Justicia, solidaridad y fraternidad en las relaciones internacionales
Discurso que dirigió Benedicto XVI a los embajadores de Tanzania, Uganda, Liberia, Chad, Bangladesh, Bielorrusia, República de Guinea, Sri Lanka y Nigeria.
Ciudad del Vaticano, 29 mayo 2008.
El último cruzado
Louis de Wohl
Dentro de cinco horas veré a Jesús
Jacques Fesch
El torrente oculto
Ronald A. Knox
Vencer el miedo
Magdi Allam

Excelencias:

        Con gran alegría os doy la bienvenida en el momento de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países: Tanzania, Uganda, Liberia, Chad, Bangladesh, Bielorrusia, República de Guinea, Sri Lanka y Nigeria. Os doy las gracias por las gentiles palabras que me habéis dirigido en nombre de vuestros jefes de Estado. Os pido que les transmitáis mi deferente saludo y mis mejores deseos para sus personas y para la elevada misión que realizan al servicio de su nación. Mi saludo se dirige también a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas. Vuestra presencia hoy me da asimismo la ocasión para expresar a las comunidades católicas presentes en vuestros países mi afecto y para asegurarles mis oraciones, para que sigan testimoniando con fidelidad y entrega a Cristo, a través del anuncio del Evangelio y de los múltiples compromisos al servicio de todos sus hermanos en humanidad.

        En el mundo de hoy los responsables de las naciones tienen un papel importante, no sólo en su propio país, sino también en las relaciones internacionales para que toda persona, allí donde vive, pueda beneficiarse de condiciones de vida decentes. Por este motivo, la medida primordial en materia política es la búsqueda de la justicia para que siempre se respeten la dignidad y los derechos de todo ser humano, y para que todos los habitantes de un país puedan participar en la riqueza nacional. Lo mismo sucede a nivel internacional.

        Ahora bien, la comunidad humana también está llamada a ir más allá de la simple justicia, manifestando su solidaridad a los pueblos más pobres, con la preocupación de una mejor distribución de las riquezas, permitiendo en particular a los países que cuentan con bienes en su suelo o en su subsuelo beneficiarse en primer lugar. Los países ricos no pueden apropiarse, por ellos mismos, de lo que procede de otras tierras. Es un deber de justicia y de solidaridad el que la comunidad internacional vigile sobre la distribución de los recursos, prestando atención a las condiciones propicias para el desarrollo de los países que más lo necesitan.

        Asimismo, más allá de la justicia, es necesario desarrollar también la fa fraternidad para edificar sociedades armoniosas en las que reinen la concordia y la paz, para resolver los eventuales problemas que surjan a través del diálogo y la negociación, y no a través de la violencia en todas sus formas, que sólo puede afectar a los seres humanos más débiles y pobres.

        La solidaridad y la fraternidad revelan, en definitiva, el amor fundamental que debemos dispensar a nuestro prójimo, pues toda persona que tiene una responsabilidad en la vida pública está llamada a hacer que su misión sea, ante todo, un servicio a todos sus compatriotas y más en general a todos los pueblos del planeta.

        Por su parte, las Iglesias locales no dejan de hacer todos los esfuerzos posibles para ofrecer su contribución al bienestar de sus compatriotas, en ocasiones en situaciones difíciles. Su deseo más sentido es continuar incansablemente con el servicio al hombre, a todo hombre, sin discriminación alguna.

        Vuestros jefes de Estado os acaban de confiar una misión ante la Santa Sede que, por su parte, presta particular atención al bien de las personas y de los pueblos. Al final de nuestro encuentro, señores embajadores, os presento mis mejores deseos para que el servicio que estáis llamados a desempeñar en el marco de la vida diplomática. Que el Altísimo os apoye a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos vuestros compatriotas en la edificación de una sociedad pacífica, y que sobre cada uno de vosotros descienda la abundancia de las bendiciones divinas.