Prestamos
a Cristo |
Queridos
Sacerdotes:
1.
Como es tradición, me dirijo a vosotros el día de Jueves
Santo, conmovido, como si me sentara a vuestro lado en aquella mesa
del Cenáculo en la que el Señor Jesús celebró
con los Apóstoles la primera Eucaristía: un don para toda
la Iglesia, un don que, si bien bajo el signo sacramental, lo hace presente
"verdadera, real y sustancialmente" (Concilio de Trento: DS
1651) en cada uno de los Sagrarios de todo el mundo. Ante esta presencia
especial, la Iglesia se postra de siempre en adoración: "Adoro
te devote, latens Deitas"; de siempre se deja llevar por la
elevación espiritual de los Santos y, como Esposa, se recoge
en íntima efusión de fe y de amor: "Ave, verum
corpus natum de Maria Virgine".
|
Maravilla |
Al don
de esta presencia especial, que se renueva en su supremo acto de sacrificio
y lo convierte en alimento para nosotros, Jesús unió, precisamente
en el Cenáculo, una tarea específica de los Apóstoles
y de sus sucesores. Desde entonces, ser apóstol de Cristo, como
son los Obispos y los presbíteros que participan de su misión,
significa estar autorizados a actuar in persona Christi Capitis.
Esto ocurre sobre todo cada vez que se celebra el banquete de sacrificio
del cuerpo y la sangre del Señor. Entonces, es como si el sacerdote
prestara a Cristo el rostro y la voz: "Haced esto en conmemoración
mía" (Lc 22, 19). |
La
Reconciliación |
¡Qué
vocación tan maravillosa la nuestra, mis queridos Hermanos sacerdotes!
Verdaderamente podemos repetir con el Salmista: "¿Cómo
pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré
la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal 116, 12-13). |
No
es propio de la Eucaristía perdonar los pecados mortales |
2. Al
meditar de nuevo con gozo sobre este gran don, quisiera detenerme en un
aspecto de nuestra misión, sobre el cual llamé vuestra atención
ya el año pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la
pena profundizar más sobre él. Me refiero a la misión
que el Señor nos ha dado de representarle, no sólo en el
Sacrificio eucarístico, sino también en el sacramento de
la Reconciliación. |
Inequívoca
advertencia paulina |
Hay una
íntima conexión entre los dos sacramentos. La Eucaristía,
cumbre de la economía sacramental, es también su fuente:
en cierto sentido, todos los sacramentos provienen y conducen a ella.
Esto vale de modo especial para el Sacramento destinado a "mediar"
el perdón de Dios, el cual acoge de nuevo entre sus brazos al pecador
arrepentido. En efecto, es verdad que la Eucaristía, en cuanto
representación del Sacrificio de Cristo, tiene también la
misión de rescatarnos del pecado. A este propósito, el Catecismo
de la Iglesia Católica nos recuerda que "la Eucaristía
no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados
cometidos y preservarnos de futuros pecados" (n. 1393). Sin embargo,
en la economía de gracia elegida por Cristo, esta energía
purificadora, si bien obtiene directamente la purificación de los
pecados veniales, sólo indirectamente incide sobre los pecados
mortales, que trastornan de manera radical la relación del fiel
con Dios y su comunión con la Iglesia. "La Eucaristía
dice también el Catecismo no está ordenada al
perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de
la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el
sacramento de los que están en la plena comunión con la
Iglesia" (n. 1395). |
Se
hace necesario impulsar la Reconciliación por muchos motivos |
Reiterando
esta verdad, la Iglesia no quiere ciertamente minusvalorar el papel de
la Eucaristía. Lo que intenta es acoger su significado dentro de
la economía sacramental en su conjunto, tal como ha sido diseñada
por la sabiduría salvadora de Dios. Por lo demás, es la
línea indicada perentoriamente por el Apóstol, al dirigirse
así a los Corintios: "Quien coma el pan o beba la copa del
Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el
pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo,
come y bebe su propio castigo" (1 Co 11, 27-29). En la perspectiva
de esta advertencia paulina se sitúa el principio según
el cual "quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir
el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar"
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385). |
El
Sacramento de la Reconciliación es de suyo insustituible y su necesidad
se hace hoy muy patente |
3. Al
recordar esta verdad, siento el deseo, mis queridos Hermanos en el sacerdocio,
de invitaros ardientemente, como ya lo hice el año pasado, a redescubrir
personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliación.
