Balance de Benedicto XVI de su viaje a Austria Del 7 al 9 de septiembre
Intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar su séptimo viaje internacional realizado a Austria del 7 al 9 de septiembre.
Ciudad del Vaticano, 12 septiembre de 2007.
La elección de Dios: Benedicto XVI y el futuro de la Iglesia
Padre Pio (DVD)
Carlo Carlei
Jesús de Nazaret
G.K. Chesterton: El apostol del sentido común
Dale Ahlquist
Política sin Dios
Teresa de Calcuta (DVD)
Fabrizio Costa
Jesús de Nazaret
Hipótesis sobre María
Vittorio Messori
La anunciación a María
Paul Claudel
Dicen que ha resucitado
Vittorio Messori

Queridos hermanos:

        Quiero detenerme a reflexionar sobre la visita pastoral que he tenido la alegría de realizar en días pasados a Austria, país que me es particularmente familiar, tanto porque es vecino de mi tierra natal como por los numerosos contactos que siempre he tenido con él. El motivo específico de esta visita eran los 850 años! del santuario de Mariazell, el más importante de Austria, predilecto también de los fieles húngaros y muy visitado por peregrinos de otras naciones vecinas.

        Por tanto, ante todo ha sido una peregrinación que ha tenido como lema «Mirar a Cristo»: encontrar a María que nos muestra a Jesús. Doy las gracias de corazón al cardenal
Schönborn, arzobispo de Viena, y a todo el episcopado del país por el gran empeño con que han preparado mi visita. Doy las gracias al gobierno austriaco y a todas las autoridades civiles y militares que han prestado su colaboración; en particular, doy las gracias al señor presidente federal por la cordialidad con la que me ha acogido y acompañado en los diferentes momentos de la visita.

        La primera etapa fue la «Mariensäule», histórica columna en la que está colocada la Virgen Inmaculada: allí! ; tuve un encuentro con miles de jóvenes y comencé mi peregrinación. Después me dirigí a la Judenplatz para rendir homenaje al monumento que recuerda a la Shoah.

        Teniendo en cuenta la historia de Austria y de sus cercanas relaciones con la Santa Sede, así como la importancia de Viena en la política internacional, el programa de este viaje pastoral comprendió los encuentros con el presidente de la República y con el Cuerpo Diplomático. Se trata de oportunidades preciosas en las que el sucesor de Pedro tiene la posibilidad de exhortar a los responsables de las naciones para que favorezcan siempre la causa de la paz y del auténtico desarrollo económico y social.

        Pensando especialmente en Europa, renové mi aliento a continuar con el actual proceso de unificación basándose en los valores inspirados en el patrimonio común cristiano. Mariazell, de hecho, e! s uno de los símbolos del encuentro de los pueblos europeos en torno a la fe cristiana. ¿Cómo olvidar que Europa es portadora de una tradición de pensamiento que une fe, razón y sentimiento? Ilustres filósofos, independientemente de su fe, han reconocido el papel central del cristianismo para preservar la conciencia moderna de desviaciones nihilistas o fundamentalistas. El encuentro con la autoridades políticas y diplomáticas de Viena fue, por tanto, sumamente propicio para introducir mi viaje apostólico en el contexto actual del continente europeo.

        La peregrinación propiamente hablando la realicé en la jornada del sábado 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, a la que está dedicado el Santuario de Mariazell. Tuvo su origen en el año 1157, cuando un monje benedictino de la cercana abadía de San Lambrecht, enviado a predicar a ese lugar, experiment&oac! ute; la prodigiosa ayuda de María, de quien llevaba una pequeña estatua de madera. La celda («Zell») en la que el monje colocó la estatuilla se convirtió después en meta de peregrinaciones y, con el pasar de los siglos, se le dedicó un importante santuario, donde todavía hoy se venera a la Virgen de las Gracias, llamada «Magna Mater Austriae».

        Para mí ha sido una gran alegría regresar como sucesor de Pedro a ese lugar santo y tan querido para los pueblos de Europa centro-oriental. Allí pude admirar la ejemplar valentía de miles y miles de peregrinos que, a pesar de la lluvia y el frío, quisieron estar presentes en esta celebración, con gran alegría y fe, y donde ilustré el tema central de mi visita: «Mirar a Cristo», tema que los obispos de Austria habían profundizado sabiamente en el camino de preparación que dur&oacu! te; nueve meses. Pero sólo al llegar al Santuario comprendimos plenamente este lema: mirar a Cristo. Ante nosotros se encontraban la estatua de la Virgen, que con una mano indica a Jesús Niño y, en lo alto, encima del altar de la basílica, el crucifijo. Allí alcanzó su meta nuestra peregrinación: contemplamos el rostro de Dios en ese Niño en brazos de la Madre y en ese Hombre con los brazos abiertos. Mirar a Jesús con los ojos de María significa encontrar a Dios Amor, que por nosotros se hizo hombre y murió en la cruz.

