En la Jornada por la Vida celebrada en Italia.
Benedicto XVI: «Amar y desear la vida»
Palabras que dirigió Benedicto XVI el domingo al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 4 de febrero de 2007.
La elección de Dios: Benedicto XVI y el futuro de la Iglesia

Queridos hermanos y hermanas:

        Hoy se celebra en Italia la Jornada por la Vida, promovida por la Conferencia Episcopal sobre el tema «Amar y desear la vida». Saludo cordialmente a cuantos se han congregado en la plaza de San Pedro para testimoniar su compromiso a favor de la vida, desde la concepción hasta el ocaso natural. Me uno a los obispos italianos para renovar el llamamiento lanzado varias veces también por mis venerados predecesores a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para que acojan el grande y misterioso don de la vida. La vida, que es obra de Dios, no debe negarse a nadie, ni siquiera al más pequeño e indefenso nascituro, y mucho menos cuando presenta graves discapacidades. Al mismo tiempo, haciendo eco a los pastores de la Iglesia en Italia, invito a no caer en el engaño de pensar que se puede disponer de la vida hasta «legitimar su interrupción con la eutanasia, enmascarándola quizá con un velo de piedad humana».

        En la diócesis de Roma comienza hoy la «Semana de la vida y de la familia», ocasión importante para rezar y reflexionar sobre la familia, que es «cuna» de la vida y de toda vocación. Sabemos bien que la familia, fundada en el matrimonio, constituye el ambiente natural para el nacimiento y para la educación de los hijos, y por tanto para asegurar el porvenir de toda la humanidad. Sin embargo, sabemos también que atraviesa una profunda crisis y que tiene que afrontar numerosos desafíos.

        Por tanto, es necesario defenderla, tutelarla y valorarla en su carácter único e irrepetible. Si este compromiso compete en primer lugar a los esposos, también es prioritario deber de la Iglesia y de toda institución pública apoyar a la familia a través de iniciativas pastorales y políticas, que tengan en cuenta las necesidades reales de los cónyuges, de los ancianos y de las nuevas generaciones.

        Un clima familiar sereno, iluminado por la fe y por el santo temor de Dios, favorece además el surgimiento y florecimiento de vocaciones al servicio del Evangelio. Me refiero en particular, no sólo a quienes están llamados a seguir a Cristo en el camino del sacerdocio, sino también a los religiosos, a las religiosas, a las personas consagradas, a quienes recordamos el viernes pasado en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

        Queridos hermanos y hermanas, recemos para que con un esfuerzo constante a favor de la vida y de la familia nuestras comunidades se conviertan en lugares de comunión y de esperanza, en las que se renueva, a pesar de las muchas dificultades, el gran «sí» del amor auténtico a la realidad del ser humano y de la familia, según el proyecto originario de Dios.

        Pidamos al Señor, por intercesión de María Santísima, que crezca el respeto por el carácter sagrado de la vida, se tome cada vez mayor conciencia de las auténticas exigencias familiares, y aumente el número de quienes contribuyen a realizar en el mundo la civilización del amor.