Éste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por
una cierta crisis, a la que me he referido más de una vez, queriendo
incluso que un Sínodo de Obispos reflexionara sobre ella y recogiendo
después sus indicaciones en la Exhortación apostólica
Reconciliatio et poenitentia. Por otro lado, he de recordar con
profundo gozo las señales positivas que, especialmente en el Año
jubilar, han puesto de manifiesto cómo este Sacramento, presentado
y celebrado adecuadamente, puede ser redescubierto también por
los jóvenes. Indudablemente, dicho redescubrimiento se ve favorecido
por la exigencia de comunicación personal, hoy cada vez más
difícil por el ritmo frenético de la sociedad tecnológica
pero, precisamente por ello, sentida aún más como una necesidad
vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras.
Pero, ¿cómo no reconocer que el sacramento de la Reconciliación,
aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicológico,
ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa
a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relación con
el corazón misericordioso de Dios a través del rostro amigo
de un hermano. |
La
Confesión debe ser personal con absolución individual |
Sí,
verdaderamente es grande la sabiduría de Dios, que con la institución
de este Sacramento ha atendido también una necesidad profunda e
ineludible del corazón humano. De esta sabiduría debemos
ser lúcidos y afables intérpretes mediante el contacto personal
que estamos llamados a establecer con muchos hermanos y hermanas en la
celebración de la Penitencia. A este propósito, deseo reiterar
que la celebración personal es la forma ordinaria de administrar
este Sacramento, y que sólo en "casos de grave necesidad"
es legítimo recurrir a la forma comunitaria con confesión
y absolución colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma
de absolución son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca
se dispensa de la confesión individual sucesiva de los pecados
graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea válida
la absolución (cf. ibíd., 1483). |
Confesión
del sacerdote |
4. Redescubramos
con alegría y confianza este Sacramento. Vivámoslo ante
todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre
deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad
y a nuestro ministerio. |
Prodigios
en los corazones con la Penitencia |
Al mismo
tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia.
En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demás,
a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por
virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma.
En otras palabras y eso nos llena de responsabilidad Dios
cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad,
para hacer prodigios en los corazones. Tal vez más que en otros,
en la celebración de este Sacramento es importante que los fieles
tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor. |
Alegría
al reconciliar |
Permitidme,
pues, que me detenga con vosotros sobre este tema, como asomándome
a los lugares en que cada día en las Catedrales, en las Parroquias,
en los Santuarios o en otro lugar os hacéis cargo de la administración
de este Sacramento. Vienen a la mente las páginas evangélicas
que nos presentan más directamente el rostro misericordioso de
Dios. ¿Cómo no pensar en el encuentro conmovedor del hijo
pródigo con el Padre misericordioso? ¿O en la imagen de
la oveja perdida y hallada, que el Pastor toma sobre sus hombros lleno
de gozo? El abrazo del Padre, la alegría del Buen Pastor, ha de
encontrar un testimonio en cada uno de nosotros, queridos Hermanos, en
el momento en que se nos pide ser ministros del perdón para un
penitente. |
Zaqueo
"icono bíblico" |
Para
ilustrar aún mejor algunas dimensiones específicas de este
especialísimo coloquio de salvación que es la confesión
sacramental, quisiera proponer hoy como "icono bíblico"
el encuentro de Jesús con Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10).En efecto, me
parece que lo que ocurre entre Jesús y el "jefe de publicanos"
de Jericó se asemeja a ciertos aspectos de una celebración
del Sacramento de la misericordia. Siguiendo este relato breve, pero tan
intenso, queremos descubrir en las actitudes y en la voz de Cristo todos
aquellos matices de sabiduría humana y sobrenatural que también
nosotros hemos de intentar expresar para que el Sacramento sea vivido
en el mejor de los modos. |
Un
encuentro con Dios que parece casual y como muchas veces hoy poco determinado |
5.Como
sabemos, el relato presenta el encuentro entre Jesús y Zaqueo
casi como un hecho casual.
