El tiempo visto con los ojos de Dios
Palabras que dirigió Benedicto XVI desde la ventana de su estudio el domingo a mediodía a los miles de peregrinos congregados en la plaza de san Pedro del Vaticano para rezar la oración mariana del Ángelus.
Ciudad del Vaticano, 30 noviembre 2008.
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Pedro Antonio Urbina

Queridos hermanos y hermanas:

        Comenzamos hoy, con el primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo, que siempre ejerce sobre nosotros una gran fascinación. Siguiendo el ejemplo de lo que le gustaba hacer a Jesús, desearía comenzar con una constatación muy concreta: todos decimos "nos falta tiempo", pues el ritmo de la vida cotidiana se ha hecho para todos frenético.

        También en este sentido la Iglesia tiene una "buena noticia" que ofrecer: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, no sabemos o, a veces, no queremos encontrar ese tiempo. Pues bien, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! Ésta es la primera cosa que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una emoción siempre nueva.

        Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y sus obras de salvación para abrirla a la eternidad, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo es ya en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre, que como sucede con lo demás, es capaz de valorar o por el contrario de estropear; de acoger su significado, o de descuidar con superficialidad obtusa.

        El tiempo tiene tres pilares que marcan el ritmo de la historia de la salvación: al inicio está la creación, en el centro la encarnación-redención, y al final la "parusía", la venida final, que comprende también el juicio universal.

        Ahora bien, estos tres momentos no deben ser comprendidos simplemente como una sucesión cronológica. De hecho, la creación se encuentra ciertamente en el origen de todo, pero es también continua y tiene lugar durante todo el desarrollo del devenir cósmico hasta el final de los tiempos.

        Del mismo modo, si bien la encarnación-redención acaeció en un determinado momento histórico, el período del paso de Jesús sobre la tierra, sigue extendiendo su radio de acción a todo el tiempo precedente y al posterior.

        A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron en la cruz de Cristo una decisiva anticipación, ejercen su influjo sobre la conducta de los hombres de todas las épocas.

        El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: en primer lugar, nos invita a despertar la espera en el regreso glorioso de Cristo; luego, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo hecho hombre por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente a nuestra vida.

        Qué oportuno es, por tanto, el llamamiento de Jesús, que en este primer domingo se nos propone con fuerza: "¡Velad!" (Marcos 13,33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también "a todos", pues cada quien, en la hora que sólo Dios sabe, será llamado a rendir cuentas de su propia existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad efectiva con el prójimo y, sobre todo, una humilde confianza en las manos de Dios, nuestro Padre, tierno y misericordioso.

        La Virgen María, Madre de Jesús, es imagen del Adviento. Invoquémosla para que nos ayude a convertirnos en prolongación de humanidad para el Señor que llega.

[Tras rezar el Ángelus el Papa continuó diciendo:]

        El 30 de noviembre se celebra la fiesta del apóstol san Andrés, hermano de Simón Pedro. Ambos fueron, en primer lugar seguidores de Juan el Bautista y, después del bautismo de Jesús en el Jordán, se convirtieron en sus discípulos, reconociendo en él al Mesías. San Andrés es patrón del patriarcado de Constantinopla, de manera que la Iglesia de Roma se siente ligada a la constantinopolitana por un vínculo de especial fraternidad. Por este motivo, según la tradición, en esta feliz ocasión, una delegación de la Santa Sede, guiada por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha ido de visita al patriarca ecuménico Bartolomé I. De todo corazón, le saludo y le transmito mis mejores deseos para él y para los fieles del patriarcado, invocando sobre todos la abundancia de las bendiciones del cielo.

        Quisiera invitaros a uniros en la oración por las numerosas víctimas tanto de los ataques terroristas de Bombay, en la India, como de los enfrentamientos estallados en Jos, Nigeria, así como por los heridos y por todos los que de cualquier manera han quedado afectados. Las causas y circunstancias de esos trágicos sucesos son diferentes, pero debe ser común el horror y el rechazo de tanta violencia cruel e insensata. Pidamos al Señor que toque el corazón de quienes creen que éste es el camino para resolver los problemas locales e internacionales, y sintámonos todos impulsados a dar ejemplo de mansedumbre y de amor para construir una sociedad digna de Dios y del hombre.