El Rosario y las Misiones, ejes de la Comunidad eclesial en octubre
Intervención que pronunció Benedicto XVI el domingo, ante miles de fieles y peregrinos en la residencia pontificia de Castel Gandolfo, con ocasión del rezo de la oración mariana del Ángelus.
Castel Gandolfo, 1 octubree 2006.
La Fe como camino

Queridos hermanos y hermanas:

        Hoy, primer día de octubre, desearía detenerme en dos aspectos que, en la Comunidad eclesial, caracterizan este mes: la oración del Rosario y el compromiso por las misiones. El día 7, sábado próximo, celebraremos la fiesta de la Virgen del Rosario, y es como si, a cada año, Nuestra Señora nos invitara a redescubrir la belleza de esta oración, tan sencilla y profunda. El amado Juan Pablo II fue gran apóstol del Rosario: le recordamos arrodillado con la corona entre las manos, inmerso en la contemplación de Cristo, como él mismo invitó a hacer con la Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae». El Rosario es oración contemplativa y cristocéntrica, inseparable de la meditación de la Sagrada Escritura. Es la oración del cristiano que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de Jesús, precedido por María. Desearía invitaros, queridos hermanos y hermanas, a rezar el Rosario durante este mes en familia, en las comunidades y en las parroquias por las intenciones del Papa, por la misión de la Iglesia y por la paz del mundo.

        Octubre es también el mes misionero, y el domingo 22 celebraremos la Jornada Misionera Mundial. La Iglesia es por su naturaleza misionera. «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21), dijo Jesús resucitado a los Apóstoles en el cenáculo. La misión de la Iglesia es la prolongación de la de Cristo: llevar a todos el amor de Dios, anunciándolo con las palabras y con el testimonio concreto de la caridad. En el Mensaje para la próxima Jornada Misionera Mundial he querido presentar la caridad precisamente como «alma de la misión». San Pablo, el apóstol de las gentes, escribía: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14). Que pueda cada cristiano hacer propias estas palabras, en la gozosa experiencia de ser misionero del Amor allí donde la Providencia le ha puesto, con humildad y valor, sirviendo al prójimo sin segundas intenciones y obteniendo en la oración la fuerza de la caridad alegre y laboriosa («Deus caritas est», 32-39).

        Patrona universal de las misiones, junto a San Francisco Javier, es Santa Teresa del Niño Jesús, virgen carmelita y doctora de la Iglesia, de la que precisamente hoy hacemos memoria. Que ella, que indicó como camino «sencillo» a la santidad el abandono confiado en el amor de Dios, nos ayude a ser testigos creíbles del Evangelio de la caridad. Que María Santísima, Virgen del Rosario y Reina de las Misiones, nos conduzca a todos a Cristo Salvador.