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¡Queridos hermanos y hermanas! Cada día la Iglesia ofrece a nuestra consideración uno o más santos y beatos a los que invocar e imitar. En esta semana, por ejemplo, recordamos algunos muy queridos por la devoción popular. Ayer, san Juan Eudes, quien frente al rigorismo de los jansenitas --estamos en el siglo XVII-- promovió una tierna devoción, cuyas fuentes inextinguibles indicó en los sagrados corazones de Jesús y de María. Hoy recordamos a Bernardo de Claraval, a quien el Papa Pío VIII llamó "doctor melifluo" porque destacaba en "hacer destilar de los textos bíblicos el sentido que se encontraba escondido en ellos". A este místico, deseoso de vivir sumergido en el "valle luminoso" de la contemplación, los acontecimientos le llevaron a viajar por Europa para servir a la Iglesia, en las necesidades de su tiempo y para defender la doctrina cristiana. Ha sido definido también como "doctor mariano", no porque haya escrito muchísimo sobre la Madre de Dios, sino porque supo captar su papel esencial en la Iglesia, presentándola como el modelo perfecto de la vida monástica y de toda forma de vida cristiana. Mañana recordaremos a san Pío X, que vivió en un periodo histórico atormentado. De él Juan Pablo II dijo, cuando visitó su pueblo natal en 1985: "Luchó y sufrió por la libertad de la Iglesia y por esta libertad ofreció su disposición para sacrificar privilegios y honores, para afrontar incomprensiones y burlas, pues valoraba esta libertad como garantía última para la integridad y la coherencia de la fe (Enseñanzas de Juan Pablo II, VIII, 1, 1985, página 1818) El próximo viernes estará dedicado a la María Virgen Reina, memoria instituida por el siervo de Dios Pío XII en 1955, y que la renovación litúrgica querida por el Concilio Vaticano II ha puesto como complemento de la festividad de la Asunción, ya que ambos privilegios forman un único misterio. El sábado, finalmente, rezaremos a santa Rosa de Lima, primera santa canonizada del continente latinoamericano, del que es la principal patrona. Santa Rosa solía repetir: "Si los hombres supieran qué es vivir en gracia, no se asustarían de ningún sufrimiento y sufrirían con gusto cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia". Murió a los 31 años en 1617, tras una breve existencia llenas de privaciones y sufrimientos, en la fiesta del apóstol san Bartolomé, del que era muy devota, porque había sufrido un martirio particularmente doloroso. Queridos hermanos y hermanos, día tras día la Iglesia nos ofrece la posibilidad de caminar en compañía de los santos. Escribía Hans Urs von Balthasar que los santos constituyen el comentario más importante del Evangelio, su actualización en el día a día, y por tanto representan para nosotros una vía real de acceso a Jesús. El escritor Jean Guitton los describía como "los colores del espectro en relación con la luz", porque con tonalidades y acentos propios cada uno de ellos refleja la luz de la santidad de Dios. ¡Qué importante y provechoso es, por tanto, el empeño por cultivar el conocimiento y la devoción de los santos, junto a la cotidiana meditación de la Palabra de Dios y el amor filial hacia la Virgen! El periodo de las vacaciones constituye ciertamente un tiempo útil para repasar la biografía y los escritos de algunos santos o santas en particular, pero cada día del año nos ofrece la oportunidad de familiarizarnos con nuestros patronos celestiales. Su experiencia humana y espiritual muestra que la santidad no es un lujo, no es un privilegio de unos pocos, una meta imposible para un hombre normal; en realidad, es el destino común de todos los hombres llamados a ser hijos de Dios, la vocación universal de todos los bautizados. La santidad se ofrece a todos; naturalmente no todos los santos son iguales: son de hecho, como he dicho, el espectro de la luz divina. Y no es necesariamente un gran santo el que posee carismas extraordinarios. Muchos de sus nombres sólo Dios los conoce, porque en la tierra han llevado una existencia aparentemente normalísima. Y precisamente son estos santos "normales" los santos que Dios habitualmente quiere. Su ejemplo testifica que, sólo cuando se está en contacto con el Señor, se llena uno de su paz y de su alegría y de este modo es posible difundir por todas partes serenidad, esperanza y optimismo. Considerando precisamente la variedad de sus carismas, Bernanos, gran escritor francés que siempre estuvo fascinado por la idea de los santos --cita a muchos en sus novelas-- destaca que "cada vida de santo es como un nuevo florecimiento de primavera". ¡Que esto nos suceda también a nosotros! ¡Dejémonos atraer por la fascinación sobrenatural de la santidad! Que nos obtenga esta gracia María, la reina de todos los santos, madre y refugio de los pecadores! | |||||||||||||||||
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