        Al final de la misa en Mariazell conferí el «mandato» a los componentes de los Consejos pastorales parroquiales, que acaban de ser renovados en toda Austria. Un elocuente gesto eclesial con el que puse bajo la protección de María a la gran «red» de las parroquias al servicio de la comunión y de la misión. En el Santua! rio viví después momentos de gozosa fraternidad con los obispos del país y la comunidad benedictina. Encontré a los sacerdotes, los religiosos, los diáconos y seminaristas y con ellos celebré las vísperas. Espiritualmente unidos a María, ensalzamos al Señor por la humilde entrega de tantos hombres y mujeres que se encomiendan a su protección y se consagran al servicio de Dios. Estas personas, a pesar de sus límites humanos, es más, precisamente en la sencillez y en la humildad de su humanidad, se esfuerzan por ofrecer a todos un reflejo de la bondad y de la belleza de Dios, siguiendo a Jesús por el camino de la pobreza, la castidad y la obediencia, los tres votos que deben ser comprendido en su auténtico significado cristológico, no individualista, sino relacional y eclesial.

        En la mañana del domingo celebré la solemne eucaristía en la catedral! de San Esteban, en Viena. En la homilía, quise profundizar de manera particular en el significado y el valor del domingo, en apoyo del movimiento «Alianza en defensa del domingo libre». Adhieren a este movimiento personas y grupos que no son cristianos. Como creyentes, obviamente, tenemos motivaciones profundas para vivir el día del Señor, tal y como la Iglesia nos ha enseñado. «Sine dominico non possumus!»: sin el Señor y su día no podemos vivir, declararon los mártires de Abitinia (actual Túnez) en el año 304. Tampoco nosotros, cristianos del año 2000, podemos vivir sin el domingo: un día que da sentido al trabajo y al descanso, que actualiza el significado de la creación y de la redención, que expresa el valor de la libertad y del servicio al prójimo… Todo esto es el domingo: ¡mucho más que un precepto! Si las poblaciones herederas de una ! antigua civilización cristina abandonan este significado y dejan que el domingo quede reducido al fin de semana o a un tiempo para dedicarse a intereses mundanos y comerciales, quiere decir que han decidido renunciar a la propia cultura.

        No lejos de Viena se encuentra la abadía de Heiligenkreuz, de la Santa Cruz, y ha sido para mí una alegría visitar esa floreciente comunidad de monjes cistercienses, ¡que existe sin interrupción desde hace 874 años! Unida a la abadía se encuentra una Facultad de Filosofía y Teología, que desde hace poco tiempo ha alcanzado el título de «pontificia». Al dirigirme en particular a los monjes, recordé la gran enseñanza de san Bernardo sobre el Oficio Divino, subrayando el valor de la oración como servicio de alabanza y de adoración debido a Dios por su infinita belleza y bondad. No debe anteponerse nada a este servicio sagrado,! dice la Regla benedictina (43,3), de manera que toda la vida, con sus tiempos de trabajo y de descanso, sea recapitulada en la liturgia y orientada a Dios. Tampoco puede quedar separado de la vida espiritual y de la oración el estudio teológico, como afirmó con fuerza el propio san Bernardo de Claraval, padre de la Orden del Císter. La presencia de la Academia de Teología junto a la abadía testimonia esta unión entre fe y razón, entre corazón y mente.

        El último encuentro de mi viaje fue con el mundo del voluntariado. Quise así manifestar mi aprecio a las muchas personas, de diferentes edades, que se comprometen gratuitamente al servicio del prójimo, tanto en la comunidad eclesial como en la civil. El voluntariado no es sólo «hacer»: es ante todo una manera de ser, que comienza con el corazón, con una actitud de agradecimiento por la vida, y lleva a «restitui! r» y compartir con el prójimo los bienes recibidos. En esta perspectiva, quise alentar nuevamente la cultura del voluntariado. La acción del voluntariado no debe ser vista como una intervención para «tapar agujeros» del Estado o de las instituciones públicas, sino más bien como una presencia complementaria y siempre necesaria para mantener viva la atención por los últimos y promover un estilo personalizado de asistencia. Por tanto, no hay nadie que no pueda ser voluntario: incluso la persona mas pobre y desaventajada tiene seguramente mucho que compartir con los demás, ofreciendo su propia contribución para construir la civilización del amor.

        Concluyendo, renuevo mi acción de gracias al Señor por esta visita-peregrinación a Austria. Meta central ha sido una vez más un santuario mariano, en torno al cual e ha podido vivir una intensa experiencia eclesial, com! o una semana antes había sucedido en Loreto, con los jóvenes italianos. Además, en Viena y en Mariazell se ha podido ver, en particular, a la realidad viva, fiel y variada, de la Iglesia católica presente tan numerosa en las citas previstas. Ha sido una presencia gozosa y contagiante de una Iglesia que, como María, está llamada a «mirar a Cristo» siempre para poderle mostrar y ofrecer a todos; una Iglesia maestra y testigo de un «sí» generoso a la vida en todas sus dimensiones; una Iglesia que actualiza su tradición de dos mil años al servicio de un futuro de paz y de auténtico progreso social para toda la familia humana.