mezclado con el amor de Dios, entonces el esplendor de su alma se refleja también en el aspecto exterior” (Juan Clímaco, Scala Paradisi, XXX: PG 88, 1157 B), en la totalidad de su vida. “Gran cosa es el amor – leemos en el libro de la Imitación de Cristo –, un bien que hace ligera cada cosa pesada y soporta tranquilamente toda cosa difícil. El amor aspira a subir a lo alto, sin ser entretenido por nada terreno. Nace en Dios y sólo en Dios puede encontrar reposo” (III, V, 3).

        Queridos amigos, pasado mañana, 22 de febrero, celebraremos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. A él, el primero de los Apóstoles, Cristo confió la tarea de Maestro y de Pastor para la guía espiritual del Pueblo de Dios, para que éste pueda elevarse hasta el Cielo. Exhorto, por tanto, a todos los Pastores a “asimilar ese 'nuevo estilo de vida' que fue inaugurado por el Señor Jesús y que fue hecho propio por los Apóstoles” (Carta de convocatoria del Año Sacerdotal). Invoquemos a la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos enseñe a amarnos unos a otros y a acogernos como hermanos, hijos del mismo Padre celestial.