«Cristo, Señor de la vida y de la muerte»
Intervención de Benedicto XVI al rezar el domingo la oración mariana del Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 9 marzo 2008.
Jesús de Nazaret
La pasión de Cristo (DVD)
Mel Gibson
Vía Crucis para niños (y no tan niños)
Guillermo Urbizu

Queridos hermanos y hermanas:

        En nuestro itinerario de Cuaresma hemos llegado al quinto domingo, caracterizado por el Evangelio de la resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45). Se trata del último gran «signo» realizado por Jesús, tras el cual los sumos sacerdotes reunieron al Sanedrín y decidieron matar incluso al mismo Lázaro, que era la prueba viviente de la divinidad de Cristo, Señor de la vida y de la muerte.

        En realidad, esta página del Evangelio muestra a Jesús como verdadero Hombre y verdadero Dios. Ante todo, el evangelista insiste en su amistad con Lázaro y con las hermanas Marta y María. Subraya que Jesús les amaba (Cf. Juan 11, 5), y por este motivo quiso realizar el gran prodigio. «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle» (Juan 11, 11), dijo a sus discípulos, expresando con la metáfora del sueño el punto de vista de Dios sobre la muerte física: Dios la ve como un sueño, del que se puede despertar. Jesús demostró un poder absoluto ante esta muerte: puede verse cuando devolvió la vida al joven hijo de la viuda de Naím (Cf. Lucas 7, 11-17) y a la niña de doce años (Cf. Marcos 5, 35-43). De ella dijo precisamente: «No ha muerto; está dormida» (Marcos 5,39), provocando burlas entre los presentes. Pero es precisamente así: la muerte del cuerpo es un sueño del que Dios nos puede despertar en cualquier momento.

        Este señorío sobre la muerte no impidió a Jesús experimentar sincera "com-pasión" por el dolor de la lejanía. Viendo llorar a Marta y María y a cuantos habían venido a consolarle, también Jesús «se conmovió interiormente, se turbó» y «se echó a llorar» (Juan 11, 33.35). El corazón de Cristo es divino-humano: en él Dios y Hombre se han encontrado perfectamente, sin separación y sin confusión. Él es la imagen, más aún, la encarnación del Dios que es amor, misericordia, ternura paterna y maternal, del Dios que es Vida. Por este motivo declaró solemnemente a Marta: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás». Y añadió: «¿Crees esto?» (Juan 11, 25-26).

        Una pregunta que Jesús nos dirige a cada uno de nosotros; una pregunta que ciertamente nos supera, supera nuestra capacidad de comprensión y nos pide que nos encomendemos a Él como él se encomendó a su Padre.

        La respuesta de Marta es ejemplar: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Juan 11, 27). Sí, ¡Señor! Nosotros también creemos, a pesar de nuestras dudas y de nuestras oscuridades; creemos en Ti, porque Tú tienes palabras de vida eterna; queremos creer en Ti, que nos das una esperanza confiable de vida más allá de la vida, de vida auténtica y llena en tu Reino de luz y de paz.

        Encomendamos nuestra oración a María Santísima. Que su intercesión refuerce nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús, especialmente en los momentos de mayor prueba y dificultad.