Tres comunicados de Benedicto XVI
Palabras del Santo Padre al finalizar la audiencia ante miles de peregrinos, congregados en el Aula Pablo VI.
Ciudad del Vaticano, 28 de enero de 2009.
La auténtica educación para la Ciudadanía
La cultura de la vida
Un regalo del cielo
Pedro Antonio Urbina

        Antes de los saludos a los peregrinos italianos, tengo aún tres comunicados que hacer.

El primero:

        He recibido con alegría la noticia de la elección del metropolita Kiril como nuevo Patriarca de Moscú y de Todas las Rusias. Invoco sobre él la luz del Espíritu Santo para un generoso servicio a la Iglesia ortodoxa rusa, confiandolo a la especial protección de la Madre de Dios.

El segundo

        En la homilía pronunciada con ocasión de la solemne inauguración de mi Pontificado decía que es “explícito” deber del Pastor “la llamada a la unidad”, y comentando las palabras evangélicas relativas a la pesca milagrosa dije: “aunque había tantos peces, la red no se rompió”, proseguí tras estas palabras evangélicas: “Ay de mí, amado Señor, ésta --la red-- ahora está rota, quisiéramos decir con dolor”. Y continué: “Pero no -¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no decepciona y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que tú has prometido... No permitas, Señor, que tu red se rompa y ayudanos a ser servidores de la unidad”.

        Precisamente en cumplimiento de este servicio a la unidad, que califica de modo específico mi ministerio de Sucesor de Pedro, he decidido hace días conceder la remisión de la excomunión en que habían incurrido los cuatro obispos ordenados en 1988 por monseñor Lefebvre sin mandato pontificio. He cumplido este acto de misericordia paterna, porque repetidamente estos Prelados me han manifestado su vivo sufrimiento por la situación en la que se encontraban. Auguro que a este gesto mío siga el solícito empeño por su parte de llevar a cabo ulteriores pasos necesarios para llegar a la plena comunión con la Iglesia, dando testimonio así de fidelidad verdadera y verdadero reconocimiento del magisterio y de la autoridad del Papa y del Concilio Vaticano II.

La tercera comunicación.

        En estos días en los que recordamos la Shoah, me vuelven a la memoria las imágenes recogidas en mis repetidas visitas a Auschwitz, uno de los lager en los que se consumó la brutal masacre de millones de hebreos, víctimas inocentes de un ciego odio racial y religioso. Mientras renuevo con afecto la expresión de mi total e indiscutible solidaridad con nuestros Hermanos destinatarios de la Primera Alianza, auguro que la memoria de la Shoah induzca a la humanidad a reflexionar sobre el imprevisible poder del mal cuando conquista el corazón del hombre. Que la Shoah sea para todos advertencia contra el olvido, contra la negación o el reduccionismo, porque la violencia hecha contra un solo ser humano es violencia contra todos. Ningún hombre el una isla, ha escrito un conocido poeta. Que la Shoah enseñe especialmente tanto a las viejas como a las nuevas generaciones que sólo el fatigoso camino de la escucha y del diálogo, del amor y del perdón, conduce a los pueblos, las culturas y las religiones del mundo al deseado encuentro de la fraternidad y de la paz en la verdad. ¡Nunca más la violencia humille la dignidad del hombre!