Jesús
entra en Jericó y lo recorre acompañado por la muchedumbre
(cf. Lc 19, 3). Zaqueo parece impulsado sólo por la curiosidad
al encaramarse sobre el sicómoro. A veces, el encuentro de Dios
con el hombre tiene también la apariencia de la casualidad. Pero
nada es "casual" por parte de Dios. Al estar en realidades
pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos
el hecho que no sólo muchos cristianos no hagan el debido caso
a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos
de modo superficial. Quien tiene experiencia de confesar, de cómo
se llega a este Sacramento en la vida habitual, puede quedar a veces
desconcertado ante el hecho de que algunos fieles van a confesarse sin
ni siquiera saber bien lo que quieren. Para algunos de ellos, la decisión
de ir a confesarse puede estar determinada sólo por la necesidad
de ser escuchados. Para otros, por la exigencia de recibir un consejo.
Para otros, incluso, por la necesidad psicológica de librarse
de la opresión del "sentido de culpa". Muchos sienten
la necesidad auténtica de restablecer una relación con
Dios, pero se confiesan sin tomar conciencia suficientemente de los
compromisos que se derivan, o tal vez haciendo un examen de conciencia
muy simple a causa de una falta de formación sobre las implicaciones
de una vida moral inspirada en el Evangelio. ¿Qué
confesor no ha tenido esta experiencia?
|
Siempre
hay una misericordia previa de Dios |
Ahora
bien, éste es precisamente el caso de Zaqueo. Todo lo que le sucede
es asombroso. Si en un determinado momento no se hubiera producido la
"sorpresa" de la mirada de Cristo, quizás hubiera permanecido
como un espectador mudo de su paso por las calles de Jericó. Jesús
habría pasado al lado, pero no dentro de su vida. Él mismo
no sospechaba que la curiosidad, que lo llevó a un gesto tan singular,
era ya fruto de una misericordia previa, que lo atraía y pronto
le transformaría en lo íntimo del corazón. |
La
Gracia de Dios mueve eficazmente las almas hasta una conversión
sorprendente |
Mis
queridos Sacerdotes: pensando en muchos de nuestros penitentes, releamos
la estupenda indicación de Lucas sobre la actitud de Cristo:
"cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista,
le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede
yo en tu casa"" (Lc 19, 5).
Cada
encuentro con un fiel que nos pide confesarse, aunque sea de modo un
tanto superficial por no estar motivado y preparado adecuadamente, puede
ser siempre, por la gracia sorprendente de Dios, aquel "lugar"
cerca del sicómoro en el cual Cristo levantó los ojos
hacia Zaqueo. Para nosotros es imposible valorar cuánto haya
penetrado la mirada de Cristo en el alma del publicano de Jericó.
Sabemos, sin embargo, que aquellos ojos son los mismos que se fijan
en cada uno de nuestros penitentes. En el sacramento de la Reconciliación,
nosotros somos instrumentos de un encuentro sobrenatural con sus propias
leyes, que solamente debemos seguir y respetar. Para Zaqueo debió
ser una experiencia sobrecogedora oír que le llamaban por su
nombre. Era un nombre que, para muchos paisanos suyos, estaba cargado
de desprecio. Ahora él lo oye pronunciar con un acento de ternura,
que no sólo expresaba confianza sino también familiaridad
y un apremiante deseo ganarse su amistad. Sí, Jesús habla
a Zaqueo como a un amigo de toda la vida, tal vez olvidado, pero sin
haber por ello renegado de su fidelidad, y entra así con la dulce
fuerza del afecto en la vida y en la casa del amigo encontrado de nuevo:
"baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa"
(Lc 19, 5).
