«Transfigurados en la esperanza»
Intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 17 febrero 2008.
Jesús de Nazaret
Padre Pio (DVD)
Carlo Carlei
Dicen que ha resucitado
Vittorio Messori
Vía Crucis para niños (y no tan niños)
Guillermo Urbizu

Queridos hermanos y hermanas:

        Se concluyeron ayer, aquí, en el Palacio Apostólico, los ejercicios espirituales que, como todos los años, han congregado en la oración y en la meditación al Papa y a sus colaboradores de la Curia Romana. Doy las gracias a cuantos han estado espiritualmente cerca de nosotros: que el Señor les recompense por su generosidad.

        Hoy, se! gundo domingo de Cuaresma, continuando con el camino penitencial, la liturgia, tras habernos presentado el domingo pasado el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preanuncia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su Cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, le contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad.

        De esta manera, podemos decir que estos dos domingos constituyen pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la Pascua, es más, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: de! la muerte a la vida.

        La montaña, el Tabor como el Sinaí, es el lugar de la cercanía con Dios. Es el lugar elevado respecto a la existencia cotidiana en el que se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en presencia del Señor, como Moisés y como Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del «éxodo» que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: al rezar, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a Él, adhiere con su propia voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y de este modo la luz le penetra y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. Incluso los vestidos de Jesús se vuelven blancos y resplandecientes.

        Esto recuerda al Bautismo, el vestido blanco que llevan! los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (Cf. Apocalipsis 7, 9.13). Aquí está el punto crucial: la transfiguración anticipa la resurrección, pero ésta presupone la muerte. Jesús manifiesta a los apóstoles su gloria para que tengan la fuerza de afrontar el escándalo de la cruz, y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al Reino de Dios.

        La voz del Padre, que resuena en lo alto, proclama a Jesús como su Hijo predilecto, como en el bautismo del Jordán, añadiendo: «Escuchadle» (Mateo 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirle por el camino de la cruz, llevando en el corazón como Él la esperanza de la resurrección. «Spe salvi», salvados en la esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en la esperanza».

        Dirigiéndonos ahora con la oración a María, reconocemos en ella a la criatura humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo y encomendémonos a su guía para recorrer con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.