Carta del Papa a la canciller alemana ante la próxima cumbre del G8
Carta, publicada por la Santa Sede, dirigida por Benedicto XVI a la canciller de la República Federal Alemana, Angela Merkel, al asumir la presidencia de turno de la Unión Europea y del G8 en la que le pide mantener como prioridad la lucha contra la pobreza, en particular en África.
Ciudad del Vaticano, 23 abril de 2007.
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A su excelencia Angela Merkel
Canciller de la República Federal Alemana

        El 17 de julio de 2006, con motivo de la conclusión de la Cumbre de San Petersburgo, usted anunció que el grupo constituido por los países más industrializados del mundo junto a Rusia (G8), bajo su presidencia, mantendría en el orden del día el tema de la pobreza en el mundo. Además, el 18 de octubre, el gobierno de la República Federal Alemana comunicó que la ayuda a África será un tema preponderante con motivo de la Cumbre de Heiligendamm.

        Le escribo, por tanto, para expresarle el agradecimiento de la Iglesia católica así como mi aprecio personal por estos anuncios.

        Me alegra el hecho de que el tema «pobreza» esté ahora en el orden del día de los países del G8 con una referencia explícita a África. Este tema, de hecho, merece la máxima atención y prioridad para beneficio de los Estados pobres así como de los ricos. El hecho de que la presidencia alemana del G8 coincida con la de la Unión Europea ofrece una oportunidad única para afrontar este tema. Confío en que Alemania asumirá de manera positiva el papel de guía que exige este conjunto de cuestiones, que es de importancia mundial y nos afecta a todos.

        Con motivo de nuestro encuentro del pasado 28 de agosto, usted me aseguró que Alemania comparte la preocupación de la Santa Sede por la incapacidad de los países ricos de ofrecer a los países más pobres, en particular a los africanos, adecuadas condiciones financieras y comerciales que hagan posible la promoción de un desarrollo duradero.

        La Santa Sede ha subrayado repetidamente que los gobiernos de los países más pobres tienen, por su parte, la responsabilidad del buen gobierno y de la eliminación de la pobreza, pero que en esto es irrenunciable una activa colaboración por parte de todos los socios internacionales. No se trata de una tarea extraordinaria o de concesiones que podrían ser postergadas a causa de apremiantes intereses nacionales. Se da más bien un grave e incondicional deber moral, basado en la pertenencia común a la familia humana, así como en la común dignidad y destino de los países pobres y ricos, que en el proceso de globalización se desarrollan de una manera cada vez más íntimamente ligada.

        Para los países pobres haría falta crear y garantizar, de manera confiable y duradera, condiciones comerciales favorables que incluyan sobre todo un acceso amplio y sin reservas a los mercados.

        Es necesario tomar también medidas a favor de una rápida cancelación completa e incondicional de la deuda exterior de los países pobres altamente endeudados («heavily indebted poor countries» - HIPC) y de los países menos desarrollados («least developed countries» - LDC). Asimismo, han de tomarse medidas para que estos países no acaben de nuevo en una situación de deuda insostenible.

        Además, los países industrializados tienen que ser conscientes de los compromisos que han asumido en el ámbito de las ayudas al desarrollo y cumplirlos plenamente.

        Luego se necesitan importantes inversiones en el campo de la investigación y del desarrollo de medicinas para el tratamiento del sida, de la tuberculosis, de la malaria y de otras enfermedades tropicales. Los países industrializados tienen que afrontar la urgente tarea científica de crear finalmente una vacuna contra la malaria. Asimismo, es necesario poner a disposición tecnologías médicas y farmacéuticas, así como conocimientos derivados de la experiencia en el campo de la salud, sin pretender en cambio exigencias jurídicas o económicas.

        Por último, la comunidad internacional tiene que seguir trabajando por una reducción significativa del comercio de armas, legal o ilegal, del tráfico ilegal de materias primas preciosas y de la fuga de capitales de los países pobres, y tiene que comprometerse en la eliminación tanto de prácticas de reciclaje de dinero sucio como de la corrupción de los funcionarios en los países pobres.

        Si bien estos desafíos tienen que ser afrontados por todos los estados miembros de la comunidad internacional, el G8 y la Unión Europea deberían desempeñar un papel-guía en este sentido.

        Miembros de diferentes religiones y culturas de todo el mundo están convencidos de que alcanzar el objetivo de la eliminación de la pobreza extrema antes del año 2015 es uno de las tareas más importantes de nuestro tiempo. Comparten, además, la convicción de que esta meta está ligada indisolublemente a la paz y a la seguridad en el mundo. Su mirada se dirige ahora a la guía confiada al gobierno alemán para el próximo período, en el que es necesario garantizar que el G8 y la Unión Europea asuman las medidas necesarias para superar la pobreza. Los fieles católicos están dispuestos a ofrecer su propia contribución a estos esfuerzos y apoyan de manera solidaria su compromiso.

        Implorando la bendición de Dios para la actividad del G8 y de la Unión Europea bajo la presidencia alemana, aprovecho la ocasión para expresarle de nuevo, señora canciller federal, mi sentido agradecimiento.

Vaticano, 16 de diciembre de 2006
BENEDICTUS PP. XVI