Navidad, «misterio del amor que nunca termina de sorprendernos»
Palabras que pronunció Benedicto XVI el domingo antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 23 diciembre de 2007.
Jesús de Nazaret
La Historia de los Reyes Magos
Federico F. de Buján
Dicen que ha resucitado
Vittorio Messori

Queridos hermanos y hermanas:

        Sólo un día separa a este cuarto domingo de Adviento de la santa Navidad. Mañana por la noche nos reuniremos para celebrar el gran misterio del amor que nunca termina de sorprendernos. Dios se hizo hijo del hombre para que nos convirtiéramos en hijos de Dios. Durante el Adviento, del corazón de la Iglesi! a se ha elevado con frecuencia una imploración: «Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, que tu presencia nos llene de alegría».

        La misión evangelizadora de la Iglesia es la respuesta al grito «ven, Señor Jesús», que atraviesa toda la historia de la salvación y que sigue alzándose de los labios de los creyentes. «Ven, Señor, a transformar nuestros corazones para que en el mundo se difundan la justicia y la paz».

        Esto es lo que pretende señalar la Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El documento quiere recordar a todos los cristianos, en una situación en la que con frecuencia ya no les queda claro ni siquiera a muchos fieles la razón misma de la evangelización, que! la acogida de la Buena Nueva en la fe lleva de por sí a comunicar la salvación recibida como un don.

        De hecho, la verdad que salva la vida, que se hizo carne en Jesús, enciende el corazón de quien la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad para devolver lo que se ha recibido gratuitamente. Ser alcanzados por la presencia de Dios, que se hace como uno de nosotros en Navidad, es un don inestimable, un don capaz de hacernos vivir el abrazo universal de los amigos de Dios, en esa red de amistad con Cristo que une el cielo y la tierra, que orienta la libertad humana hacia su cumplimiento y que, si es vivida en su verdad, florece con un amor gratuito y lleno de atención por el bien de todos los hombres.

        No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios.

        No hay nada que nos pueda eximir o dispensar de e! ste exigente y fascinante compromiso. La alegría de la Navidad que ya experimentamos, al llenarnos de esperanza, nos empuja al mismo tiempo a anunciar a todos la presencia de Dios en medio de nosotros.

        La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no comunicó al mundo una idea, sino el mismo Jesús, el Verbo encarnado. Invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo a Cristo Salvador.

        Cada cristiano y cada comunidad experimentan la alegría de compartir con los demás la buena noticia de que Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por medio de Él. Este es el auténtico sentido de la Navidad, que siempre tenemos que redescubrir y vivir intensamente.