|
José
María García Lahiguera
|
|
|
José
María Hernández Garnica
|
|
|
La
Aventura de la Biblia (Libro + Juego)
|
|
|
Juan
Pablo II en España y en el Mundo
|
|
|
Mis queridos hermanos
y hermanas en el Señor:
Una vez más,
una Plaza madrileña, la Plaza de Lima, nos ofrece un bello marco
para celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia públicamente ante
la sociedad y ante el mundo como "una Misa de las Familias":
de las familias de Madrid y de toda España. Así sucedió
el pasado año. Hoy, además, como una Eucaristía
de las familias de toda Europa. Me es muy grato, por ello, saludar con
afecto fraterno en el Señor a los Sres. Cardenales, Arzobispos
y Obispos de las Diócesis de España, pero, especialmente,
a los hermanos venidos de Roma y de diversos países europeos.
En un lugar destacado quisiera hacerlo con el Sr. Cardenal Prefecto
del Pontificio Consejo para las Familias, que subraya con su presencia
el valor pastoral que le merecen al Santo Padre y a sus colaboradores
más próximos nuestra iniciativa a favor de la familia.
El luminoso y siempre certero mensaje del Papa Benedicto XVI no nos
ha faltado tampoco en esta ocasión en que la Eucaristía
de las familias cristianas de España se abre a las Iglesias particulares
de Europa. Mi saludo muy cordial se dirige también a los innumerables
hermanos sacerdotes españoles y europeos, cercanos siempre a
las familias que ellos atienden y sirven con cuidadoso celo y caridad
pastorales. Nuestro más efusivo saludo va dirigido, sin embargo,
a las innumerables familias - abuelos, padres, hijos, hermanos... -
que se han sacrificado para venir a Madrid y poder celebrar en esta
fría mañana madrileña, unidos en una extraordinaria
asamblea litúrgica con los fieles de nuestra diócesis,
la Acción de Gracias eucarística con alegría jubilosa
por el inmenso don de la familia cristiana: familia que se mira en la
Sagrada Familia de Nazareth como el modelo insuperable y decisivo para
poder vivir en plenitud la riqueza de la gracia del matrimonio cristiano
en el día a día del crecer y del quehacer de la propia
familia. La familia cristiana sabe, además, que en Jesús,
María y José, encuentra el apoyo sobrenatural necesario
que le ha sido preparado amorosamente por Dios para que no desfallezca
en la realización de su hermosa vocación.
Vuestra multitudinaria
presencia, queridas familias, y vuestra participación atenta,
piadosa y activa en esta celebración eucarística habla
un claro y elocuente lenguaje: ¡queréis a vuestras familias!
¡queréis a la familia!; ¡mantenéis fresca
y vigorosa la fe en la familia cristiana!; estáis seguras, compartiendo
la doctrina de la Iglesia una, santa, católica y apostólica,
de que el modelo de la familia cristiana es el que responde fielmente
a la voluntad de Dios y, por ello, es el que garantiza el bien fundamental
e insustituible de la familia para sus propios miembros -los padres
y los hijos en eminente lugar-, para toda la sociedad y, no en último
lugar, para la Iglesia. La Iglesia es, en definitiva, la "construcción
de Dios", "en la que habita su familia", como enseña
el Vaticano II; y la familia en ella es "Iglesia doméstica"
(LG 6 y 11). Queridas familias cristianas: sois muy conscientes, incluso
en virtud de vuestras propias experiencias de la vida en el matrimonio
y en vuestra familia, de que ese otro lenguaje de los diversos modelos
de familia, que parece adueñarse, avasallador y sin réplica
alguna, de la mentalidad y de la cultura de nuestro tiempo, no responde
a la verdad natural de la familia, tal como viene dada al hombre "desde
el principio" de la creación y de que, por ello, es incapaz
de resolver la problemática tantas veces cruel y dolorosa de
los fracasos materiales, morales y espirituales que afligen hoy al hombre
y a la sociedad europea de nuestro tiempo con una gravedad pocas veces
conocida por la historia. Queridas familias: porque queréis vivir
vuestra familia en toda la verdad, la bondad y la belleza que le viene
dada por el plan salvador de Dios, estáis aquí como protagonistas
del nuevo Pueblo y de la nueva Familia de Dios, que peregrina en este
mundo hacia la Casa y la Gloria del Padre, celebrando con la Iglesia
el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, culmen y fuente de
toda la vida cristiana -y consecuentemente ¡de la verdadera vida
de vuestras familias!- como una Fiesta, iluminada por la memoria, hecha
actualidad, de la Sagrada Familia de Nazareth.
Con la Sagrada
Familia, formada por Jesús, María y José, se inicia
el capítulo de la nueva y definitiva historia de la familia:
el de la familia, que, fundada por el Creador en el verdadero matrimonio
entre el varón y la mujer, va a quedar liberada de la esclavitud
del pecado y transformada por la gracia del Redentor. Acerquémonos
pues con la mirada de la fe, clarificada por la palabra de Dios, a la
realidad de esta familia, sagrada y entrañable a la vez, que
abre a las nuestras el tiempo nuevo del amor y de la vida sin ocaso.
