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Beatitud, le doy las gracias por sus palabras de bienvenida. Doy también las gracias al patriarca emérito y les aseguro a ambos mis fraternos augurios y mis oraciones. Queridos hermanos y hermanas en Cristo: con alegría me reúno con vosotros en esta concatedral, donde la comunidad cristiana de Jerusalén sigue reuniéndose como lo ha hecho desde hace siglos, desde los primeros días de la Iglesia. Aquí, en esta ciudad, Pedro fue el primero en predicar la Buena Nueva de Jesucristo el día de Pentecostés, cuando cerca de tres mil almas se unieron al número de los discípulos. Aquí también los primeros cristianos "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hechos 2, 42). Desde Jerusalén el Evangelio se difundió "por toda la tierra... hasta los confines del mundo" (Salmo 19,4), y en todo tiempo el esfuerzo de los misioneros del Evangelio ha sido apoyado por la oración de los fieles, reunidos alrededor del altar del Señor, para invocar la fuerza del Espíritu Santo en la obra de la predicación. | |||||
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