Las universidades católicas, al servicio de la misión de la Iglesia
Discurso pronunciado por el Papa Benedicto XVI, al recibir, en el Aula Pablo VI, a los profesores y estudiantes de los Ateneos Romanos Pontificios y a los participantes en la 23ª Asamblea Genera de la Federación Internacional de Universidades Católicas.
Ciudad del Vaticano, jueves 19 de noviembre de 2009.
Karol II
Vivir la Eucaristía
El Diablo
El Santo Grial
El Sudario de Cristo
Los caminos de Jesús
El Siglo de las Reformas

Señores cardenales,
venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
ilustres Rectores, Autoridades académicas y profesores,
queridos estudiantes, hermanos y hermanas

        Os acojo con alegría y os doy las gracias por haber venido ad Petri Sedem, para ser confirmados en vuestro importante y comprometido deber de la enseñanza, del estudio y de la investigación al servicio de la Iglesia y de toda la sociedad. Agradezco cordialmente al cardenal Zenon Grocholewski por las palabras que me ha dirigido presentando este encuentro, en el que recordamos dos aniversarios particulares, el 30º de la Constitución apostólica Sapientia christiana, promulgada el 15 de abril de 1979 por el Siervo de Dios Juan Pablo II, y el 60º aniversario del reconocimiento por parte de la Santa Sede del Estatuto de la Fédération Internationale des Universités Catholiques (FIUC).

        Estoy contento de hacer memoria con vosotros de estos significativos aniversarios, que me ofrecen la posibilidad de manifestar una vez más el papel insustituible de las Facultades eclesiásticas y de las Universidades católicas en la Iglesia y en la sociedad. El Concilio Vaticano II ha lo había subrayado claramente en la Declaración Gravissimum educationis, cuando exhortaba a las Facultades eclesiásticas a profundizar en los diversos sectores de las ciencias sagradas, para tener un conocimiento cada vez más profundo de la Revelación, para explorar el tesoro de la Sabiduría cristiana, favorecer el diálogo ecuménico e interreligioso, y para responder a los problemas que están surgiendo en el ámbito cultural (cfr n. 11). El mismo Documento conciliar recomendaba promover las Universidades católicas, distribuyéndolas en las diversas regiones del mundo y, sobre todo, cuidando su nivel cualitativo para formar personas versadas en el saber, preparadas para dar testimonio de su fe en el mundo y a llevar a cabo tareas de responsabilidad en la sociedad (cfr n. 10). La invitación del Concilio encontró vasto eco en la Iglesia. Hoy existen, de hecho, más de 1.300 Universidades católicas y casi 400 Facultades Eclesiásticas, difundidas en los cinco continentes, muchas de las cuales han surgido en las últimas décadas, en testimonio de una creciente atención de las Iglesias particulares por la formación de los eclesiásticos y de los laicos en la cultura y en la investigación.

        La Constitución apostólica Sapientia christiana, desde sus primeras expresiones, muestra la urgencia, aún actual, de superar la brecha existente entre la fe y la cultura, invitando a un mayor compromiso de evangelización, en la firme convicción de que la Revelación cristiana es una fuerza transformadora, destinada a permear las formas de pensar, los criterios de juicio, las normas de actuación. Es capaz de iluminar, purificar y renovar las costumbres de los hombres y sus culturas (cfr Proemio, I) y debe constituir el punto central de la enseñanza y de la investigación, además del horizonte que ilumina la naturaleza y las finalidades de toda Facultad eclesiástica. Desde esta perspectiva, mientras se subraya el deber de los cultivadores de las disciplinas sagradas de alcanzar, con la investigación teológica, un conocimiento más profundo de la verdad revelada, se anima al mismo tiempo a los contactos con los demás campos del saber para un diálogo fructífero, sobre todo con el fin de ofrecer una preciosa contribución a la misión que la Iglesia está llamada a llevar a cabo en el mundo. Después de treinta años, las líneas de fondo de la Constitución apostólica Sapientia christiana conservan aún toda su actualidad. Es más, en la sociedad de hoy, donde el conocimiento es cada vez más especializado y sectorial, pero que está cada vez más marcada por el relativismo, resulta aún más necesario abrirse a la “sabiduría” que viene del Evangelio. El hombre, de hecho, es incapaz de comprenderse plenamente a sí mismo y al mundo sin Jesucristo: sólo Él ilumina su verdadera dignidad, su vocación, su destino último y abre el corazón a una esperanza sólida y duradera.

        Queridos amigos, vuestro compromiso de servir a la verdad que Dios ha revelado participa de la misión evangelizadora de la Iglesia: es por tanto un servicio eclesial. Sapientia christiana cita, al respecto, la conclusión del Evangelio según Mateo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). Es importante para todos, docentes y estudiantes, no perder nunca de vista el fin que se persigue, el de ser instrumento del anuncio evangélico. Los años de los estudios eclesiásticos superiores se pueden comparar con la experiencia que los Apóstoles vivieron con Jesús: estando con él aprendieron la verdad, para convertirse después en anunciadores en todas partes. Al mismo tiempo es importante recordar que el estudio de las ciencias sagradas no debe separarse nunca de la oración, de la unión con Dios, de la contemplación – como lo recordé en la reciente catequesis sobre la teología monástica medieval – de lo contrario las reflexiones sobre los misterios divinos corren el riesgo de convertirse en un vano ejercicio intelectual. Toda ciencia sagrada, al final, remite a la “ciencia de los santos”, a su intuición de los misterios del Dios vivo, a la sabiduría, que es don del Espíritu Santo, y que es el alma de la "fides quaerens intellectum" (cfr Audiencia General, 21 de octubre de 2009).

        La Federación Internacional de las Universidades Católicas (FIUC) nació en 1924 por iniciativa de algunos Rectores y reconocida 25 años después por la Santa Sede. Queridos Rectores de las Universidades católicas, el 60o aniversario de la erección canónica de esta Federación vuestra es una ocasión de lo más propicia para hacer un balance de la actividad llevada a cabo y para trazar las líneas de los compromisos futuros.

        Celebrar un aniversario es dar gracias a Dios que ha guiado nuestros pasos, pero es tomar también de la propia historia ulterior empuje para renovar la voluntad de servir a la Iglesia. En este sentido, vuestro lema es también un programa para el futuro de la Federación: Sciat ut serviat, saber para servir. En una cultura que manifiesta una "falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de operar una síntesis orientativa" (Enc. Caritas in veritate, 31), las Universidades católicas, fieles a su propia identidad que hace de la inspiración cristiana un punto cualificado, están llamadas a promover una “nueva síntesis humanística” (ibid., 21), un saber que sea "sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de sus primeros principios y de sus fines últimos” (ibid., 30), un saber iluminado por la fe.

        Queridos amigos, el servicio que lleváis a cabo es precioso para la misión de la Iglesia. Mientras formulo a todos sinceros deseos para el año académico iniciado hace poco y por el pleno éxito del Congreso de la FIUC, confío a cada uno de vosotros y a las instituciones a las que representáis a la protección maternal de María Santísima, Sede de la Sabiduría, y con agrado os imparto a todos la Bendición Apostólica.