Llama la atención desde el primer momento de su preparación
y constitución que lo que guía y mueve a María
y a José a desposarse y acoger en su seno al Hijo, a Jesús,
es el cumplimiento de la voluntad de Dios sin condiciones; aunque, humanamente
hablando, les cueste comprenderla. María dice "Sí"
a la maternidad de su Hijo, que era nada menos que el Hijo del Altísimo.
Lo concibe por obra del Espíritu Santo, siendo Virgen y permaneciendo
Virgen. José acepta acoger a María en su casa como esposa,
castamente, sabiendo que el Hijo que lleva en sus entrañas no
es suyo, ¡es de Dios! Se abandonan a su santísima voluntad,
sabiendo que responden así a los designios inescrutables, pero
ciertos, del amor de un Dios que quiere salvar al hombre por caminos
que le sobrepasan por la magnitud infinita de la misericordia que revelan.
Son cada vez más conscientes de que a ellos se les ha confiado
la vida y la muerte terrena de un niño, que es el Hijo de Dios,
el Mesías, el Señor. Sí, sobre todo, lo sabe su
Madre María que lo acompaña, a veces desde la distancia
física, pero siempre desde una inefable cercanía del corazón
hasta el momento de la Cruz: ¡la hora de la expropiación
total del Hijo y de la Madre en aras del Amor más grande! En
la escena del adolescente Jesús, perdido y hallado por sus padres
en el Templo de Jerusalén, que nos relata hoy el Evangelio de
San Lucas, se confirmaba y se preludiaba hasta qué grado de entrega
y oblación de la vida conllevaba la aceptación amorosa
de la voluntad del Padre: "¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?". Y, aunque ellos no comprendieron del todo lo que les quería
decir, su angustia precedente quedó enternecedoramente compensada
por el Hijo: Jesús bajó con ellos a Nazareth y, bajo su
autoridad, "iba creciendo en sabiduría, estatura, y en gracia
ante Dios y ante los hombres". Y "su madre conservaba todo
esto en su corazón". De aquel amor de María y José,
amor de total entrega a Dios, y, por ello, de una fecundidad humanamente
inimaginable, ¡sobrenatural!, surge la familia en la que nace,
crece y vive el Salvador del hombre, el Autor de la Nueva Vida, el Cabeza
del Nuevo Pueblo de Dios, el Primero entre una incontable multitud de
hermanos, que habrían de configurar la nueva familia humana.
Queridas familias
cristianas de España y de toda Europa: miraos a vosotras mismas
como esposas y esposos, padres e hijos, en el límpido espejo
de ese prototipo de la nueva familia querida y dispuesta por Dios en
su plan de salvación del hombre, que es la familia de Jesús,
María y José. ¿Verdad que también vosotros
podéis certificar que, cuando todo ese edificio de íntimas
relaciones personales entre vosotros y con vuestros hijos se fundamenta
en la vivencia fiel y siempre renovada de vuestro compromiso contraído
sacramentalmente en Cristo, ante Dios y ante la Iglesia, os es posible
e incluso sencillo y gratificante configurar vuestra familia como esa
íntima comunidad de vida y amor donde se va abriendo día
a día, "cruz a cruz", el camino de la verdadera felicidad?
Entonces os sentís "como elegidos de Dios, santos y amados,
para revestiros "de la misericordia entrañable, bondad,
humildad, dulzura, comprensión". Sabéis pedir perdón
y perdonáis. Sabéis sobrellevaros y ¿os santificáis
mutuamente? Colocáis por encima de todo "el amor" que
"es el ceñidor de la unidad consumada". ¿En
quién y en dónde podrán encontrar los niños,
que van a nacer, los discapacitados, los enfermos, los rechazados...
etc., el don de la vida y del amor incondicional sino en vosotros, padres
y madres de las familias cristianas? ¿Hay quien responda mejor
y más eficazmente a las situaciones dramáticas de los
parados, de los ancianos, de los angustiados por la soledad física
y espiritual, de los rotos por las decepciones y fracasos sentimentales,
matrimoniales y familiares, que la familia verdadera, la fundada en
la ley de Dios y en el amor de Jesucristo?
En esta madrileña
Plaza de Lima, el día 2 de noviembre de 1982, el inolvidable
Juan Pablo II, declarado Venerable el pasado día 19 de diciembre
por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, celebraba una Eucaristía
memorable, convocada como "la Misa para las familias" en el
tercer día de su largo primer viaje por toda la geografía
de las Diócesis de España ¡Viaje Apostólico
inolvidable! En su vibrante homilía se encuentra un pasaje, cuya
vigorosa fuerza profética no ha perdido ni un ápice de
actualidad. Permitidme que os lo recuerde:
"Además,
según el plan de Dios, -afirmaba el Papa- el matrimonio es una
comunidad de amor indisoluble ordenado a la vida como continuación
y complemento de los mismos cónyuges. Existe una relación
inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisión de la
vida, en virtud de la cual, como enseñó Pablo VI, "todo
acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de vida".
