Evangelizar es sembrar alegría
Intervención que pronunció Benedicto XVI antes y después de rezar el domingo la oración mariana del «Regina Caeli» junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 27 abril 2008.
El último cruzado
Louis de Wohl
Dentro de cinco horas veré a Jesús
Jacques Fesch
Vencer el miedo
Magdi Allam

Queridos hermanos y hermanas:

        Acaba de concluir en la Basílica de San Pedro la celebración en la que he ordenado a 29 nuevos sacerdotes. Todos los años constituye un momento de especial gracia y de gran fiesta: savia renovada penetra en el tejido de la comunidad, tanto de la eclesial como de la ciudadana. Si bien es verd! ad que la presencia de los sacerdotes es indispensable para la vida de la Iglesia, también es preciosa para todos. En los Hechos de los Apóstoles se lee que el diácono Felipe llevó el Evangelio a una ciudad de Samaria, la gente acogió con entusiasmo su predicación, viendo también los prodigios que realizaba con los enfermos, «y hubo una gran alegría en aquella ciudad» (8, 8). Como he recordado a los nuevos presbíteros en la celebración eucarística, este es el sentido de la misión de la Iglesia y en particular de los sacerdotes: ¡sembrar en el mundo la alegría del Evangelio! Donde Cristo es predicado con la fuerza del Espíritu Santo y es acogido con espíritu abierto, la sociedad, a pesar de que tenga muchos problemas, se convierte en «ciudad de la alegría», retomando el título de un famoso libro referido a la obra de la Madre Teresa de Calcuta. Este es, por tanto, mi deseo para los nuevos sacerdotes, por quienes os invito a rezar: ¡que puedan difundir, allí donde estén destinados, la alegría y al esperanza que surgen del Evangelio!

        En realidad, éste es también el mensaje que he llevado en los días pasados a los Estados Unidos de América, con un viaje apostólico que llevaba por lema estas palabras: «Christ our Hope - Cristo nuestra esperanza». Doy las gracias porque ha bendecido abundantemente esta singular experiencia misionera y me ha permitido ser instrumento de la esperanza de Cristo para esa Iglesia y para la de ese país. Al mismo tiempo, le doy las gracias porque yo mismo he sido confirmado en la esperanza por los católicos estadounidenses: he visto una gran vitalidad y la voluntad decidida de vivir y testimoniar la fe en Jesús. El miércoles próximo, durante la audiencia general,! quiero detenerme más ampliamente ha repasar mi visita a Estados Unidos.

        Hoy muchas Iglesias orientales celebran, según el calendario juliano la gran solemnidad de la Pascua. Deseo expresar a estos hermanos y hermanas nuestros mi fraterna cercanía espiritual. Les saludo cordialmente, pidiendo al Dios uno y trino que les confirme en la fe, les llene de la luz resplandeciente que surge de la resurrección del Señor y que les consuele en las situaciones difíciles en las que con frecuencia tienen que testimoniar el Evangelio. Invito a todos a unirse conmigo en la invocación de la Madre de Dios para que el camino del diálogo y de la colaboración, emprendido desde hace tiempo, lleve pronto a una comunión más completa entre todos los discípulos de Cristo para que sean un signo cada vez más luminoso de la esperanza de toda la humanidad.