La curación completa y radical es la «salvación»
Intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Ángelus.
Ciudad del Vaticano, 15 octubre de 2007.
Jesús de Nazaret
La anunciación a María
Paul Claudel
Dicen que ha resucitado
Vittorio Messori

Queridos hermanos y hermanas:

        El Evangelio de este domingo presenta a Jesús curando a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve para darle las gracias (Cf. Lucas 17, 11-19). El Señor le dice: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado» (Lucas 17, 19).

        Este pasaje evangélico nos invita a una reflexión doble. Ante todo, hace pensar en dos niveles de curación: uno más superficial, afecta al cuerpo; el otro, más profundo, a lo íntimo de la persona, lo que la Biblia llama el «corazón», y de ahí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la «salvación». El mismo lenguaje común, al distinguir entre «salud» y «salvación», nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud: es, de hecho, una vida nueva, plena, definitiva. Además, aquí Jesús, como en otras circunstancias, pronuncia la expresión: «tu fe te ha salvado». La fe salva al hombre, restableciéndole en su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se expresa con el reconocimiento. Quien, como el samaritano curado, sabe dar las gracias, demuestra que no lo considera todo como algo que se le debe, sino como un don que, aunque llegue a través de los hombres o de la naturaleza, en última instancia proviene de Dios. La fe comporta, entonces, la apertura del hombre a la gracia del Señor; reconocer que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: «gracias»!

        Jesús cura diez enfermos de lepra, enfermedad que entonces era considerada como una «impureza contagiosa», que exigía un rito de purificación (Cf. Levítico 14,1–37). En realidad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado. El orgullo y el egoísmo engendran en el espíritu indiferencia, odio y violencia. Sólo Dios, que es Amor, puede curar esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad. Al abrir el corazón a Dios, la persona que se convierte es sanada interiormente del mal.

        «Convertíos y creed en el Evangelio» (Cf. Marcos 1,15). Jesús hizo esta invitación al inicio de su vida pública, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que incluso la Virgen Santísima en sus apariciones, especialmente en los últimos tiempos, siempre ha renovado este llamamiento.

        Hoy pensamos en particular en Fátima, donde, precisamente hace 90 años, del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco. Gracias a la conexión televisiva, quisiera hacerme espiritualmente presente en ese Santuario mariano, donde el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, ha presidido en mi nombre las celebraciones conclusivas de un aniversario tan significativo.

        Le saludo cordialmente, así como a los demás cardenales, a los obispos presentes, a los sacerdotes que trabajan en el santuario y a los peregrinos venidos de todas las partes del mundo con este motivo. Pedimos a la Virgen el don de una conversión de todos los cristianos, para que se anuncie y testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.