Palabras del Papa al rezar el Ángelus tras las misa conclusiva del Encuentro de las Familias
Al rezar el Ángelus al final de la celebración eucarística con la que clausuró, en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia, el V Encuentro Mundial de las Familias.
Valencia, 9 julio 2006.
El Papa con las familias. Toda la enseñanza de Benedicto XVI sobre la familia

        Antes de terminar esta celebración nos dirigimos a la Virgen María, como tantas familias la invocan en la intimidad de su casa, para que las asista con su solicitud materna. Con la intercesión de María, abrid vuestros hogares y vuestros corazones a Cristo para que él sea vuestra fuerza y vuestro gozo, y os ayude a vivir unidos y a proclamar al mundo la fuerza invencible del verdadero amor.

        En este momento quiero dar gracias a todos los que han hecho posible el buen desarrollo de este Encuentro. De modo particular deseo reconocer el trabajo sacrificado y eficaz de los numerosos Voluntarios de tantas nacionalidades por su abnegada colaboración en todos los actos. Un agradecimiento especial lo dedico a las numerosas personas y comunidades religiosas, sobre todo de clausura, que con su oración perseverante han acompañado todas las celebraciones.

        Ahora tengo el gozo de anunciar que el próximo Encuentro Mundial de las Familias se celebrará el año 2009 en la Ciudad de México. A la amada Iglesia que peregrina en la noble Nación mexicana y en la persona del Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de aquella ciudad, expreso ya desde ahora mi gratitud por su disponibilidad.

        [A continuación, el Papa saludó a las familias en francés, inglés, alemán, italiano, portugués, y polaco. Volviendo a hablar en español, concluyó con estas palabras]

        Abrazo de corazón a todas las familias aquí presentes y a las que se han unido a esta celebración a través de la radio, la televisión u otros medios de comunicación social. Encomiendo a todas a la Sagrada Familia de Nazaret para que las proteja y, siguiendo su ejemplo callado, ayuden a los hijos a crecer en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y los hombres (cf. Lc 2,52).