Sobre la universalidad de la salvación, el racismo, accidentes de tráfico y guerra en Georgia
Intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo, 17 de agosto, al presidir la oración mariana del Ángelus, junto a los peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
Castel Gandolfo, 17 de agosto 2008.
La esencia del cristianismo
Romano Guardini
El torrente oculto
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Vencer el miedo
Magdi Allam

Queridos hermanos y hermanas:

        En este vigésimo domingo del tiempo ordinario, la liturgia nos propone reflexionar sobre las palabras del profeta Isaías: "En cuanto a los extranjeros adheridos al Señor para su servicio... yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración... Porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos" (Isaías 56,6-7). El apóstol Pablo también hace referencia a la universalidad de la salvación en la segunda lectura, así como la página del Evangelio que narra el episodio de la Cananea, una extranjera para los judíos, a quien Jesús escuchó a causa de su gran fe. La Palabra de Dios nos ofrece de este modo la oportunidad de reflexionar sobre la universalidad de la misión de la Iglesia, constituida por pueblos de toda raza y cultura. Precisamente de aquí procede la gran responsabilidad de la comunidad eclesial, llamada a ser casa hospitalaria para todos, signo e instrumento de comunión para toda la familia humana.

        ¡Qué importante es, sobre todo en nuestro tiempo, que toda comunidad cristiana profundice cada vez más en esta conciencia, para ayudar también a la sociedad civil a superar toda posible tentación de racismo, intolerancia, exclusión, y a organizarse con opciones respetuosas de la dignidad de todo ser humano! Una de las grandes conquistas de la humanidad es precisamente la superación del racismo. Por desgracia, sin embargo, se registran nuevas manifestaciones preocupantes del mismo, ligadas con frecuencia a problemas sociales y económicos, que sin embargo nunca pueden justificar el desprecio y la discriminación racial. Recemos para que por doquier crezca el respeto por toda persona, junto a la conciencia responsable de que sólo con la recíproca acogida de todos es posible construir un mundo marcado por una auténtica justicia y paz verdadera.

        Hoy quisiera proponer otra intención de oración, dadas las noticias que llegan, especialmente en este período, de numerosos accidentes de carretera. ¡No debemos acostumbrarnos a esta triste realidad! Es demasiado precioso el bien de la vida humana y demasiado indigno del hombre morir o quedar inválido por causas que, en la mayor parte de los casos, podrían evitarse. Ciertamente es necesario un mayor sentido de responsabilidad. Ante todo por parte de los automovilistas, pues los accidentes se deben con frecuencia a la excesiva velocidad y a comportamientos imprudentes. Conducir un automóvil en las carreteras públicas exige sentido moral y sentido cívico. Para promover este último es indispensable la obra constante de prevención, vigilancia y represión por parte de las autoridades. Por otra parte, como Iglesia, nos sentimos directamente interpelados a nivel ético: los cristianos tienen que hacer ante todo un examen de conciencia personal sobre su propia conducta de automovilistas; las comunidades, además, deben educar a todos para considerar también la circulación como un campo en el que hay que defender la vida y ejercer concretamente el amor al prójimo.

        Encomendemos los problemas sociales que he recordado a la maternal intercesión de María, a quien ahora invocamos rezando el Ángelus.