La era del interruptor
Enrique Monasterio
Mundo Cristiano
Pensar por libre
Enrique Monasterio

 

 

Así las cosas

        Ni era atómica, ni siglo de las telecomunicaciones ni gaitas coronadas: ésta es la civilización del botón, el triunfo del interruptor.

        Los ciudadanos de final del milenio han dado por supuesto que la entera realidad es digital; quiero decir, manejable a dedo, con solo apretar una tecla.

        Se aprieta un botón y…¡tatachán!, sale una coca-cola, un billete de metro, una hamburguesa (con mucha cebolla, please), una fotocopia, una raíz cuadrada o un psicólogo.

        Se aprieta un botón y se paga una multa, se envía un soneto, se borra un archivo, se pide una pizza, se manda una foto, se alquila un esmoquin, se arruina a una viuda, se mata a un marciano.

        Se equivocó Parménides cuando dijo que el ser es uno e inmutable. Erraba Heráclito con su tesis de que el cambio es lo único real. El hallazgo filosófico de la modernidad se expresa en la conocida tesis del prof. Kloster: "el ser tiene una tecla". Incluso lo sobrenatural –asegura el filósofo– está sometido a la ley del botón.

        Se aprieta a un botón…, y nos habla al abuelo difunto, se cazan fantasmas con aspirador, se anulan las energías negativas, se adivina el futuro.

        Los magos y brujas posmodernos ya no echan las cartas al modo tradicional. Ya no tienen un cuervo a su vera, sino un ratón de ordenador.

        —Chica, con el Pentium que me ha regalado un cliente –decía a su cuñada la conocida hechicera Noemí Ironside (en el siglo, Maruja Vázquez)–, no hay futuro que se me resista.

        —¿Y qué programa usas?

        —El horocopín XP para windows. Es ideal: te diseña él mismo las cartas astrales.

El espíritu y su control

        La civilización del botón ha logrado hacer compatibles dos estupideces en sí mismo contradictorias: el materialismo y la brujería. Hasta ahora los magos creían en el espíritu: éste era su terreno, su razón de existir. Pero los nuevos tiempos, utilitaristas y pragmáticos, les ha obligado a reciclarse. Ahora tenemos magos materialistas. Sus hechizos de antaño son hogaño carne de interruptor.

        El cine ha reflejado bien a las claras el triunfo imparable de la tecla. Así los nazis que buscaban el arca perdida en la célebre película de Spielberg, pensaban que toda la fuerza de Dios podría ser manejada con la posesión de una caja. "Es un transmisor celeste", razonaba uno de los personajes. Sólo necesitarían descubrir "cómo funcionaba" para ser dueños del mundo.

        Incluso "El exorcista", aquella película repugnante que tantas digestiones desbarató, daba por supuesto que echar al demonio de una niña era una mera cuestión técnica; que ser exorcista equivalía a ser experto en diablos, es decir a manejar correctamente una especie de programa antivirus para limpiar el disco duro de los humanos.

Lo más propio y exclusivo del hombre no es material

        Os preguntaréis a qué viene esto. Aunque parezca mentira, todo empezó cuando la buena de Marta (14 años y tres sobresalientes), me preguntó a bocajarro:

        —Don Enrique, ¿cómo se hace oración?

        A uno se le cae la baba cuando las alumnas le preguntan cosas así.

        Traté de explicarle, con la torpeza propia del caso, que primero hay que preparar el corazón, limpiar el alma, ponerse en la presencia de Dios…

        —Bueno –me interrumpió–, pero ¿qué técnica es mejor?

        —¿Técnica…? No sé. Se reza con la inteligencia, con los afectos, con la fantasía, con palabras y sin ellas, con la voluntad…

        Y añadí mil cosas más: que tratara de buscar al Señor en el centro de su alma en gracia, y de escucharle… Pero ella pensaba en otra cosa:

        —Creo que no me entiende. Lo que me interesa saber es cómo funciona eso de la oración.

        Me lo temía: Marta quería que le dijera dónde está la tecla. Y se habría quedado la mar de contenta si le hubiese respondido:

        —Mira, Marta te pones en cuclillas mirando a la Sierra, te tapas los agujeros de la nariz con los pulgares, cierras los ojos, cantas "Macarena" durante quince segundos, das dos palmadas al aire, y ya está.

Así, así de simple

        Pero le dije la verdad: que rezar no es cuestión de técnica, sino de amor, y no hay interruptor que nos haga amar, ni tecla que sea capaz de atraer a Dios. A Dios no se le maneja, se le escucha, y se le responde con la voluntad y con el corazón.

        ¿Cómo se aprende a rezar? Rezando. ¿Cómo se habla con Dios? Hablando. ¿Como se invoca a los difuntos? Pidiendo por ellos o encomendándose a su intercesión. Todo lo cual exige esfuerzo, lucha, entrega. Y Gracia. De teclas, nada.

        Quizá no hacía falta tanta literatura para una conclusión tan simple. Pero el problema no me parece trivial: muchas manifestaciones de ese espiritualismo new age, con patente americana (que vende mucho más de lo que compromete) son, pura y simplemente, espiritualidad de interruptor para cerebros reblandecidos.

        Que Santa Tecla (patrona de los informáticos) nos proteja.