Discurso del Papa a los representantes musulmanes de Jerusalén
Discurso que pronunció Benedicto XVI a los representantes musulmanes, en el edificio de "al-Kubbah al-Nahawiyya", tras haber visitado la Cúpula de la Roca, en la Explanada de las Mezquitas, el monumento islámico más antiguo de Tierra Santa, donde había sido acogido por el gran muftí Muhammad Ahmad Hussein.
Jerusalén, martes, 12 de mayo de 2009.
Orar
Obras Completas
Santa Teresa de Jesús
Creer y amar con Benedicto XVI
José Luis García labrado
Alexia: alegría y heroísmo en la enfermedad
Miguel Angel Monge
La esencia del cristianismo
Romano Guardini
La Virgen Nuestra Señora (26ª ed.)
Jesús de Nazaret
Después de esta vida (5ª ed.)

Queridos amigos musulmanes:

        As-salámu ‘aláikum! ¡Paz a vosotros!

        Agradezco cordialmente al gran muftí, Muhammad Ahmad Hussein, junto al director del Waqf Islámico de Jerusalem, el jeque Mohammed Azzam al-Khatib al-Tamimi, y al jefe del Awquaf Council, el jeque Abdel Azim Salhab, las palabras de bienvenida que me han ofrecido en vuestro nombre.g

        Estoy profundamente agradecido por la invitación para visitar este lugar sagrado y quiero ofreceros mis respetos a vosotros y a los líderes de la comunidad islámica de Jerusalén.

        La Cúpula de la Roca lleva a nuestros corazones y a nuestras mentes a reflexionar sobre el misterio de la creación y la fe de Abraham.

        Aquí se cruzan los caminos de las tres grandes religiones monoteístas del mundo, recordándonos lo que tienen en común.

        Cada una de ellas cree en un Dios, creador y director de todo; reconoce como antepasado a Abraham, por encima de todo un hombre de fe, a quien Dios bendijo especialmente.

        Cada una ha ganado muchos seguidores a través de los siglos y ha inspirado un rico patrimonio espiritual, intelectual y cultural.

        En un mundo tristemente desgarrado por las divisiones, este lugar sirve como estímulo y también desafía a hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar para superar los malentendidos y los conflictos del pasado y emprender el camino de un diálogo sincero encaminado a la construcción de un mundo de justicia y paz para las generaciones venideras.

        Desde las enseñanzas de las tradiciones religiosas que afectan, en última instancia, a la realidad de Dios, el sentido de la vida y el destino de la humanidad - es decir, a todo lo más sagrado y querido para nosotros - puede existir la tentación de participar en este diálogo con reticencia o escepticismo sobre sus posibilidades de éxito

        Sin embargo, podemos empezar con la convicción de que el único Dios es la fuente de la justicia y la gracia, ya que en Él las dos existen en perfecta unidad.

        A aquellos que confiesan su nombre se les encomienda la tarea de luchar sin descanso por la justicia mientras imitan su perdón, por lo que están intrínsecamente orientados a la coexistencia pacífica y armoniosa de la familia humana.

        Por esta razón, es primordial que los que adoran al Dios Uno muestren que están hechos para la unidad de toda la familia humana.

        En otras palabras, la fidelidad al Dios Uno, el creador, el más alto, conduce a reconocer que los seres humanos están fundamentalmente interrelacionados, ya que todos deben su existencia a una única fuente y apuntan a un objetivo común.

        Impresos con la indeleble imagen de lo divino, están llamados a jugar un papel activo en la reparación de las divisiones y en la promoción de la solidaridad humana.

        Esto supone una gran responsabilidad para nosotros. Los que veneramos al Dios Uno creemos que Él pedirá cuentas a los seres humanos por sus acciones.

        Los cristianos afirmamos que los dones divinos de la razón y la libertad se encuentran en la base de esa responsabilidad.

        La razón abre la mente para entender la naturaleza y el destino común de la familia humana, mientras que la libertad lleva al corazón a aceptar al otro y a servirle con caridad.

        El amor indiviso por el Dios Uno y la caridad hacia el prójimo se convierten en el eje alrededor del cual gira todo lo demás.

        Ésta es la razón por la que trabajamos incansablemente para proteger los corazones humanos del odio, la ira o la venganza.

        Queridos amigos, he venido a Jerusalén en un día de fe. Agradezco a Dios por esta ocasión para encontrarme con vosotros como obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro, pero también como niño de Abraham, por quien "todas las familias de la Tierra encuentran bendición" (Génesis 12, 3; cf. Romanos 4, 16-17).

        Os aseguro el ardiente deseo de la Iglesia de cooperar para el bienestar de la familia humana. Ésta cree firmemente que el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham es universal, que abarca a todos los hombres y mujeres independientemente de su procedencia o status social.

        Mientras musulmanes y cristianos promueven el respetuoso diálogo que han comenzado, rezo para que examinen cómo la unidad de Dios está indisolublemente ligada a la unidad de la familia humana.

        En la entrega a su plan de amor para la creación, en el estudio de las leyes inscritas en el cosmos y en el corazón humano y en la reflexión sobre el misterioso don de la revelación de Dios, podrán todos sus seguidores seguir manteniendo su mirada fija en su bondad absoluta, sin perder nunca de vista la forma en la que se refleja en los rostros de los demás.

        Con estos pensamientos, pido humildemente al Todopoderoso que os conceda la paz y que bendiga a toda la estimada población de esta región.

        Podemos intentar vivir en espíritu de armonía y cooperación tomando ejemplo del Dios Uno con un servicio generoso de los unos a los otros. ¡Gracias!