Benedicto XVI: es necesaria una gestión pública “centrada en la persona”
Intervención del Papa a los miembros de las Administraciones de la Región Lacio, de la Provincia y del Ayuntamiento de Roma, a quienes recibió en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 14 de enero de 2010 (ZENIT.org)..
Silos por dentro
El Gran Silencio
Relucen las Catedrales
El Noveno Día
El Diablo
El Santo Grial
El Sudario de Cristo
Los caminos de Jesús
El Siglo de las Reformas

Ilustres señores y gentiles señoras

        Estoy contento de encontrarles en esta tradicional cita, que nos ofrece la ocasión de intercambiarnos cordiales augurios para el nuevo año, y de reflexionar sobre la realidad de nuestro territorio, en el que desde hace 2000 años está presente el Sucesor de Pedro, como obispo de Roma y arzobispo metropolitano de la Provincia eclesiástica romana, que comprende todo el Lacio. Os estoy agradecido por esta visita y dirigo mi deferente y cordial saludo al Vicepresidente de la Junta Regional del Lacio, honorable Esterino Montino, al Alcalde de Roma, honorable Gianni Alemanno, y al Presidente de la Provincia de Roma, honorable Nicola Zingaretti, a quienes deseo expresar mi vivo agradecimiento por las corteses palabras que me han dirigido en nombre de las Administraciones que dirigen. Con ellos, saludo a los Presidentes de las respectivas Asambleas del Consejo y a todos los presentes.

        La crisis que ha afectado a la economía mundial – como se ha recordado – ha tenido consecuencias también para los habitantes y las empresas de Roma y del Lacio. Al mismo tiempo, ha ofrecido la posibilidad de volver a revisar el modelo de crecimiento perseguido estos últimos años. En la encíclica Caritas in veritate recordé que el desarrollo humano para ser auténtico debe tener en cuenta al hombre en su totalidad, y debe realizarse en la caridad y en la verdad. La persona humana, de hecho, está al centro de la acción política y su crecimiento moral y espiritual debe ser la primera preocupación para aquellos que han sido llamados a administrar la comunidad civil. Es fundamnetal que cuantos han recibido de la confianza de los ciudadanos la alta responsabilidad de gobernar las instituciones adviertan como prioritaria la exigencia de perseguir constantemente el bien común, que “no es un bien buscado por sí mismo, sino para las personas que forman parte de esa comunidad social y que sólo en ella pueden realmente y más eficazmente conseguir su bien" (Caritas in veritate, 7). Para que esto suceda, es oportuno que en las sedes institucionales se busque favorecer una sana dialéctica ya que cuanto más sean compartidos las decisiones y los procesos, tanto más estos permitirán un eficaz desarrollo para los habitantes de los territorios administrados.

        En este contexto deseo expresar mi aprecio por los esfuerzos realizados por estas Administraciones para salir al encuentro de los sectores más débiles y marginados de la sociedad, de cara a la promoción de una convivencia más justa y solidaria. Al respecto, quisiera invitaros a poner todo cuidado para que la centralidad de la persona humana y de la familia constituyen el principio inspirador de cada decisión vuestra. A él, particularmente, es necesario hacer referencia en la realización de los nuevos asentamientos de la ciudad, para que los complejos habitacionales que están surgiendo no sean sólo barrios dormitorio. Con este fin, es oportuno que se prevean esas estructuras que favorecen los procesos de socialización, evitando así que surja y se incremente la cerrazón en el individualismo y la atención exclusiva a los propios intereses, lo que es dañoso para toda convivencia humana. Respetando las competencias de las autoridades civiles, la Iglesia está contenta de ofrecer su propia contribución para que en estos barrios haya una vida social digna del hombre. Sé que en diversas zonas periféricas de la ciudad esto ya ha sucedido, gracias al empeño de la Administración del Ayuntamiento para la realización de importantes obras, y auguro que estas exigencias sean tenidas en cuenta en todas partes. Estoy contento por la consolidada colaboración existente entre las Administraciones dirigidas por vosotros y el Vicariato, en particular en lo que concierne a la construcción de nuevos complejos parroquiales que, además de ser puntos de referencia para la vida cristiana, desarrollan también una función social y educativa fundamental.

