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¡Queridos hermanos y hermanas! El miércoles pasado, con el rito penitencial de las cenizas, hemos comenzado la Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el camino cuaresmal? Nos lo ilustra el Evangelio de este primer domingo, con la narración de las tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas cuenta que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, "lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días" (Lucas 4,1-2). Es evidente la insistencia en que las tentaciones no fueron un accidente de camino, sino la consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión confiada por el Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente en Él. Jesús vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con proclamaciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el Tentador, hasta la Cruz. Este ejemplo es válido para todos: podemos mejorar el mundo comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está bien en nuestra vida. De las tres tentaciones de Satanás a Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "El hombre no vive solamente de pan" (Lucas 4,3-4; cfr Deuteronomio 8,3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote me adoras. Es el engaño del poder, y Jesús desenmascara esta tentación y la rechaza: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto" (Cf. Lucas 4,5-8; Deuteronomio 6,13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús hacer un milagro espectacular: tirarse desde los altos muros del Templo y dejar que le salven los ángeles para que todos creyeran en Él. Pero Jesús responde que no hay que poner a Dios a prueba (Cf. Deuteronomio 6,16). No podemos "hacer experimentos" con la respuesta y la manifestación de Dios: ¡tenemos que creer en Él! ¡No tenemos que hacer de Dios "materia" de "nuestro experimento"! Haciendo referencia nuevamente a la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También se trata de una enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios, humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser inmortales, sin Dios. La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de "competición" espiritual que hay que vivir con Jesús, sin orgullo ni autosuficencia, más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo. Que nos ayude la Virgen María para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fecundidad este tiempo de gracia. Que interceda en particular por mí y por mis colaboradores de la Curia Romana, que en esta noche comenzaremos los ejercicios espirituales. | ||||||||||||||
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