Bienaventuranzas y justicia divina
Palabras del Papa al introducir el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, con peregrinos procedentes de los cinco continentes.
Ciudad del Vaticano, 14 de febrero de 2010.
Silos por dentro
El Gran Silencio
Los caminos de Jesús
El Siglo de las Reformas

Queridos hermanos y hermanas,

        el año litúrgico es un gran camino de fe, que la Iglesia realiza siempre precedida por la Virgen Madre María. En los domingos del Tiempo Ordinario, este itinerario está marcado este año por la lectura del Evangelio de Lucas, que hoy nos acompaña “en un paraje llano” (Lc 6,17), donde Jesús se detiene con los Doce y donde se reúne una muchedumbre de otros discípulos y de gente venida de todas partes para escucharlo. En este marco se coloca el anuncio de las “bienaventuranza” (Lc 6,20-26; cfr Mt 5,1-12). Jesús, alzados los ojos hacia sus discípulos, dice: Dichosos vosotros, los pobres... dichosos vosotros, que tenéis hambre... dichosos vosotros, que lloráis... dichosos vosotros, cuando los hombres... despreciarán vuestro nombre” por mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que estos sean saciados, alegrados, resarcidos de toda falsa acusación, en una palabra, porque les acoge desde ahora en su reino. Las bienaventuranzas se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que ensalza a quien ha estado humillado y que abaja a quien se ha ensalzado (cfr Lc 14,11). De hecho, el evangelista Lucas, después de los cuatro “dichosos vosotros”, añade cuatro admoniciones: “ay de vosotros, los ricos... ay de vosotros, que estáis saciados... ay de vosotros, que reís” y “ay, cuando todos los hombres hable bien de vosotros”, porque, como afirma Jesús, las cosas se invertirán, los últimos serán primeros y los primeros últimos” (cfr Lc 13,30).

        Esta justicia y esta bienaventuranza se realizan en el “Reino de los cielos” o “Reino de Dios”, que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos pero que está ya presente en la historia. Donde los pobres son consolados y admitidos al banquete de la vida, allí se manifiesta la justicia de Dios. Ésta es la tarea que los discípulos del Señor están llamados a llevar a cabo también en la sociedad actual. Pienso en la realidad del Albergue de la Caritas Romana en la Estación Termini, que esta mañana he visitado: de corazón animo a cuantos operan en esta benemérita institución y a cuantos, en todas partes del mundo, se empeñan gratuitamente en obras similares de justicia y de amor.

        Al tema de la justicia he dedicado este año el Mensaje de la Cuaresma, que iniciará el próximo miércoles, llamado de Ceniza. Hoy deseo, por tanto, entregarlo idealmente a todos, invitando a leerlo y a meditarlo. El Evangelio de Cristo responde positivamente a la sed de justicia del hombre, pero de modo inesperado y sorprendente. Jesús no propone una revolución de tipo social y político, sino la del amor, que ya ha realizado con su Cruz y su Resurrección. Sobre ella se fundan las Bienaventuranzas, que proponen el nuevo horizonte de justicia, inaugurado por la Pascua, gracias al cual podemos ser justos y construir un mundo mejor.

        Queridos amigos, dirijámonos ahora a la Virgen María. Todas las generaciones la proclaman “beata”, porque ha creído en la buena noticia que el Señor ha anunciado (cfr Lc 1,45.48). Dejémonos guiar por Ella en el camino de la Cuaresma, para ser liberados de la ilusión de la autosuficiencia, reconocer que tenemos necesidad de Dios, de su misericordia, y entrar así en su Reino de justicia, de amor y de paz.

[Después del Ángelus]

        En varios países de Asia, pienso, por ejemplo, en China y en Vietnam, y en muchas comunidades esparcidas por el mundo, se celebra hoy el fin de año lunar. Son días de fiesta, que esos pueblos viven como ocasión privilegiada para reforzar los vínculos familiares y generacionales. Auguro a todos a que mantengan y acrecienten la rica herencia de valores espirituales y morales, que están firmemente arraigados en la cultura de esos pueblos.