La eficacia del amor
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Cómo acertar con mi vida
Juan Manuel Roca

        La pregunta que Jesús resucitado le hace por tres veces es la clave que determinará la existencia de San Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" (Cfr. Jn 21, 15 ss.). Jesús no le pregunta cuáles son sus talentos, sus dones, sus capacidades. Ni siquiera le pregunta –a aquel que poco antes le ha traicionado–, si le ofrece garantías de que en adelante le será fiel. Le pregunta lo único que importa, lo único que puede dar fundamento a una respuesta fiel a su llamada, a pesar de todas las debilidades e imperfecciones humanas: ¿me quieres de verdad?

        Quien ama de veras, como dice San Agustín, podrá hacer siempre lo que quiera, porque sólo querrá más amor, más entrega a su vocación. ¿Hay algo más exigente y más radical que el amor? Cuentan que un santo anacoreta preguntó a Dios su nombre y que oyó esta respuesta: "Mi nombre es no-es-bastante, porque es lo que yo grito en silencio a todos los que se atreven a amarme". Nunca se ama lo suficiente. Nunca se termina de amar. Es un agua que siempre da más sed, una sed que sólo Cristo puede apagar, como él mismo enseñó clamando en medio de la muchedumbre, en Jerusalén, en una ocasión impresionante: "¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!" (Jn 7, 37).

        Amar es una de las asignaturas más difíciles de la vida, se paga a precio de experiencia y exige un aprendizaje de la vida entera. Un amor verdadero no puede ser otra cosa que la entrega apasionada para buscar la felicidad de la persona a la que se quiere. El amor tiene que ser don y sólo don, sin que se pida nada a cambio. El amor produce amor, pero no ama del todo el que ama para ser amado. El amor lleva a estar dispuesto a emprender un camino con dirección única: parte de uno mismo para ir a los demás, sin retorno.

        Amor es salir de uno mismo, perder pie en sí mismo, descentrarse. El amor verdadero pone a uno fuera de sí para reencontrarse en el Otro: ya lo hemos considerado hace un momento, con palabras del Concilio Vaticano II: "el hombre no puede encontrarse plenamente a sí mismo si no es a través del don sincero de sí". El que ama de veras no se pregunta nunca el fruto que va a conseguir amando. El verdadero amante ama porque ama, no porque espere algo a cambio... ¡Buenos estaríamos los hombres si Dios hubiera amado solamente a quienes harían fructificar su amor! Es cierto que Dios creó al hombre para su propia gloria, pero lo que no se suele considerar es que la gloria de Dios es la felicidad del hombre: "la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo). La creación es el desbordamiento del amor de Dios.

        Considerando estas cosas se entiende que los grandes enamorados de Dios hayan visto la vida como una aventura, hayan tenido la absoluta certeza de que vale la pena aventurar la vida por ese amor: "No haya ningún cobarde –decía Santa Teresa–. Aventuremos la vida, pues no hay quien mejor la guarde que quien la da por perdida".