La vocación fundamental del hombre es el amor
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        "Dios ha creado el hombre a su imagen y semejanza (cfr. Gn 1, 26 ss.); llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado, al mismo tiempo, al amor. Dios es amor (1 Jn 4, 8), y vive en Sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión (Gaudium et spes, 12). El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (Juan Pablo II, Encíclica Familiaris consortio, n. 11).

        Somos llamados a esa vocación fundamental precisamente como personas humanas, es decir en nuestra unidad de alma y cuerpo y, por eso, en nuestra condición de varón o mujer, que son los dos modos de ser persona humana. "En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano, y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual" (Ibidem). La persona humana es unidad sustancial de materia y espíritu. El cuerpo expresa a la persona, y por eso el don de sí se expresa mediante el cuerpo.

        El don de sí mismo no puede ser más que total: la persona puede donar una parte mayor o menor de lo que tiene, pues el tener es mensurable, pero no puede donar una parte más o menos de lo que es, pues el ser persona no es mensurable (en cuanto ser espiritual), ni divisible. La persona o se da o no se da: no es posible darse a medias ni darse compartidamente, en don total de sí, a varios. Así, el carácter insustituible del amado es la lógica más profunda de la donación amorosa. Se entiende muy bien, por eso, que la elección de Israel por parte de Dios en la Antigua alianza se manifieste con un lenguaje propio del amor conyugal (cfr. Familiaris consortio, n. 12); y con esa misma lógica se manifiesta el amor con el que Dios ama a su Iglesia y a cada persona: es un amor esponsal, una alianza, un amor comprometido, que reclama la donación recíproca para pertenecerse por completo, en un amor exclusivo, fecundo y eternamente fiel.