|
La
Misericordia de Dios precede los buenos gestos del pecador arrepentido |
6. Impacta
el tono del lenguaje en el relato de Lucas: ¡todo es tan personalizado,
tan delicado, tan afectuoso! No se trata sólo de rasgos conmovedores
de humanidad. Dentro de este texto hay una urgencia intrínseca,
que Jesús expresa como revelación definitiva de la misericordia
de Dios. Dice: "debo quedarme en tu casa" o, para traducir aún
más literalmente: "es necesario para mí quedarme en
tu casa" (Lc 19, 5). Siguiendo el misterioso sendero que el Padre
le ha indicado, Jesús ha encontrado en su camino también
a Zaqueo. Se entretiene con él como si fuera un encuentro previsto
desde el principio. La casa de este pecador está a punto de convertirse,
a pesar de tantas murmuraciones de la humana mezquindad, en un lugar de
revelación, en el escenario de un milagro de la misericordia. Ciertamente,
esto no sucederá si Zaqueo no libera su corazón de los lazos
del egoísmo y de las ataduras de la injusticia cometida con el
fraude. Pero la misericordia ya le ha llegado como ofrecimiento gratuito
y desbordante. ¡La misericordia le ha precedido! |
Un
camino de Dios hacia el hombre |
Esto
es lo que sucede en todo encuentro sacramental. No pensemos que es el
pecador, con su camino autónomo de conversión, quien se
gana la misericordia. Al contrario, es la misericordia lo que le impulsa
hacia el camino de la conversión. El hombre no puede nada por sí
mismo. Y nada merece. La confesión, antes que un camino del hombre
hacia Dios, es un visita de Dios a la casa del hombre. |
Acompañar
en el camino a Dios que salva |
Así
pues, podremos encontrarnos en cada confesión ante los más
diversos tipos de personas. Pero hemos de estar convencidos de una cosa:
antes de nuestra invitación, e incluso antes de nuestras palabras
sacramentales, los hermanos que solicitan nuestro ministerio están
ya arropados por una misericordia que actúa en ellos desde dentro.
Ojalá que por nuestras palabras y nuestro ánimo de pastores,
siempre atentos a cada persona, capaces también de intuir sus problemas
y acompañarles en el camino con delicadeza, transmitiéndoles
confianza en la bondad de Dios, lleguemos a ser colaboradores de la misericordia
que acoge y del amor que salva. |
La
salvación es un mandato recibido |
7. "Debo
quedarme en tu casa". Intentemos penetrar más profundamente
aún en estas palabras. Son una proclamación. Antes aún
de indicar una decisión de Cristo, proclaman la voluntad del Padre.
Jesús se presenta como quien ha recibido un mandato preciso. Él
mismo tiene una "ley" que observar: la voluntad del Padre, que
Él cumple con amor, hasta el punto de hacer de ello su "alimento"
(cf. Jn 4, 34). Las palabras con las que Jesús se dirige a Zaqueo
no son solamente un modo de establecer una relación, sino el anuncio
de un designio de Dios. |
Que
no sea sólo un coloquio humano |
El encuentro
se produce en la perspectiva de la Palabra de Dios, que tiene su perfecta
expresión en la Palabra y el Rostro de Cristo. Éste es también
el principio necesario de todo auténtico encuentro para la celebración
de la Penitencia. Qué lástima si todo se redujera a un mero
proceso comunicativo humano. La atención a las leyes de la comunicación
humana puede ser útil y no deben descuidarse, pero todo se ha de
fundar en la Palabra de Dios. Por eso el rito del Sacramento prevé
que se proclame también al penitente esta Palabra. |
Aprovechar
el momento para ilustrar cuanto sea posible |
Aunque
no sea fácil ponerlo en práctica, éste es un detalle
que no se ha de minusvalorar. Los confesores experimentan continuamente
lo difícil que es ilustrar las exigencias de esta Palabra a quien
sólo la conoce superficialmente. Es cierto que el momento en que
se celebra el Sacramento no es el más apto para cubrir esta laguna.
Es preciso que esto se haga, con sabiduría pastoral, en la fase
de preparación anterior, ofreciendo las indicaciones fundamentales
que permitan a cada uno confrontarse con la verdad del Evangelio. En todo
caso, el confesor no dejará de aprovechar el encuentro sacramental
para intentar que el penitente vislumbre de algún modo la condescendencia
misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino
para salvarlo. |
Hay
que formar a los fieles de acuerdo con los tiempos |
Por lo
demás, ¿cómo ocultar las dificultades objetivas que
crea la cultura dominante en nuestro tiempo a este respecto? También
los cristianos maduros encuentran en ella un obstáculo en su esfuerzo
por sintonizar con los mandamientos de Dios y con las orientaciones expresadas
por el magisterio de la Iglesia, sobre la base de los mandamientos. Éste
es el caso de muchos problemas de ética sexual y familiar, de bioética,
de moral profesional y social, pero también de problemas relativos
a los deberes relacionados con la práctica religiosa y con la participación
en la vida eclesial. Por eso se requiere una labor catequética
que no puede recaer sobre el confesor en el momento de administrar el
Sacramento. Esto debería intentarse más bien tomándolo
como tema de profundización en la preparación a la confesión.
