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Queridos jóvenes: Al final de esta celebración, me dirijo directamente a vosotros y ante todo os saludo con afecto. Habéis venido en gran número de todo el país y también de los países vecinos; habéis acampado aquí ayer por la tarde y habéis dormido en las tiendas, haciendo juntos una experiencia de fe y de fraternidad. Gracias por esta presencia vuestra, que me hace sentir el entusiasmo y la generosidad que son propios de la juventud. ¡Con vosotros el Papa se siente joven! Un agradecimiento particular dirijo a vuestro representante por sus palabras y por el maravilloso regalo. Queridos amigos, no es difícil constatar que en todo joven hay una aspiración a la felicidad, quizás mezclada con un sentimiento de inquietud; una aspiración que sin embargo a menudo la actual sociedad de consumo aprovecha de forma falsa y alienante. Es necesario en cambio valorar seriamente el anhelo a la felicidad que exige una respuesta verdadera y exhaustiva. A vuestra edad se realizan de hecho las primeras grandes elecciones, capaces de orientar la vida hacia el bien o hacia el mal. Por desgracia no son pocos vuestros coetáneos que se dejan atraer por espejismos ilusorios de paraísos artificiales para encontrarse después en una triste soledad. Hay también sin embargo muchos chicos y chicas que quieren transformar, como ha dicho vuestro portavoz, la doctrina en acción para dar un sentido pleno a sus vidas. Os invito a todos a mirar a la experiencia de san Agustín, que decía que el corazón de toda persona está inquieto hasta que no encuentra lo que verdaderamente busca. Y él descubrió que sólo Jesucristo era la respuesta satisfactoria al deseo, suyo y de cada hombre, de una vida feliz, llena de significado y de valor (cfr Confesiones I,1,1). Como hizo con san Agustín, el Señor sale al encuentro de cada uno de vosotros. Llama a la puerta de vuestra libertad y pide ser acogido como amigo. Os quiere hacer felices, llenaros de humanidad y de dignidad. La fe cristiana es esto: el encuentro con Cristo, Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y son ello la dirección decisiva. Y cuando el corazón de un joven se abre a sus designios divinos, no le resulta muy difícil reconocerle y seguir su voz. El Señor llama de hecho a cada uno por su nombre y quiere confiar a cada uno una misión específica en la Iglesia y en la sociedad. Queridos jóvenes, tomad conciencia de que el Bautismo os ha hecho hijos de Dios y miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. Jesús os renueva constantemente la invitación a ser sus discípulos y sus testigos. A muchos de vosotros os llama al matrimonio y la preparación a este Sacramento constituye un verdadero camino vocacional. Considerad por tanto seriamente la llamada divina a construir una familia cristiana y que vuestra juventud sea el tiempo de construir con sentido y responsabilidad vuestro futuro. ¡La sociedad necesita familias cristianas, familias santas! Si después el Señor os llama a seguirle en el sacerdocio ministerial o en la vida consagrada, no dudéis en responder a su invitación. En particular, en este Año Sacerdotal, os hago un llamamiento a vosotros, jóvenes: estad atentos y disponibles a la llamada de Jesús a ofrecer la vida al servicio de Dios y de su pueblo. La Iglesia, también en este país, necesita numerosos y santos sacerdotes y personas totalmente consagradas al servicio de Cristo, Esperanza del mundo. ¡La esperanza! Esta palabra, sobre la que vuelvo a menudo, se conjuga precisamente con la juventud. ¡Vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia! Esta espera que vosotros os hagáis mensajeros de la esperanza, como sucedió el año pasado, en Australia, para la Jornada Mundial de la Juventud, gran manifestación de fe juvenil, que pude vivir personalmente y a la que algunos de vosotros tomasteis parte. Muchos más podréis venir a Madrid en agosto de 2011. Os invito desde ahora a esta gran reunión de los jóvenes con Cristo en la Iglesia. Queridos amigos, gracias una vez más por vuestra presencia y gracias por vuestro regalo: el libro con las fotos que cuentan la vida de los jóvenes en vuestras diócesis. Gracias también por el signo de vuestra solidaridad con los jóvenes de África, que habéis querido entregarme. El Papa os pide que viváis con alegría y entusiasmo vuestra fe; que crezcáis en unidad entre vosotros y con Cristo; que recéis y que seáis asiduos en la práctica de los sacramentos, en particular de la Eucaristía y de la Confesión; que cuidéis vuestra formación cristiana permaneciendo siempre dóciles a las enseñanzas de vuestros Pastores. Que os guíe en este camino san Wenceslao con su ejemplo y su intercesión, y que siempre os proteja la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra. ¡Os bendigo a todos con afecto! | |||||||||||||||||
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