Por el contrario, -como escribí en la Exhortación Apostólica
"Familiaris Consortio"-"al lenguaje natural que expresa
la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo
impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no
darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo
de la apertura a la vida, sino también una falsificación
de la verdad interior del amor conyugal.
Pero hay otro aspecto
aún más grave y fundamental, que se refiere al amor conyugal
como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana,
que ninguna persona o institución, privada o pública,
puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana
más inocente y débil, a la persona humana ya concebida
aunque todavía no nacida, cometería una gravísima
violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte
de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad."
Benedicto XVI nos
enseña hoy, en medio de una crisis socio-económica generalizada,
un cuarto de siglo después de la homilía de la Plaza de
Lima, en su Encíclica "Cáritas in Veritate":
"La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social
y económica... Por eso, se convierte en una necesidad social,
e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones
la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con
las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad
de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados
a establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad
de la familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer,
célula primordial y vital de la sociedad".
El panorama que
presenta la realidad de la familia en la Europa contemporánea
no es precisamente halagüeño. El preocupante diagnóstico
del estado de salud de la familia europea, que hacía en octubre
de 1999 la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los
Obispos y que, después, Juan Pablo II recogía, detallaba
y confirmaba en la Exhortación Postsinodal "La Iglesia en
Europa", se ha ido agravando más y más. La actualidad
del matrimonio y de la familia en los países europeos está
marcada por la facilitación jurídica del divorcio hasta
extremos impensables hasta hace poco tiempo y asimilables al repudio;
por la aceptación creciente de la difuminación, cuando
no de la eliminación, primero cultural y luego legal de la consideración
del matrimonio como la unión irrevocable de un varón y
una mujer en íntima comunidad de amor y de vida, abierta a la
procreación de los hijos; por el crecimiento, al parecer imparable,
de las rupturas matrimoniales y familiares con las conocidas y dramáticas
consecuencias que acarrean para la suerte y el bien de los niños
y de los jóvenes. A esta situación se ha añadido
la crisis económica, con la inevitable secuela del paro y el
desempleo como factor sobrevenido a la situación ya muy extendida
de la crisis del matrimonio y de la familia. El derecho a la vida del
niño, todavía en el vientre de su madre -del "nasciturus"-,
se ve lamentablemente suplantado en la conciencia moral de un sector
cada vez más importante de la sociedad, y en la legislación
que la acompaña y la estimula, por un supuesto derecho al aborto
en los primeros meses del embarazo. La vida de las personas con discapacidades
varias, de los enfermos terminales y de los ancianos, sin un entorno
familiar que las cobije, se ve cada vez más en peligro. Un panorama
a primera vista oscuro y desolador. Sólo a primera vista. En
el trasfondo alumbran los signos luminosos de la esperanza cristiana:
¡Aquí estáis vosotras, las queridas familias cristianas
de España y de toda Europa, para dar testimonio de esa esperanza
y corroborarla. Con el "sí" gozoso a vuestro matrimonio
y a vuestra familia, sentida y edificada cristianamente como representación
viva del amor de Dios -amor de oblación y entrega, ofrecido y
fecundo también en "vuestra carne"- y con vuestro "sí"
al matrimonio y a la familia como "el santuario de la vida"
y fundamento de la sociedad, estáis abriendo de nuevo el surco
para el verdadero porvenir de la Europa del presente y del futuro. Europa,
sin vosotras, queridas familias cristianas, se quedaría prácticamente
sin hijos o, lo que es lo mismo, sin el futuro de la vida. Sin vosotras,
Europa se quedaría sin el futuro del amor, conocido y ejercitado
gratuitamente; se quedaría sin la riqueza de la experiencia del
ser amado por lo que se es y no por lo que se tiene. El futuro de Europa,
su futuro moral, espiritual e, incluso, biológico, pasa por la
familia realizada en su primordial y plena verdad. ¡El futuro
de Europa pasa por vosotras, queridas familias cristianas!
Habéis recibido
el gran don de poder vivir vuestro matrimonio y vuestra familia cristianamente,
siguiendo el modelo de la Familia de Nazareth, y, con el don, una grande
y hermosa tarea : la de ser testigos fieles y valientes, con obras y
palabras, del Evangelio de la vida y de la familia en una grave coyuntura
histórica de los pueblos de Europa, vinculados entre sí
por la común herencia de sus raíces cristianas. Unidas
en la Comunión de la Iglesia, alentadas y fortalecidas por la
Sagrada Familia de Nazareth, por Jesús, María y José,
la podréis llevar a un buen y feliz término. ¡Sí,
con el gozo jubiloso de los que han descubierto y conocen que en Belén
de Judá, hace dos mil años, nos nació de María,
la Virgen y Doncella de Nazareth, el Mesías, el Señor,
el Salvador, lo podréis!
Amén.
|