En este sentido, pueden ser de gran ayuda las celebraciones penitenciales
preparadas de manera comunitaria y que concluyen con la confesión
individual. |
Que
sea ante todo un encuentro con Dios |
Para
perfilar bien todo esto, el "icono bíblico" de Zaqueo
ofrece también una indicación importante. En el Sacramento,
antes de encontrarse con "los mandamientos de Dios", se encuentra,
en Jesús, con "el Dios de los mandamientos". Jesús
mismo es quien se presenta a Zaqueo: "me he de quedar en tu casa".
Él es el don para Zaqueo y, al mismo tiempo, la "ley de Dios"
para Zaqueo. Cuando se encuentra a Jesús como un don, hasta el
aspecto más exigente de la ley adquiere la "suavidad"
propia de la gracia, según la dinámica sobrenatural que
hizo decir a Pablo: "si sois conducidos por el Espíritu, no
estáis bajo la ley" (Ga 5, 18).Toda celebración de
la penitencia debería suscitar en el ánimo del penitente
el mismo sobresalto de alegría que las palabras de Cristo provocaron
en Zaqueo, el cual "se apresuró a bajar y le recibió
con alegría" (Lc19, 6). |
Que
acojamos el amor de Dios |
8. La
precedencia y superabundancia de la misericordia no debe hacer olvidar,
sin embargo, que ésta es sólo el presupuesto de la salvación,
que se consuma en la medida en que encuentra respuesta por parte del ser
humano. En efecto, el perdón concedido en el sacramento de la Reconciliación
no es un acto exterior, una especie de "indulto" jurídico,
sino un encuentro auténtico y real del penitente con Dios, que
restablece la relación de amistad quebrantada por el pecado. La
"verdad" de esta relación exige que el hombre acoja el
abrazo misericordioso de Dios, superando toda resistencia causada por
el pecado. |
La
reacción bajo la mirada amorosa de Jesús |
Esto
es lo que ocurre en Zaqueo. Al sentirse tratado como "hijo",
comienza a pensar y a comportarse como un hijo, y lo demuestra redescubriendo
a los hermanos. Bajo la mirada amorosa de Cristo, su corazón se
abre al amor del prójimo. De una actitud cerrada, que lo había
llevado a enriquecerse sin preocuparse del sufrimiento ajeno, pasa a una
actitud de compartir que se expresa en una distribución real y
efectiva de su patrimonio: "la mitad de los bienes" a los pobres.
La injusticia cometida con el fraude contra los hermanos es reparada con
una restitución cuadruplicada: "Y si en algo defraudé
a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19, 8). Sólo
llegados a este punto el amor de Dios alcanza su objetivo y se verifica
la salvación: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa"
(Lc 19, 9). |
El
amor generoso de Dios es correspondido generosamente |
Este
camino de la salvación, expresado de un modo tan claro en el episodio
de Zaqueo, ha de ofrecernos, queridos Sacerdotes, la orientación
para desempeñar con sabio equilibrio pastoral nuestra difícil
tarea en el ministerio de la confesión. Éste sufre continuamente
la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo. El primero
no tiene en cuenta la primera parte del episodio de Zaqueo: la misericordia
previa, que impulsa a la conversión y valora también hasta
los más pequeños progresos en el amor, porque el Padre quiere
hacer lo imposible para salvar al hijo perdido. "Pues el Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,
10). El segundo exceso, el laxismo, no tiene en cuenta el hecho de que
la salvación plena, la que no solamente se ofrece sino que se recibe,
la que verdaderamente sana y reaviva, implica una verdadera conversión
a las exigencias del amor de Dios. Si Zaqueo hubiera acogido al Señor
en su casa sin llegar a una actitud de apertura al amor, a la reparación
del mal cometido, a un propósito firme de vida nueva, no habría
recibido en lo más profundo de su ser el perdón que el Señor
le había ofrecido con tanta premura. |
Entre
el rigorismo y el laxismo el sacerdote debe discernir las disposiciones
del penitente y actuar en consecuencia |
Hay que
estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir
en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo
desorienta y crea falsas ilusiones. El ministro del perdón, que
encarna para el penitente el rostro del Buen Pastor, debe expresar de
igual manera la misericordia previa y el perdón sanador y pacificador.