        Esta colaboración ha permitido alcanzar objetivos significativos. Al respecto, quiero recordar que en algunos barrios nuevos, donde viven en particular familias jóvenes con niños pequeños, las comunidades eclesiales, conscientes de que la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo humano (cfr Ibid., 28), han realizado los “oratorios de los pequeños”. Estas útiles estructuras permiten a los niños transcurrir las horas de la jornada, mientras sus padres trabajan. Confío en que una sinergia cada vez más fecunda entre las diversas instituciones permita el surgimiento en las zonas periféricas, como también en el resto de la ciudad, de estructuras análogas que ayuden a los jóvenes padres en su tarea educativa. Auguro también que puedan adoptarse otros procedimientos ulteriores a favor de las familias, en particular de las numerosas, para que toda la ciudad goce de la función insustituible de esta institución, primaria e indispensable célula de la sociedad.

        Dentro de la promoción del bien común, la educación de las nuevas generaciones, que constituyen en futuro de nuestra región, representa una preocupación predominante que los Administradores del ente público comparten con la Iglesia y con todas las instituciones formativas. Desde hace algunos años, la diócesis de Roma y las del Lacio están comprometidas en ofrecer su contribución para afrontar las instancias cada vez más urgentes que proceden del mundo juvenil y que piden respuestas educativas adecuadas de perfil alto. Está ante los ojos de todos la necesidad y la urgencia de ayudar a los jóvenes a proyectar su vida sobre valores auténticos, que hagan referencia a una visión “alta” del hombre y que encuentran en el patrimonio religioso y cultural cristiano una de sus expresiones más sublimes. Hoy las nuevas generaciones piden saber quién es el hombre y cuál es su destino, y buscan respuestas capaces de indicarles el camino a recorrer para fundar su existencia en valores perennes. En particular, en las propuestas formativas sobre los grandes temas de la afectividad y de la sexualidad, tan importantes para la vida, es necesario evitar proponer a los adolescentes y a los jóvenes caminos que favorezcan la banalización de estas dimensiones fundamentales de la existencia humana. Deseo, con este propósito, invitar a todos a comprender que, al pronunciar su no, la Iglesia en realidad dice sí a la vida, al amor vivido en la verdad del don de sí al otro, al amor que se abre a la vida y que no se cierra en una visión narcisista de la pareja. Ella está convencida de que sólo estas elecciones pueden llevar a un modelo de vida, en el que la felicidad es un bien compartido. Sobre estos temas, como también sobre los de la familia fundada sobre el matrimonio y sobre el respeto a la vida desde su concepción hasta su término naturañ, la comunidad eclesial no puede no ser fiel a la verdad “que, por sí sola, es garantía de libertad y de la posibilidad de un desarrollo humano integral” (Ibid., 9).

        Finalmente, no puedo dejar de exhortar a las autoridades competentes a una atención constante y coherente al mundo de la enfermedad y del sufrimiento. Las estructuras sanitarias, tan numerosas en Roma y en el Lacio, que ofrecen un importante servicio a la comunidad, deben ser lugares en los cuales se encuentren cada vez más una gestión atenta y responsable de los asuntos públicos, competencias profesionales y dedicación generosa hacia el enfermo, cuya acogida y cuidados, deben ser el sumo criterio de cuantos trabajan en ese ámbito. Toma y el Lacio, junto a las estructuras sanitarias públicas, ven desde hace siglos la presencia de las de inspiración católica, que trabajan a favor de amplias capas de la población. En ellas se intenta conjugar la competencia profesional y la atención al enfermo con la verdad y la caridad de Cristo. De hecho, inspirándose en el Evangelio, ellas se esfuerzan por acercarse a las personas que sufren con amor y esperanza, apoyando también la búsqueda de sentido e intentando proporcionar respuestas a los interrogantes que inevitablemente surgen en los corazones de cuantos viven la difícil dimensión de la enfermedad y del dolor. El hombre necesita, de hecho, ser atendido en su unidad de ser espiritual y corporal. Confío por tanto en que, a pesar de las persistentes dificultades económicas, estas estructuras puedan ser adecuadamente apoyadas en su precioso servicio.

        Gentiles Autoridades, mientras expreso mi más viva gratitud por esta cortés y agradable visita, aseguro mi cordial cercanía y mi oración por vosotros, por las altas responsabilidades que se os han confiado y por los habitantes de las realidades que administráis. Que el Señor os sostenga, os guíe y de cumplimiento a las expectativas de bien presentes en el corazón de cada uno.

        Con estos sentimientos, con afecto y benevolencia, imparto la Bendición Apostólica, extendiéndola de corazón a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma, en su provincia y en todo el Lacio.

Traducción del italiano por Inma Álvarez