Las pitilleras
Enrique Monasterio
Mundo Cristiano
Pensar por libre
Enrique Monasterio

 

 

 

 

 

 

 

De camuflaje

        Los que empezamos a fumar en los años cincuenta tratábamos de reproducir en el espejo la figura de Humphrey Bogart con su eterno pitillo en los labios. Marga, que es más joven, confiesa que cayó en la trampa del humo por culpa de un vaquero "supermono", que con música del Oeste como fondo y un cigarro en la boca, cantaba en la tele las excelencias del "genuino sabor de rubio americano". Miguel, en cambio, que aún no ha conseguido dejarlo, se dejó encandilar por un tal Hannibal Smith, jefe del Equipo A, que, entre golpe y golpe, se enchufaba unos puros colosales.

        Lamentablemente Humphrey Bogart, el vaquero de Marlboro y Hannibal Smith fallecieron de cáncer. Sus esquelas mortuorias te las dan en los estancos, sin aumento de precio, impresas en cada cajetilla.

        Miguel, sentado frente a mí, se echa la mano al bolsillo y pregunta:

        —¿Le molesta que fume?

        Hace veinte años nadie te pedía permiso para echar un pitillo. Al contrario, lo normal era que te ofrecieran uno: era una forma asequible de tender un puente para hacer más fácil la conversación con el cura. Ahora compartir el tabaco sólo se hace en secreto: es casi tanto como compartir la jeringuilla.

        Contesto a Miguel que no me molesta el humo, y saca del bolsillo una extraña cajetilla floreada.

        —¿Qué marca es ésa?

        —A que mola… Es una funda que venden para tapar las esquelas.

        Se trata, en efecto de una pitillera de cartón en la que puede enfundarse cualquier cajetilla convencional. Me dice Miguel que las hay de muchos colores y que se venden como churros, porque a nadie le gusta leer en el paquete las paternales admoniciones de "las autoridades sanitarias", que nos hablan de muerte, cáncer, esterilidad…

        —También han vuelto las viejas pitilleras de piel y metálicas…

        —Ya. ¿Y tú que opinas?

        —Me parece bien. Dicen que van a poner en los paquetes fotografías de enfermos terminales y cosas así. Es una pasada. Ya sé que el tabaco hace daño, pero hay cosas que no se pueden aguantar.

La muerte siempre presente

        Miguel ya está fumando su pitillo. Lo hace con cuidado, procurando no echarme el humo a la cara. Incluso ha abierto la ventana después de preguntarme si me molesta el frío…

        —Pero lo que hay escrito en los paquetes es la pura verdad, ¿no?

        —Sí; pero a nadie le gusta que le hablen de la muerte.

        La conversación sigue por otros derroteros; y yo, que no quiero entrar en la polémica sobre la conveniencia o no de las esquelas o epitafios mortuorios, me quedo pensando en las pitilleras que vuelven y en la tendencia que tenemos los humanos a meter la cabeza debajo del ala.

        Los niños pequeños, cuando no quieren ser vistos, cierran los ojos con todas sus fuerzas. Suponen que basta con borrar a alguien de la retina para que desaparezca de la realidad. Los adultos a veces hacemos lo mismo. Para que la muerte no nos vea, nos negamos a hablar de ella, la escondemos en tanatorios asépticos, disfrazamos los coches fúnebres de camionetas de reparto…, y nos compramos una pitillera de plata.

        Me viene al pelo hablar hoy de la muerte: el mes de noviembre comienza con dos fiestas bien oportunas: la de Todos los Santos, que nos invita a dirigir la mirada al Cielo, donde millones de hombres y mujeres gozan ya de la felicidad eterna, y la de los fieles difuntos, que nos recuerda que, algunas veces, para ver a Dios cara a cara, hay que pasar por la antesala gozosa y dolorosa del Purgatorio.

        Durante estos dos días los cementerios se llenan de oraciones, de flores, de lágrimas y recuerdos. Y quizá aprovechamos para pensar un poco en nuestra propia esquela, que es el gran tabú de esta sociedad hedonista.

Para dejar de fumar

        —Pero… a los veinte años…

        —También a los veinte años, Miguel. Un corredor que no piense en la meta jamás ganará una medalla. Y ahora que empieza el curso es muy útil recordar que junio está a la vuelta de la esquina. Los sobresalientes se sacan en octubre y cada día están más cerca las eternas vacaciones.

        —Pero sin prisas, oiga.

        —Bueno, sin prisas. Pero, por si acaso habrá que ir preparando el examen.

        Miguel –lo que son las cosas– ha apagado el pitillo a la mitad