Basándose en estos principios, el sacerdote está llamado
a discernir, en el diálogo con el penitente, si éste está
preparado para la absolución sacramental. Ciertamente, lo delicado
del encuentro con las almas en un momento tan íntimo y a menudo
atormentado, impone mucha discreción. Si no consta lo contrario,
el sacerdote ha de suponer que, al confesar los pecados, el penitente
siente verdadero dolor por ellos, con el consiguiente propósito
de enmendarse. Ésta suposición tendrá un fundamento
ulterior si la pastoral de la reconciliación sacramental ha sabido
preparar subsidios oportunos, facilitando momentos de preparación
al Sacramento que ayuden cada uno a madurar en sí una suficiente
conciencia de lo que viene a pedir. No obstante, está claro que
si hubiera evidencia de lo contrario, el confesor tiene el deber de decir
al penitente que todavía no está preparado para la absolución.
Si ésta se diera a quien declara explícitamente que no quiere
enmendarse, el rito se reduciría a pura quimera, sería incluso
como un acto casi mágico, capaz quizás de suscitar una apariencia
de paz, pero ciertamente no la paz profunda de la conciencia, garantizada
por el abrazo de Dios. |
A
esto ayuda la confesión personal |
9. A
la luz de lo dicho, se ve también mejor por qué el encuentro
personal entre el confesor y el penitente es la forma ordinaria de la
reconciliación sacramental, mientras que la modalidad de la absolución
colectiva tiene un carácter excepcional. Como es sabido, la praxis
de la Iglesia ha llegado gradualmente a la celebración privada
de la penitencia, después de siglos en que predominó la
fórmula de la penitencia pública. Este desarrollo no sólo
no ha cambiado la sustancia del Sacramento y no podía ser
de otro modo sino que ha profundizado en su expresión y en
su eficacia. Todo ello no se ha verificado sin la asistencia del Espíritu,
que también en esto ha desarrollado la tarea de llevar la Iglesia
"hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). |
Saberse
acogidos cada uno con sus condiciones personales irrepetibles |
En efecto,
la forma ordinaria de la Reconciliación no sólo expresa
bien la verdad de la misericordia divina y el consiguiente perdón,
sino que ilumina la verdad misma del hombre en uno de sus aspectos fundamentales:
la originalidad de cada persona que, aun viviendo en un ambiente relacional
y comunitario, jamás se deja reducir a la condición de una
masa informe. Esto explica el eco profundo que suscita en el ánimo
el sentirse llamar por el nombre. Saberse conocidos y acogidos como somos,
con nuestras características más personales, nos hace sentirnos
realmente vivos. La pastoral misma debería tener en mayor consideración
este aspecto para equilibrar sabiamente los momentos comunitarios en que
se destaca la comunión eclesial, y aquellos en que se atiende a
las exigencias de la persona individualmente. Por lo general, las personas
esperan que se las reconozca y se las siga, y precisamente a través
de esta cercanía sienten más fuerte el amor de Dios. |
Sólo
personalmente podemos recibir el amor de Dios |
En esta
perspectiva, el sacramento de la Reconciliación se presenta como
uno de los itinerarios privilegiados de esta pedagogía de la persona.
En él, el Buen Pastor, mediante el rostro y la voz del sacerdote,
se hace cercano a cada uno, para entablar con él un diálogo
personal hecho de escucha, de consejo, de consuelo y de perdón.
El amor de Dios es tal que, sin descuidar a los otros, sabe concentrarse
en cada uno. Quien recibe la absolución sacramental ha de poder
sentir el calor de esta solicitud personal. Tiene que experimentar la
intensidad del abrazo paternal ofrecido al hijo pródigo: "Se
echó a su cuello y le besó efusivamente" (Lc 15, 20).
