Aquí me tienes, Dios mío
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        En sus raíces lingüísticas la palabra "obedecer" connota el sentido de escucha y está referida en la Escritura sobre todo a la palabra de Dios. El término griego (hypakouein) que se usa para traducir en el Nuevo Testamento la obediencia, literalmente significa "escuchar atentamente" o "prestar atención"; y la palabra latina "oboedientia" (ob-audire) significa lo mismo. Obedecer significa someterse a la Palabra, reconocerle un poder real sobre uno. La obediencia es la clave que abre el corazón de Dios Padre. Dios concede el Espíritu Santo a los que se le someten (Hch 5, 29).

        Desobedecer (parakouein), por el contrario, significa escuchar de mala manera, distraídamente. Podríamos decir que es escuchar sin sentirse vinculados por lo que se escucha, conservando el propio poder de decisión frente a la Palabra. Los desobedientes son los que escuchan la Palabra pero no la ponen en práctica (cfr. Mt 7, 26), no porque lo intenten y se queden cortos, sino porque ni siquiera se plantean el problema.

        Si queremos entrar en la complacencia de Dios debemos aprender a decir: "aquí me tienes". A lo largo de toda la Biblia resuena esta expresión, de las más queridas por Dios. Abraham dijo: "¡Aquí me tienes!" (Gn 22, 1); Moisés dijo: "¡Aquí me tienes!" (Ex 3, 4); Samuel dijo: "¡Aquí me tienes!" (1 Sam 3, 1); Isaías dijo: "¡Aquí me tienes!" (Is 6, 8); María dijo: "¡Aquí me tienes!" (Lc 1, 38). En el sí de todos ellos hay una figura anticipada del sí rotundo y absoluto de Jesús, que dijo definitivamente con su encarnación y con toda su vida, hasta entregarse por nosotros: "¡Aquí me tienes!" (Hb 10, 9).

        El Salmo 40 describe una experiencia espiritual que se cumple plenamente en la obediencia de Cristo, y cuya meditación seguramente nos ayudará. El salmista, rebosante de alegría al considerar los beneficios recibidos de Dios, se pregunta qué puede hacer para corresponder a tanta bondad: ¿ofrecer holocaustos, víctimas? Pero comprende que no es esto lo que agrada a Dios, que lo que Dios merece no son cosas suyas, sino su propio ser, su amor. Entonces dice: "Aquí estoy, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad. Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en mis entrañas".

        La bondad de Dios con nosotros, su Amor infinito que se vuelca con cada uno de manera inexplicable es la razón que debe llevarnos a la correspondencia, poniéndonos a disposición del Señor. Por eso debemos proponernos seriamente, como meta real de nuestra vida, ser santos, pero es muy importante comprender que esta decisión nos llevará adelante, a pesar de todos los obstáculos y dificultades, si no la tomamos porque nos fiemos de nosotros mismos, sino porque nos fiamos de Dios.

        ¿Por qué nos agitamos y confundimos por los problemas que trae la vida? Dejemos que sea Dios quien controle todas nuestras cosas. Cuando nos entreguemos totalmente las cosas se resolverán a su tiempo, con tranquilidad, de acuerdo con sus planes. No nos apresuremos, no forcemos al Señor como si quisiéramos que sus planes coincidan con los nuestros, cerremos los ojos del alma y con paz digamos: Jesús, yo confío en Ti.

        Tratemos de evitar todos esos pensamientos que nos angustian, queriendo comprender todo lo que nos pasa, no arruinemos los planes de Dios queriendo imponerle nuestras ideas, dejemos a nuestro Padre Dios que actúe en nuestras vidas. Entreguémonos con completa confianza y dejemos nuestro futuro en sus manos, nos irá mucho mejor: Jesús, yo confío en Ti.

        Tenemos una visión chata de la vida, nos falta el relieve, la profundidad, la visión sobrenatural. Si nos dejamos curar por Él de nuestras enfermedades, de nuestras debilidades espirituales, seremos suyos para siempre. No tengamos miedo, nos ama más que nadie en el mundo, dejemos todas nuestras cosas en sus manos: Jesús, yo confío en Ti.

        Permitamos que el Señor pueda disponer de nuestros brazos, para seguir bendiciendo en el mundo; prestémosle nuestro corazón, para seguir amando al mundo; confiemos en el Señor, descansemos en Él; facilitemos que pueda seguir haciendo milagros en el mundo por medio de cada uno de nosotros: Jesús, yo confío en Ti.

        "Si respondes a la llamada que te ha hecho el Señor, tu vida -¡tu pobre vida!- dejará en la historia de la humanidad un surco hondo y ancho, luminoso y fecundo, eterno y divino" (J. Escrivá, Forja, 59).