Discurso del Papa en el Gran Rabinado de Jerusalén
Discurso que pronunció Benedicto XVI en el Centro "Hechal Shlomo", sede del Gran Rabinado de Jerusalén, tras haber visitado el Muro de las Lamentaciones.
Jerusalén, martes, 11 de mayo de 2009.
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Distinguidos rabinos,
queridos amigos:

        Doy las gracias por la invitación para visitar Hechal Shlomo y reunirme con ustedes durante este viaje a Tierra Santa como obispo de Roma. Agradezco al rabino sefardí Shlomo Amar y al rabino askenazi Yona Metzger sus cálidas palabras de bienvenida y el deseo expresado de continuar fortaleciendo los vínculos de amistad que la Iglesia católica y el Gran Rabinado se han forjado diligentemente en las últimas décadas. Vuestras visitas al Vaticano, en 2003 y 2005, son un signo de la buena voluntad que caracteriza el desarrollo de nuestras relaciones.

        Distinguidos rabinos, correspondo expresando mi propio respeto y estima por vosotros y vuestras comunidades. Os garantizo mi deseo de profundizar en el entendimiento mutuo y en la cooperación entre la Santa Sede, el Gran Rabinado de Israel y el pueblo judío en todo el mundo.

        Desde el inicio de mi pontificado ha sido para mí un motivo de satisfacción el fruto producido por el diálogo que tiene lugar entre la delegación de la comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los judíos y la delegación del Gran Rabinado de Israel para las Relaciones con la Iglesia católica. Deseo agradecer a los miembros de ambas delegaciones su dedicación y el duro trabajo para implementar esta iniciativa, tan deseada por mi venerado predecesor, el papa Juan Pablo II, como él mismo afirmó en el Gran Jubileo del año 2000.

        Nuestro encuentro de hoy es una ocasión muy apropiada para agradecer al Omnipotente las muchas bendiciones que han acompañado el diálogo conducido por la comisión bilateral, y para mirar con esperanza a sus futuras sesiones. La buena voluntad de los delegados para discutir abierta y pacientemente no sólo los puntos de acuerdo, sino también los puntos de discordancia, ha allanado el camino para lograr una colaboración más efectiva en la vida pública. Judíos y cristianos están preocupados por asegurar el respeto por la sacralidad de la vida humana, la centralidad de la familia, una profunda educación de los jóvenes, la libertad de religión y de conciencia para una sociedad sana. Estos temas de diálogo no representan más que la fase inicial de lo que esperamos sea un sólido y progresivo camino hacia una mejor comprensión recíproca.

        Una indicación de las posibilidades de esta serie de encuentros se ha visto ya en nuestra preocupación compartida frente al relativismo moral y a las ofensas que produce contra la dignidad de la persona humana. Al afrontar las cuestiones éticas más urgentes de nuestros días, nuestras dos comunidades se encuentran ante el desafío de comprometer a las personas de buena voluntad con el nivel de la razón, presentando al ismo tiempo los fundamentos religiosos que sostienen de la mejor manera los perennes valores morales. Que el diálogo iniciado continúe generando ideas sobre cómo es posible que cristianos y judíos puedan trabajar juntos para elevar la consideración de la sociedad por las contribuciones características de nuestras tradiciones religiosas y éticas. Aquí, en Israel, los cristianos, dado que constituyen solamente una pequeña parte de la población total, valoran de modo particular las oportunidades de diálogo con sus vecinos judíos.

        La confianza es, innegablemente, un elemento esencial para un diálogo efectivo. Hoy tengo la oportunidad de repetir que la Iglesia católica está irrevocablemente comprometida en el camino escogido por el Concilio Vaticano II para una auténtica y duradera reconciliación entre cristianos y judíos. Como ha aclarado la declaración Nostra Aetate, la Iglesia sigue valorando el patrimonio espiritual común de cristianos y judíos, y desea una comprensión mutua cada vez más profunda y el respeto a través de los estudios bíblicos y teológicos, así como a través de los diálogos fraternos. ¡Que los siete encuentros de la comisión bilateral que ya han tenido lugar entre la Santa Sede y el Gran Rabinado sean una prueba de ello! Expreso mi reconocimiento por vuestra afirmación recíproca de que la amistad entre la Iglesia católica y el Gran Rabinado seguirá creciendo en el respeto y comprensión en el futuro.

        Amigos, expreso una vez más mi profundo aprecio por la bienvenida que me habéis dirigido hoy. Confío ne que que nuestra amistad siga sirviendo de ejemplo de confianza en el diálogo para los judíos y cristianos de todo el mundo. Al ver los resultados alcanzados hasta ahora, e inspirándonos en las Sagradas Escrituras, podemos esperar con confianza en una cooperación cada vez más intensa entre nuestras comunidades --junto con todas las personas de buena voluntad-- para condenar el odio y la opresión en todo el mundo. Pido a Dios, que escruta nuestros corazones y conoce nuestros pensamientos (Salmo 139, 23), que siga iluminándonos con su sabiduría, y así podamos seguir sus mandamientos de amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Deuteronomio 6,5) y de amar al prójimo como a nosotros mismos (Lv 19,18). ¡Gracias!