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Amadísimos hermanos y hermanas: Me alegra poder encontrarme con vosotros, con ocasión de mi visita a este santuario de la Misericordia Divina. Os saludo de corazón a todos: a los enfermos, a los enfermeros, a los sacerdotes que en este santuario se dedican a la pastoral, a las religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia, a los miembros del "Faustinum" y a todos los demás. En esta circunstancia
nos encontramos ante dos misterios: el misterio del sufrimiento humano
y el misterio de la Misericordia divina. A primera vista, estos dos
misterios parecen contraponerse. Vosotros, queridos enfermos, marcados por el sufrimiento del cuerpo y del alma, sois quienes estáis más unidos a la cruz de Cristo, pero, al mismo tiempo, sois los testigos más elocuentes de la misericordia de Dios. Por medio de vosotros y mediante vuestro sufrimiento, él se inclina con amor hacia la humanidad. Sois vosotros quienes, diciendo en el silencio del corazón: "Jesús, en ti confío", nos enseñáis que no hay fe más profunda, esperanza más viva y amor más ardiente que la fe, la esperanza y el amor de quien en la tribulación se abandona en las manos seguras de Dios. ¡Ojalá que las manos de quienes os ayudan en el nombre de la misericordia sean una prolongación de estas grandes manos de Dios! Quisiera abrazaros a cada uno. Dado que prácticamente no es posible, os estrecho espiritualmente contra mi corazón, y os imparto mi bendición, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. | |||||
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