Celibato y fecundidad
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        En efecto, el celibato, como hemos venido considerando, es un modo de realizar en plenitud la vocación radical del hombre al amor, también por lo que se refiere a la fecundidad de ese amor. Dios ha concedido al hombre el gran poder de transmitir la vida, de procrear, y ha querido que la generación participe de la misma lógica que puso en marcha la creación del cosmos y del hombre, es decir el desbordamiento del amor, la voluntad de perseguir el bien del otro, el deseo de hacer a otros partícipes del bien que se posee; en otras palabras, el don de sí. Del mismo modo, para transmitir la vida espiritual no hay otro camino que entregar la propia vida. El Buen pastor da la vida por sus ovejas.

        San Pablo explica a los Corintios que quien elige el matrimonio hace "bien", y el que elige el celibato –porque considera que es eso lo que le pide el Señor– hace "mejor" (cfr. 1 Co 7, 38). Probablemente muchos santos, que han dejado un surco profundo y divino en la tierra, hubieran hecho muchas cosas buenas si se hubieran casado. Habrían podido ser maravillosos padres de familia, habrían educado muy bien a los hijos que Dios les hubiera dado y habrían colaborado en tantas empresas estupendas. Pero, al oír la llamada de Dios, no se reservaron, contentándose con la posibilidad de hacer cosas "buenas" sino que escogieron la "mejor" que podían hacer en sus circunstancias. Pensemos, por ejemplo, en el Patrón de Navarra, San Francisco Javier: su entrega generosa y totalmente desprendida sirvió para "incendiar" de amor de Dios el lejano Oriente; la fecundidad de su vida desbordó con mucho las previsiones de cualquier planteamiento humano.

        El celibato o virginidad para toda la vida ha sido la experiencia de aquellos que han correspondido al don de Dios, a fin de ser corredentores con Cristo, con una respuesta particular de amor (de amor esponsal) que abarca todas las dimensiones de la persona. Los que, movidos por esa gracia de Dios, eligen seguir a Jesús en celibato apostólico reciben el don de que los demás vean en ellos a Cristo que nos redime y salva. Puede decirse, para ilustrar de algún modo esta realidad que resplandece en la vida de tantos santos -y de tantos otros que viven hoy entre nosotros- que si los esposos, siendo fieles en su matrimonio, reflejan con sus vidas el amor creador de Dios, quienes viven el celibato por el Reino de los cielos muestran el amor redentor de Dios. Así, el mejor modo de entender el amor de Dios al crearnos es pensar en el amor de nuestros padres; y el mejor modo de entender el celibato es pensar en Cristo en la cruz.

        El don del celibato apostólico es una predilección de Dios hacia la humanidad. De la respuesta generosa a ese Amor deriva una inmensa fecundidad, una dilatada y gozosa paternidad espiritual: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).