Asia necesita a Cristo y al Evangelio
Mensaje que el Papa Benedicto XVI ha hecho llegar, a través del cardenal Stanislaw Rylko, al Congreso de Laicos Católicos de Asia, que se celebra en la catedral de Seúl (Corea del Sur). El mensaje fue leído durante la inauguración de los trabajos de este Congreso.
SEÚL, miércoles 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).
Relucen las Catedrales
El Noveno Día
El Diablo
El Santo Grial
El Sudario de Cristo
Los caminos de Jesús
El Siglo de las Reformas

A mi Venerable Hermano
Cardenal Stanislaw Rylko
Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos

        Me complace saber que el Congreso de Laicos Católicos de Asia se celebrará en Seúl del 31 de agosto al 5 de septiembre de 2010. Le pido amablemente que transmita mis saludos cordiales y buenos deseos en la oración a los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos de Asia reunidos para esta importante iniciativa pastoral promovida por el Consejo Pontificio para los Laicos. El tema elegido para el Congreso – “Proclamar a Jesucristo en Asia hoy” – es muy oportuno, y estoy seguro de que va a alentar y orientar a los fieles laicos del continente en un gozoso testimonio del Señor Resucitado y de la verdad de su santa palabra que da la vida.

        Asia, hogar de dos tercios de la población mundial, cuna de las grandes religiones y tradiciones espirituales, y lugar de nacimiento de diversas culturas, se encuentra actualmente en un proceso sin precedentes de crecimiento económico y transformación social. Los católicos de Asia están llamados a ser signo y promesa de esa unidad y comunión – la comunión con Dios y entre los hombres – que toda la familia humana pretende disfrutar y que solo Cristo hace posible. Como parte del mosaico de diferentes pueblos, culturas y religiones del continente, se les ha confiado una gran misión: la de dar testimonio de Jesucristo, el Salvador universal de la humanidad. Este es el servicio supremo y el regalo más grande que la Iglesia puede ofrecer a los pueblos de Asia, y es mi esperanza de que la presente Conferencia sirva de aliento y dirección renovadas en la asunción de este sagrado mandato.

        "Los pueblos de Asia necesitan a Jesucristo y su Evangelio. Asia tiene sed de agua viva que sólo Jesús puede dar" (Ecclesia in Asia, 50). Estas palabras proféticas del Siervo de Dios Juan Pablo II aún resuenan como una convocatoria dirigida a cada miembro de la Iglesia en Asia. Si los fieles laicos han de asumir esta misión, tienen que ser cada vez más conscientes de la gracia del bautismo y de la dignidad que les pertenece como hijos e hijas de Dios Padre, partícipes de la muerte y resurrección de su Hijo Jesús, y ungido por el Espíritu Santo como miembros del Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. En unión de mente y corazón con sus pastores, y acompañados en cada paso de su camino de fe por una sana formación espiritual y catequética, necesitan ser animados a cooperar activamente no sólo en la construcción de sus comunidades cristianas locales, sino también en la elaboración de nuevos caminos para el Evangelio en todos los sectores de la sociedad. Vastos horizontes de misión se están abriendo ya ante los laicos y las mujeres de Asia en sus esfuerzos por dar testimonio de la verdad del Evangelio; pienso en particular en las oportunidades ofrecidas por su ejemplo de amor cristiano la vida conyugal y familiar, su defensa del don divino de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, su amorosa preocupación por los pobres y los oprimidos, su disposición a perdonar a sus enemigos y perseguidores, su ejemplo de justicia, honradez y solidaridad en sus lugares de trabajo, y su presencia en la vida pública.

        El creciente número de laicos comprometidos, formados y entusiastas es, por tanto, un signo de gran esperanza para el futuro de la Iglesia en Asia. Aquí quiero destacar y agradecer el excelente trabajo de los catequistas, muchos de los cuales llevan las riquezas de la fe católica a niños y mayores, ayudando a los individuos, las familias y las comunidades parroquiales a un encuentro cada vez más profundo con el Señor Resucitado. Los movimientos apostólicos y carismáticos son también un don especial del Espíritu, ya que aportan una nueva vida y vigor a la formación de los laicos, sobre todo a las familias y a la gente joven. Las asociaciones y movimientos eclesiales dedicadas a la promoción de la dignidad humana y la justicia demuestran de forma concreta la universalidad del mensaje evangélico de nuestra adopción como hijos de Dios. Junto con los muchos individuos y grupos comprometidos con la oración y las obras de caridad, así como la contribución de los consejos pastorales y parroquiales, estos grupos juegan un papel importante para ayudar a que las Iglesias particulares de Asia se construyan en la fe y el amor, se fortalezcan en la comunión con la Iglesia universal y renueven su celo por la propagación del Evangelio.

        Por este motivo, ruego para que el actual Congreso ponga de relieve el papel indispensable de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, y desarrolle programas e iniciativas específicas para ayudarles en su tarea de anunciar a Jesucristo en Asia hoy. Estoy seguro de que las deliberaciones del Congreso harán hincapié en que la vocación y la vida cristianas deben ser vistas ante todo como una fuente de felicidad sublime y un don para ser compartido con otros. Todo católico debe ser capaz de decir con el apóstol Pablo: "Para mí el vivir es Cristo" (Fil 1:21). Aquellos que han encontrado en Jesús la verdad, la alegría y la belleza que dan sentido y dirección a sus vidas, naturalmente, desean llevar esta gracia a otros. Sin dejarse intimidar por la presencia de dificultades, o por la enormidad de la tarea en cuestión, confiarán en la presencia misteriosa del Espíritu Santo que siempre está operando en los corazones de los individuos, en sus tradiciones y culturas, abriendo misteriosamente las puertas a Cristo como "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14:6), y el cumplimiento de toda aspiración humana.

        Con estos sentimientos, invoco sobre todos los que participan en el Congreso una nueva efusión del Espíritu Santo, y de buen grado participo en la oración que acompaña estos días de estudio y discernimiento. Que la Iglesia en Asia pueda dar cada vez un testimonio más ferviente de la incomparable belleza de ser cristiano, y proclame a Jesucristo como el único Salvador del mundo. Encomendando a los presentes a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

        Desde el Vaticano, 10 de agosto de 2010

        BENEDICTUS PP. XVI