En nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Pidamos la Bendición de María
Augusta Reina de las Victorias
oh Soberana del Cielo y de la Tierra,
en cuyo nombre se alegran los cielos y tiemblan los abismos,
oh Reina gloriosa del Rosario,
nosotros devotos hijos tuyos,
recogidos en tu Templo de Pompeya,
en este día solemne,
rebosamos el amor de nuestro corazón
y con confianza de hijos
te expresamos nuestras miserias.
Desde el Trono de clemencia,
donde estás sentada Reina,
dirige, oh María,
tu mirada piadosa
sobre nosotros,
sobre nuestras familias,
sobre Italia,
sobre Europa,
sobre el mundo.
Compadécete
de los afanes y tribulaciones que amargan nuestra vida.
¡Mira, oh Madre, cuántos peligros en el alma y en el
cuerpo,
cuántas calamidades y aflicciones nos apremian.
Oh Madre,
Implora para nosotros la misericordia de Tu Hijo divino
y vence con la clemencia el corazón de los pecadores.
Son hermanos nuestros e hijos tuyos
que cuestan la sangre del dulce Jesús
y entristecen su sensibilísimo Corazón.
Muéstrate a todos cual eres,
Reina de paz y de perdón.
Ave
María
Es verdad que nosotros, somos los primeros que, a pesar de ser tus
hijos, con los pecados volvemos a crucificar en nuestro corazón
a Jesús y traspasamos y herimos nuevamente tu corazón.
Lo confesamos: somos merecedores de los castigos más duros,
pero tú recuerda que, en el Gólgota, recogiste, con
la Sangre divina,
el testamento del Redentor moribundo,
que te declaraba Madre nuestra,
Madre de los pecadores,
Tú pues, como Madre nuestra,
Eres nuestra Abogada,
nuestra esperanza.
Y nosotros, gimiendo, extendemos nuestras manos suplicantes hacia
ti,
gritando: ¡Misericordia!
Oh Madre buena,
ten piedad de nosotros,
de nuestras almas,
de nuestras familias,
de nuestros parientes,
de nuestros amigos,
de nos nuestros difuntos,
sobre todo de nuestros enemigos
y de tantos que dicen que son cristianos
y, sin embargo, ofenden el Corazón amable de su Hijo.
Piedad hoy imploramos
por las naciones descarriadas,
por toda Europa,
por todo el mundo,
para que arrepentido vuelva a tu Corazón.
Misericordia para todos ¡oh Madre de Misericordia!
Ave
María
¡Dígnate benévolamente exaudirnos, oh María!
Jesús ha colocado en tus manos todos los tesoros de Sus gracias
y de Sus Misericordias.
Tú estás sentada, coronada Reina, a la derecha de tu
Hijo, resplandeciente de gloria inmortal sobre todos los Coros de
los Ángeles.
Tú extiendes tu dominio, cuán extendidos los cielos,
y a ti la tierra y todas las criaturas están sometidas.
Tú eres la omnipotente por gracia, tú, pues, puedes
ayudarnos.
Si tú no quisieras ayudarnos, porque somos hijos ingratos y
no merecemos tu amparo, no sabríamos a quién dirigirnos.
Tu corazón de Madre no permitirá ver perdidos a nosotros,
a tus hijos.
El Niño que vemos en tu regazo y el místico Rosario
- la mística Corona - que admiramos en tu mano, nos inspiran
confianza en que seremos exaudidos.
Y nosotros confiamos plenamente en ti, nos abandonamos como débiles
hijos entre los brazos de la más tierna de las madres, y hoy
mismo, esperamos de ti las anheladas gracias.
Ave
María
Una última gracia te pedimos ahora, oh Reina, que no nos puedes
negar en este día solemnísimo.
Concédenos a todos tu amor constante y, en especial tu maternal
bendición.
No nos separaremos de ti hasta que no nos hayas bendecido.
Bendice, oh María, en este momento al Sumo Pontífice.
A los antiguos esplendores de tu corona, a los triunfos de tu Rosario,
por los cuales se te denomina como Reina de las Victorias, añade
también éste, oh Madre: concede el triunfo de la Religión
y la paz a la sociedad humana.
Bendice a nuestros Obispos, Sacerdotes y, en particular, a todos aquellos
que celan el honor de tu Santuario.
Bendice en fin a todos los asociados a tu Templo de Pompeya y a cuantos
cultivan y promueven la devoción al Santo Rosario.
Oh Rosario bendito
de María, dulce Cadena que nos une con Dios, vínculo
de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación
contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común
naufragio, no te dejaremos jamás.
Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía.
Para ti el último beso de la vida que se apaga.
Y el último susurro de nuestros labios será tu suave
nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes.
Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el
cielo. Amén
SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida y dulzura y esperanza nuestra:
Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y, después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce
Virgen María!
V. Ruega por
nosotros santa Madre de Dios,
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas
de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.