Al presentar el documento a la prensa el 2 de mayo pasado,
el arzobispo Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio
para la Interpretación de los Textos Legislativos, afirmaba que
la «crisis de la confesión es ante todo una crisis de confesores».
Para
tratar de comprender mejor la inquietud del Papa, Zenit ha entrevistado
al padre jesuita Ivan Fucek, teólogo de la Penitenciaria Apostólica,
tribunal eclesiástico de máxima instancia para las cuestiones
de «foro interno» (asuntos de conciencia).
¿Cuál
es, desde su punto de vista, el estado por el que atraviesa la vivencia
del sacramento del perdón de Dios?
Vivimos una situación de crisis que es particularmente
fuerte en algunas iglesias locales. Por este motivo, la carta apostólica
del Papa tiene un significado particular: es un documento fuerte, pues
se trata de una intervención directa del obispo de Roma. Hay
que ver ahora cómo será recibido por los sacerdotes.
La carta, como tal, no aporta novedades desde el punto
de vista doctrinal, pero acentúa y confirma lo que ya se ha aclarado
en muchos documentos.
Se subraya la confesión personal e individual,
la confesión íntegra, que significa la remisión
de todos los pecados graves y también veniales. Implícitamente
constituye un llamamiento a los sacerdotes, que deben estar siempre
dispuestos a confesar a los fieles.
Es inconcebible que el sacerdote no esté disponible
o no tenga tiempo para confesar, pues la confesión, junto a la
Eucaristía, es la tarea principal del sacerdote. En la Penitenciaría
Apostólica enseñamos a los confesores a comportarse como
padres, amigos, maestros, médicos de alma y jueces.
De
dónde nace esta crisis del sacramento de la confesión?
Es difícil dar una respuesta. Depende de muchos
factores, aunque desde mi punto de vista hay que ir al origen. Es necesario
reconocer que muchos sacerdotes no se han preparado suficientemente
para administrar el sacramento de la penitencia y no conocen bien las
implicaciones relativas a la teología moral y al Derecho Canónico.
En la Penitenciaría Apostólica se ofrece
todos los años, en el período de Cuaresma, un curso para
nuevos sacerdotes. Hace siete años, cuando comencé a colaborar
con la Penitenciaría, había 200 inscritos; en el último
año 500 sacerdotes siguieron el curso. Cada año aumenta
esta cifra. Por una parte es una buena señal, pues se ve que
tienen hambre de conocer mejor el sacramento de la penitencia; por otra
parte, es una mala señal, pues demuestran que les falta preparación,
que han aprendido muy poco o nada en sus facultades o seminarios.
La
Confesión y la Eucaristía son dos pilares de la fe católica,
pero da la sensación de que la cultura secularizada ha tratado
de derrumbarlos. ¿Es verdad?
El Concilio Vaticano II había subrayado la
importancia de la Confesión. Después del Concilio, sin
embargo, se cedió a la secularización y se confundieron
los términos.
En nombre de un falso ecumenismo algunos siguieron el
protestantismo, de manera que casi se canceló la confesión
en beneficio de las «absoluciones colectivas» o «generales».
La carta apostólica del Santo Padre explica que equiparar las
«absoluciones colectivas» a la forma ordinaria de la celebración
del Sacramento de la Penitencia es un error doctrinal, un abuso disciplinar
y un daño pastoral.
El sacramento de la confesión, penitencia, o
reconciliación, como también se llama, es un signo inconfundible
de la Iglesia católica.
En la Eucaristía se da la presencia real de Cristo:
Jesús está presente con su divinidad y humanidad, con
alma y cuerpo. En los años pasados, algunos pusieron en duda
la presencia eucarística y prefirieron hablar de un símbolo,
pero se trata de criterios sociológicos que no tienen nada que
ver con las verdades de fe. Se trata de un error que ha pasado del protestantismo
a nuestras comunidades católicas.
Esta contaminación de la doctrina se ha dado
al mismo tiempo con el proceso de relativización y cancelación
del sentido del pecado. Sobre este argumento han hablado de manera autorizada
los papas desde tiempos de Pío XII. Mas deletéreo aún
para el sacramento de la confesión es el intento de justificar
los pecados con criterios sociológicos y psicológicos.
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