El Papa habla sobre la experiencia espiritual a través de la música
Intervención del Papa al término del concierto celebrado en la Capilla Sixtina, con motivo del 85 cumpleaños de su hermano, monseñor Georg Ratzinger, el sábado 17 de enero, en el que participó el coro de la catedral de Ratisbona.
Ciudad del Vaticano, 17 de enero de 2009.
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Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio
estimado obispo Gerhard Ludwig,
distinguidos invitados de Ratisbona,
estimados músicos del querido Domspatzen
querido Georg,
estimados amigos de lengua italiana:

        Escuchando hace un momento la Misa en do menor de Mozart, recordaba cuando, en el lejano 1941, por iniciativa de mi querido hermano Georg, nos dirigimos juntos al Festival de Salzburgo. Pudimos entonces asistir a algunos conciertos espléndidos y entre ellos, en la Basílica de la abadía de San Pedro, a la ejecución de la Misa en do menor. Fue un momento inolvidable, el culmen espiritual, diría, de aquella excursión cultural nuestra. Precisamente por ello ha sido para nosotros motivo de particular alegría, con ocasión del cumpleaños de mi hermano, poder volver a escuchar esta magnífica y profunda composición sacra del gran hijo de la ciudad de Salzburgo, Wolfgang Amadeus Mozart. También en nombre de mi hermano, os agradezco por este estupendo regalo que nos ha permitido revivir momentos de extraordinaria intensidad espiritual y artística.

        Querido Georg, queridos amigos, han pasado ya casi 70 años desde cuando tomaste la iniciativa de ir juntos a Salzburgo, y en la espléndida iglesia de la abadía de San Pedro, escuchamos juntos la Misa en do menor de Mozart. Aunque yo entonces era un simple muchacho, me dí cuenta contigo de que habíamos vivido algo distinto a un simple concierto: había sido música en oración, oficio divino, en el que habíamos podido captar algo de la magnificencia y de la belleza del mismo Dios, y nos había impresionado. Después de la guerra volvimos otras veces a Salzburgo para escuchar la Misa en do menor, y es por esto que está inscrita profundamente en nuestra biografía interior. La tradición pretende que Mozart compuso esta Misa para cumplir un voto: en agradecimiento por sus bodas con Constanze Weber. Así se explican también los importantes solos de la soprano, en los que Constance era llamada a poner voz a la gratitud y a la alegría -gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam-, gratitud por la bondad de Dios que le había impactado. Desde un punto de vista estrictamente litúrgico se podría objetar que estos grandes solos se alejan un poco de la sobriedad de la liturgia romana, pero por contra se puede uno preguntar: ¿No sentimos acaso la voz de la esposa, de la Iglesia, de la que nos ha hablado hace un momento monseñor Gerhard Ludwig? ¿No es quizás precisamente la voz de la esposa, que hace resonar en ellos su propia alegría de ser amada por Cristo y su propio amor, y así nos lleva como Iglesia viva ante Dios, en su gratitud y su alegría? Mozart expresó con la grandeza de esta música y de esta Misa, que supera toda individualidad, su personalísimo agradecimiento. En esta hora, junto a ti, querido Georg, hemos agradecido a Dios, en la armonía de esta Misa, por los 85 años de vida que Él te ha dado. El profesor Hommes, en la publicación preparada para este concierto, ha subrayado con vigor que la gratitud expresada en esta Misa no es una gratitud superficial, expresada con ligereza por un hombre del Rococó, sino que en esta Misa encuentra expresión también toda la intensidad de su lucha interior, de su búsqueda del perdón, de la misericordia de Dios y después, de estas profundidades, se eleva radiante más que nunca la alegría en Dios.

        Los 85 años de tu vida no han sido siempre fáciles. Cuando naciste, acababa de terminar la inflación y la gente, también nuestros padres, habían perdido todos sus ahorros. Después vino la crisis económica mundial, la dictadura nazi, la guerra, la prisión. Después, con nueva esperanza y alegría, en una Alemania destruida y desangrada, empezamos nuestro camino. Y tampoco ahí faltaron difíciles paredes escarpadas y túneles oscuros, pero siempre hemos sentido la bondad de Dios que te ha llamado y guiado. Desde el principio, muy pronto, se manifestó en ti esta doble vocación: a la música y al sacerdocio, una abrazaba a la otra, y así fuiste guiado en tus pasos y recorriste tu camino, hasta que la Providencia te dio el cargo en Ratisbona, con el Regensburger Domspatzen, en el que has podido servir sacerdotalmente a la música y transmitir al mundo y a la humanidad la alegría por la existencia de Dios a través de la belleza de la música y del canto. También allí tuviste muchas penas --cada prueba es una fatiga, podemos intuirlo y lo sabemos; también otras fatigas...--. Pero después, cuando el coro resonaba brillante y llevaba al mundo la alegría, la belleza de Dios, todo volvía a ser grande y hermoso. Por esto hoy damos gracias al buen Dios, junto a ti, por su providencia, y también te damos las gracias, porque has empleado todas tus fuerzas, tu disciplina, tu alegría, tu fantasía y tu creatividad en estos treinta años con los Regensburger Domspatzen, llevándonos siempre de nuevo a Dios.

        Naturalmente, y sobre todo, estamos también contentos en este momento, porque este coro desde hace mil años sin interrupción canta la alabanza a Dios en la catedral de Ratisbona, y aun siendo el coro de iglesia más antiguo del mundo, es sin embargo joven, y con fuerza y belleza jóvenes nos ha cantado las alabanzas de Dios. A vosotros, queridos Domspatzen, un cordial «Vergelt's Gott», al maestro de capilla, a todos, de modo particular a la orquesta y a los solistas que nos han devuelto el sonido original de los tiempos de Mozart. Un cordial agradecimiento a todos vosotros.

        Y dado que la vida humana es siempre incompleta, mientras estamos en camino, en todo agradecimiento humano siempre hay expectativa, esperanza y oración; y así rezamos al buen Dios para que te dé, querido Georg, aún años buenos en que puedas seguir viviendo la alegría de Dios y la alegría de la música, y en los que puedas servir aún a los hombres como sacerdote. Y le pedimos que nos permita a todos, un día, entrar en el concierto celeste, para experimentar definitivamente la alegría de Dios.

        Mientras renuevo en nombre de los huéspedes de lengua italiana un ferviente agradecimiento a los promotores y a los realizadores de esta bellísima iniciativa, auguro que la espléndida música que hemos escuchado, en el contexto único de la Capilla Sixtina, contribuya a profundizar nuestra relación con Dios, sirva para reavivar en nuestro corazón la alegría que brota de la fe, para que cada uno llegue a ser testigo convencido en su propio ambiente cotidiano. Y naturalmente, un gran gracias al Obispo y al capítulo de la catedral y a todos aquellos que han contribuido a la realización de este concierto. Con estos sentimientos imparto a todos con afecto la Bendición Apostólica.