Juan Pablo II reza por los cristianos ortodoxos y la paz en Tierra Santa
Palabras que pronunció Juan Pablo II al concluir la celebración de la eucaristía ante una quince mil personas en la isla de Ischia, antes de rezar la oración mariana del «Regina Caeli».

Palabras antes de rezar el «Regina Caeli». ISLA DE ISCHIA, 5 mayo 2002.

Se unen en verdad el cielo y la tierra

        ¡Queridos hermanos y hermanas!

        1. Al final de esta solemne celebración eucarística, dirigimos la mirada a María, «Tota Pulchra», toda bella, la criatura por la que Dios salió al encuentro de la humanidad en la forma más sublime. María es el Arca de la Alianza en la que se encuentran la tierra y el cielo: la naturaleza humana y la naturaleza divina en la Persona del Hijo de Dios. En vuestra isla espléndida, don y signo de la belleza de Dios, ¡cuántas iglesias y capillas le han sido dedicadas! ¡Con cuantos títulos, amados por la piedad popular, invocáis a María!

Rezando el Santo Rosario

        2. En ella se refleja el rostro luminoso de Cristo. Si le seguimos dócilmente, la Virgen nos conduce a Jesús. Durante el mes de mayo, que acabamos de comenzar, en la escuela y en compañía de María, podemos recorrer un auténtico camino contemplativo a través del rezo del Rosario. Esta tradicional práctica es seguramente una ayuda sumamente válida para contemplar los misterios de la vida de Cristo.

        Y hablando del Rosario, mi pensamiento se dirige a la ciudad de Pompeya, que se levanta a poca distancia de aquí. En ella, el beato Bartolo Longo quiso dedicar a la Virgen del Santo Rosario un templo, que se ha convertido en el corazón mariano de la Campania, conocido en el mundo entero. Al sobrevolar los cielos de esta bella Región, he pensado con fervoroso cariño en aquel querido Santuario, donde, si Dios quiere, espero poder volver a dirigirme.

Un clamor de oración por Tierra Santa

        3. Vivimos en estos días la alegría del tiempo pascual. Mi pensamiento se dirige a nuestros hermanos orientales que hoy celebran, según su calendario, la fiesta de Pascua. Nos unimos de corazón a su regocijo por la resurrección de Cristo, pidiendo a nuestro Señor común que los cristianos puedan experimentar cuanto antes la alegría de la plena unidad.

        Tengo siempre en el corazón la difícil situación que atraviesan muchas poblaciones del mundo. Quisiera presentar a la Virgen la petición de seguridad y de paz que se eleva con insistencia desde tantos lugares, especialmente desde Tierra Santa. Os invito a rezar conmigo a la Virgen para que sean cumplidas esas sentidas invocaciones.

        Confío también a María las poblaciones de la Campania, en particular a los fieles de Ischia, que la honran como «Castellana» de la isla. Que la Iglesia de Ischia, con la ayuda de María, sea un faro resplandeciente de fe y de caridad cristiana.