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Se alegra mi espíritu en Dios El 15 de agosto la Iglesia celebra la glorificación en cuerpo y alma al cielo de la Virg! en. Según la doctrina de la Iglesia católica, que se basa en una tradición acogida también por la Iglesia ortodoxa (si bien por ésta no definida dogmáticamente), María entró en la gloria no sólo con su espíritu, sino íntegramente con toda su persona, como primicia detrás de Cristo- de la resurrección futura. La «Lumen
gentium» del Concilio Vaticano II dice: «La Madre de Jesús,
de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma
es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en
el futuro, así en esta tierra, hasta que llegue el día
del Señor, antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante
como signo de esperanza y de consuelo». En el Magnificat María nos habla también de sí, de su glorificación ante todas las generaciones futuras: «Ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva. Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí». De esta glorificación de María nosotros mismos somos testigos «oculares». ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada, en la alegría, en el dolor y en el llanto, qué nombre ha aflorado con más frecuencia que el suyo en labios de los hombres? ¿Y esto no es gloria? ¿A qué criatura, después de Crist! o, han elevado los hombres más oraciones, más himnos, más catedrales? ¿Qué rostro, más que el suyo, han buscado reproducir en el arte? «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», dijo de sí María en el Magnificat (o mejor, había dicho de ella el Espíritu Santo); y ahí están veinte siglos para demostrar que no se ha equivocado. ¿Qué parte tenemos nosotros en el corazón y en los pensamientos de María? ¿Tal vez nos ha olvidado en su gloria? Como Ester, introducida en el palacio del rey, ella no se ha olvidado de su pueblo amenazado, sino que intercede por él. «Siento que mi misión está a punto de empezar: mi misión de hacer amar al Señor como yo le amo, y dar a las almas mi caminito. Si Dios misericordioso escucha mis deseos, mi paraíso transcurrirá en la tierra hasta el fi! n del mundo. Sí; quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». Con estas palabras Teresa del Niño Jesús descubrió e hizo suya, sin saberlo, la vocación de María. Ella pasa su cielo haciendo el bien en la tierra, y nosotros somos testigos de ello. | ||||||||||||||
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