JMJ: más allá de los números
Fernando Pascual
Invitación a pensar
Jaime Nubiola

        Un encuentro de miles de jóvenes enciende los reflectores. Los medios resaltan en seguida los datos más importantes. Si esos jóvenes son católicos, se palpa la curiosidad por entender qué los mueve a pasar unos días juntos para compartir su fe y para escuchar las palabras de un Papa anciano.

        Las cifras se disparan. Los números intentan abarcar los aspectos más visibles. ¿Cuántos son los participantes? ¿Cuántos policías están de servicio? ¿Cuánto dinero cuesta la Jornada Mundial de la Juventud? ¿Cuánto se calcula que serán los beneficios? ¿Cuántas confesiones? ¿Cuántas comuniones en las misas? ¿Cuántos sacerdotes? ¿Cuántos obispos? ¿Cuántos grupos? ¿Cuántos jóvenes dirán “sí” a la vocación sacerdotal o a la vida religiosa? ¿Cuántos desmayos? ¿Cuántos periodistas acreditados? ¿Cuántos curiosos? ¿Cuántos, cuántos, cuántos?

        Números y más números. Según los intereses, un periódico resalta unas cifras, mientras que una televisión se fija en otras. No faltará quien invente estadísticas y números incontrolables, como, por ejemplo, cuántos cigarrillos fumarán los jóvenes durante esos días.

        Detrás de los números, más allá de la multitud, hay miles y miles de vidas concretas. Unos, universitarios y estudiantes que luchan día a día para sacar adelante sus estudios. Otros, trabajadores que intentan salir a flote en medio de la crisis. Otros, jóvenes esposos, en los primeros meses o años de la vida matrimonial. Otros, con un hábito religioso o una cruz en el pecho para indicar que están dando su vida a la Iglesia y a los hermanos. Otros, parados y deseosos de encontrar un empleo.

        Muchos, seguramente la mayoría, tienen en su corazón un anhelo: conocer mejor su fe católica, comunicar y recibir experiencias, encender esperanzas, alimentar el amor.

        Una JMJ tiene sentido desde Dios y hacia Dios. Cada corazón, más allá de los números, está abierto al anhelo de un encuentro. Por encima de las colas, de los apretones, del fresco de la noche, del calor del día, de la sed o de los enfados, será posible hacer una experiencia profunda de algo que difícil de explicar: la amistad con Jesucristo.

        Los números no podrán recoger eso que ocurre en lo íntimo del alma de miles de jóvenes. Sin la luz de los reflectores, muchos de ellos llegarán a encontrarse con Alguien que los ama, que entregó su vida por ellos, que les da fuerzas para seguir adelante en el camino de la vida, que les susurra serenamente: “¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).