“La Iglesia debe dar testimonio de comunión ante el mundo”
Intervención de Benedicto XVI al recibir en audiencia a los miembros de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias Orientales Ortodoxas, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 30 de enero de 2009.
Sombra y Luz I
La cultura de la vida
Un regalo del cielo
Pedro Antonio Urbina

Queridos hermanos en Cristo

        Extiendo mi cálida bienvenida a todos vosotros, miembros de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias Orientales Ortodoxas. Al final de esta semana de trabajo dedicado podemos dar juntos gracias al Señor por vuestro firme compromiso en la búsqueda de la reconciliación y la comunión en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

        Es más, cada uno de vosotros contribuye a esta tarea no sólo con la riqueza de su propia tradición, sino también con el compromiso de las Iglesias implicadas en este diálogo para superar las divisiones del pasado y para reforzar el testimonio unido de los Cristianos ante los enormes desafíos que deben afrontar los creyentes hoy.

        El mundo necesita un signo visible del misterio de la unidad que existe entre las tres divinas Personas y que, hace dos mil años, con la Encarnación del Hijo de Dios, se nos ha revelado. La tangibilidad del mensaje del Evangelio es transmitida perfectamente por Juan, cuando declara su intención de expresar lo que ha oído y lo que sus ojos han visto y sus manos han tocado, para que todos puedan estar en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn 1:1-4). Nuestra comunión a través de la gracia del Espíritu Santo en la vida que une al Padre y al Hijo tiene una dimensión perceptible en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, "la plenitud del que lo llena todo en todos" (Ef 1:23), y tenemos el deber de trabajar para que se manifieste esta dimensión esencial de la Iglesia en el mundo.

        Vuestro sexto encuentro ha dado importantes pasos precisamente en el estudio de la Iglesia como comunión. El propio hecho de que el diálogo haya continuado en el tiempo y que cada año sea acogido por una de las diversas Iglesias a las que representáis es en sí mismo un signo de esperanza y de ánimo. Sólo necesitamos volver la mirada al Oriente Medio -de donde muchos de vosotros procedéis- para ver que se necesitan con urgencia semillas de esperanza en un mundo herido por la tragedia de la división, el conflicto y el inmenso sufrimiento humano.

        La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos acaba de concluir con la ceremonia en la Basílidca dedicada al gran apóstol Pablo, en la que muchos de vosotros estuvisteis presentes. Pablo fue el primer gran campeón y teólogo de la unidad de la Iglesia. Sus esfuerzos y luchas estaban inspiradas por la permanente aspiración de mantener una visible, no meramente exterma, sino real y plena comunión entre los discípulos del Señor. Por tanto, por intercesión de Pablo, pido que Dios os bendiga a todos vosotros, y a todas las Iglesias y pueblos a los que representáis.