Debe poder escuchar la voz cálida de amistad que llegó al
publicano Zaqueo llamándole por su nombre a una vida nueva (cf.
Lc 19, 5). |
Dignidad
y valentía en el confesor |
10. De
aquí se deriva también la necesidad de una adecuada preparación
del confesor a la celebración de este Sacramento. Ésta debe
desarrollarse de tal modo que haga brillar, incluso en las formas externas
de la celebración, su dignidad de acto litúrgico, según
las normas indicadas por el Ritual de la Penitencia. Eso no excluye la
posibilidad de adaptaciones pastorales dictadas por las circunstancias
donde se viera su necesidad por verdaderas exigencias de la condición
del penitente, a la luz del principio clásico según el cual
la salus animarum es la suprema lex de la Iglesia. Dejémonos
guiar en esto por la sabiduría de los Santos. Actuemos también
con valentía en proponer la confesión a los jóvenes.
Estemos en medio de ellos haciéndonos sus amigos y padres, confidentes
y confesores. Necesitan encontrar en nosotros las dos figuras, las dos
dimensiones. |
El
confesor debe ser fiel a la verdad de la Iglesia aunque en ocasiones no
complazca |
Sintamos
la exigencia rigurosa de estar realmente al día en nuestra formación
teológica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafíos
éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio
de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas
cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con
ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores
la misma línea de juicio. En realidad, quienes ejercen en nombre
de Dios y de la Iglesia este delicado ministerio tienen el preciso deber
de no cultivar, y menos aún manifestar en el momento de la confesión,
valoraciones personales no conformes con lo que la Iglesia enseña
y proclama. No se puede confundir con el amor el faltar a la verdad por
un malentendido sentido de comprensión. No tenemos la facultad
de expresar criterios reductivos a nuestro arbitrio, incluso con la mejor
intención. Nuestro cometido es el de ser testigos de Dios, haciéndonos
intérpretes de una misericordia que salva y se manifiesta también
como juicio sobre el pecado de los hombres. "No todo el que me diga:
"Señor, Señor", entrará en el Reino de
los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt
7, 21). |
Angustia
por la sangre derramada |
11. Queridos
Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunís
en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del año 2002.
Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio
bajo la consigna de "caminar desde Cristo" (cf. Novo millennio
ineunte, 29 ss.). Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva
era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos
visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras.
Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que
devastan las relaciones entre los pueblos. |
Tremendo
pesar por la escándalo producido por algunos hermanos sacerdotes |
Además,
en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos
en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros
que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo
incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis
que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos
graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los
demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio
con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la
Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza
por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos
nosotros conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el
poder salvador de la gracia divina estamos llamados a abrazar el
mysterium Crucis y a comprometernos aún más en la
búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia,
suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de
total entrega a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal. |
Dejarse
"conquistar" por Cristo para gozar y difundir esperanza de paz |
Es precisamente
la fe en Cristo la que nos da fuerza para mirar con confianza el futuro.
En efecto, sabemos que el mal está siempre en el corazón
del hombre y sólo cuando el hombre se acerca a Cristo y se deja
"conquistar" por Él, es capaz de irradiar paz y amor
en torno a sí. Como ministros de la Eucaristía y de la Reconciliación
sacramental, a nosotros nos compete de manera muy especial la tarea de
difundir en el mundo esperanza, bondad y paz. |
Deseos
de paz |
Os deseo
que viváis en la paz del corazón, en profunda comunión
entre vosotros, con el Obispo y con vuestras comunidades, este día
santo en que recordamos, con la institución de la Eucaristía,
nuestro "nacimiento" sacerdotal. Con las palabras dirigidas
por Cristo a los Apóstoles en el Cenáculo después
de la Resurrección, e invocando a la Virgen María, Regina
Apostolorum y Regina pacis, os acojo a todos en un abrazo
fraterno: Paz, paz a todos y a cada uno de vosotros. ¡Feliz Pascua!
Vaticano,
17 de marzo, V Domingo de Cuaresma de 2002, vigésimo cuarto de
mi Pontificado.
JUAN PABLO II
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